RESEÑA, 1996
NUM.268, pp. 27 - 28 |
GISELLE
LA ESENCIA DEL ROMANTICISMO
Por vez primera Víctor Ullate se lanzaba al ruedo
de la Danza
con un ballet clásico completo, interpretado por su
propia compañía.
Era una Giselle y ahí estaban todos los nombres
de ellos y ellas
que después triunfarían en el extranjero como solistas y
estrellas. |
Título: Giselle.
Libreto: Théophile Gaulier, JlIlesHenri Vemoy de Sainl-Georges y
Jenn Cornlli a partir de Heiurich Heine.
Música: Adolphe Adam.
Coreografía: José Parés a partir de la coreografía original de
Jean Cornlli, Jules Perrot y Marius Petipa.
Escenografía: Gerardo Trotti y Roger Salas, sobre los originales
de Pierre Ciceri para la ópera de Paris (1841).
Vestuario y ambientación: Roger Salas sobre los originales de la
versión Petipa del teatro Marinski de San Petersburgo (1884).
Asesora de estilo: Aurora Pons.
Iluminación: Oiga Garda.
Director de Orquesta: Alexander Khvedkevich.
Bailarines: Maria Jiménez (Giselle), Igor Yebra (Albrechl), Ana
Notya (Myrtha, reina de las Willies). Eduardo Lao (Hilarión),
Rosa Royo y Carlos López (Pas de paesants). Companilla y ESCIlela
de Victor Ullate,
Bailarines invitados del CND: Marta Alvarez, Adriana Satgado,
Sofía Sancho, Maria Jesús Tarrat, Tino Morán.
Estreno en Madrid: Teatro Madrid, 6-Xll-95
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PHOTODANCE |
Si la Giselle de Heinrich Heine rompe el maleficio y salva de la
muerte a su amado príncipe Albrecht, la de Ullate parece romper
el del ballet clásico en España y deja asomar en el claro del
bosque un rayo de luz. Esperemos que no sea, como en el cuento
de Bécquer, un equívoco rayo de luna.
Intentos de una compañía de Ballet clásico ha sido tema de
debate en los últimos años. El Ullate director del Nacional,
orientó la compañía por esos derroteros, pero no le dio tiempo a
abonar el terreno. La Plitsekaya apareció como el maná
esperanzador, pero se quedó en una tímida La fille mal gardée.
Nacho Duato cortó por lo sano: hay un presupuesto y otros
países, con más solera, lo hacen mejor. Para no dividir fuerzas
prefirió las tendencias actuales