NADA… NADA
(DANZA)
LOS NIÑOS, ESPECTADORES CUALIFICADOS
UN MARAVILLOSO ESPECTÁCULO IMPREGNADO DE MAGIA Y CON GRAN PODER EVOCADOR.
Título: Nada… Nada.
Dramaturgia: Enrique Cabrera y El Nudo Compañía
Teatral.
Dirección coreográfica: Enrique Cabrera.
Asistente coreográfica: Marta Sainz Toledo.
Música Original: Mariano P. Lozano, Pascal Gaigne.
Música clásica: Albenoni, Vivaldi, Albéniz.
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz.
Diseño y realización de muñecos: El Nucleo Compañía
Teatral / Ricardo Vergne.
Iluminación: Pedro Yagüe.
Asesoramiento Pedagógico: Gabriela Fuster.
Diseño gráfico: Gara Koan.
Fotografía: Diego Ortiz.
Intérpretes (bailarinas): Begoña Frutos, Billie Pérez,
Maite Gámez S., Marta Sainz Toledo, Mireia Sans Aleu, Adriana
Sulzer.
Estreno absoluto en Madrid: Teatro de la Abadía (Sala
José Luis Alonso), 23 de noviembre de 2004.
Nada… Nada es título ambiguo y va desde un significado de
el no ser o cosa mínima hasta el acto físico de nadar
o lo que es lo mismo bracear sobre la superficie o bien
sumergirse en las profundidades del océano. En opinión de
los creadores, las dos interpretaciones son válidas.
Que el agua está presente es palpable. Un barco de papel inicia
una travesía con una pescadora y a partir de lo que “pesca” (no
se lo desvelo) nos sumergimos en las profundidades del océano
con pequeñas historias que surgen entre los seres humanos, los
seres mitológicos como las sirenas y los variopintos animales
marinos. Todo ellos entablan una relación amorosa y amable a
través de la danza entre las buceadoras, bañistas, algas,
,crustáceos y demás imaginarios seres marinos.
Para recrear ese imaginativo mundo se apoya en dos estilos
teatrales: la danza contemporánea y los títeres, preferentemente
el de varillas (Bunraku). Una perfecta conjunción que consigue
un maravilloso espectáculo, impregnado de magia y con un gran
poder evocador. Es un perfecto ejemplo de lo que se ha llamado,
semiológicamente, la no alienación de la imagen. Es
decir, la Compañía Aracaladanza (España) en colaboración
con El Nudo Compañía Teatral (Argentina), han sabido
crear imágenes abiertas a la imaginación de cada espectador.
Otro de las virtudes es la perfección formal y de buen gusto en
la elección de todos los elementos, así como la limpieza en la
ejecución de los movimientos tanto de las bailarinas como en el
manejo de los títeres. Unas y otros llegan a cobrar vida propia
e independiente, construyendo caracteres muy bien definidos.
Más
virtudes aún: el buen dominio de los diversos escenarios, con
mínimos elementos de corte muy teatral, muy imaginativo y muy
propio de la fantasía infantil, capaz de aplicarle a un globo
infinitas personalidades. En nuestro caso nadie podría imaginar
que un simple globo verde se convirtiese en alga o las
económicas tarlatanas – imitadoras del tul – cobrasen diversas
personalidades: vaporosas faldas, medusas… o los aros de los
miriñaques terminasen por ser bocas de crustáceos… Y después
está la coquetería y ternura de los peces y “pezqueñines” que
curiosean, escapan o propinan furtivos a las buceadoras. No
falta la gracia, ironía y humor de un rojo langostino – émulo de
aquel otro cantarín de la película de animación de “La sirenita”
- que cambia su infantil juego de mantener el equilibrio sobre
una pelota por la enamorada persecución de una submarinista. Un
langostino lleno de gracia y picardía.
Cada
número está conseguido en los dos aspectos citados, pero
descuella con especial protagonismo el aflamencado baile, con
música de Isaac Albéniz, entre la bailarina-medusa y las
tres ostras. Posiblemente es de las danzas mejor conseguidas. Se
trata de un solo inspirado en el baile flamenco en sus
movimientos más estilizados. Danza sin desplazamiento, sino
sobre la línea de la verticalidad y en relación con las tres
ostras gigantes que – y vuelve la inspirada imaginación – se
convierten en castañuelas, peineta o “partenaires” flamencos. A
parte del humor que rezuma y de la precisión conjunta de la
bailarina, mantiene un continuo interés por la multiplicidad
semiótica de las simpáticas y carcajeantes ostras. En esta línea
de abrir las mentes a la imaginación está el sencillo número de
las buceadoras con amarillo traje submarinista y amarillas
aletas – desafío a la superstición teatral - , que marcan unos
estáticos movimientos muy controlados y consiguen una simbiosis
entre lo humano y lo marino, al evocar con sus piernas y aletas
juntas la cola de la sirena que nos visitará más adelante.
Y ya que estamos con la sirena, posiblemente este es el número –
al menos para mí como adulto, no sé si para los niños – más
torpe de ritmo y de evocación. Nada hay que objetar a su
deslizamiento sobre el fluido, pero resulta lento y con una
historia que nada nos dice. Se despega un poco del ingenio
manifestado en el resto del especáculo.
Dentro
de toda esta imaginación desbordante en la que las luces y el
vestuario cumplen el requisito del buen gusto por su equilibrio
y belleza, Nada…nada cuenta con un elemento didáctico o
brechtiano, según se quiera entender. Los títeres poseen la
fuerza, en los niños y en los mayores, de saltar por encima de
su propia construcción material y llegar a conseguir tal
personalidad que terminan por ser unas personitas más. Aquí la
representación descubre la tramoya. Vemos, a luz plena, cómo se
manipulan los pececitos. Ello no es óbice para que conocido el
truco, se vuelva a entrar en la fantasía cuando, la adecuada
iluminación y el negro terciopelo de los trajes – la técnica se
basa en el ya conocido Teatro Negro de Praga y en La
Linterna Mágica – ponen manos a la obra.
Es un espectáculo fascinante y en el que se trata al niño como
niño y no como tonto o simple. Enrique Cabrera – el “fac
totum” de este mundo tan imaginativo – parece creer en la
inteligencia infantil y su grado de fantasear e ir más allá de
lo que una imagen pueda ofrecer.
Hay que alabar también la selección de las músicas. Clásico –
Albenoni y Vivaldi- para abrir y cerrar y música
original, con humorísticos, acorde con la plasticidad de la
imagen. Muy adecuada la música de Isaac Albéniz – el
tercer clásico – para la mencionada flamencada bajo el mar.
Una virtud con respecto a la danza contemporánea que Enrique
Cabrera posee es la de componer movimientos y líneas, así
como estructuración corporal del conjunto que está al servicio
de ideas dramáticas concretas pero con un gran poder de
sugerencia, así como el uso de los objetos de transformación
sucesiva, integrados en el mismo complejo de la danza. Esto
además de proporcionarle el ritmo adecuado – prácticamente en
ningún momento decae – consigue una total unidad de todos los
elementos usados.
La duración del espectáculo es adecuada a la que un niño entre
los 3 y los 10 años soporta. Son unos 50 minutos
aproximadamente, pero sorprende la cantidad de cosas que nos ha
contado.
Como
juicio global, las diversas situaciones planteadas me reenvían
al mundo de la animación fílmica para niños de todos los
tiempos. En esas películas suele haber una historia central,
pero después se pueblan de secuencias en las que suceden las más
fantasiosas relaciones entre humanos y demás vivientes. Bien,
son este tipo de secuencias las que hilvana el espectáculo.
Quienes tienen que opinar más que yo, son los niños. Asistí a
una sesión plagada de tales infantes e infantitos. Me sorprendió
el silencio absoluto y una atención como nunca he visto en un
niño. Interprételo cada uno como quiera. Pero el que un niño no
se mueva o se aísle en la imagen es que navegaron con su
fantasía. El silencio sí lo sentí roto por un lamento detrás de
mí de un niño de unos tres años. Manifestaba su miedo al paso de
unos seres – recordaban brazos humanos en el aire – en el fondo
del escenario. También podría ser la excesiva oscuridad.
Nada… nada supone la introducción de la danza
contemporánea – ese arte del que algunos piensan que no hay
quien lo entienda – en el mundo infantil. También descubre que
la capacidad del niño está preparada para algo más que la
historia concreta y narrativa. Y lo más importante, se consigue
que la imaginación vuele.
Más información
ARACALADANZA VUELVE AL TEATRO DE LA ABADÍA con ¡NADA… NADA!
TEATRO DE LA ABADÍA PARA NIÑOS - ¡NADA… NADA! |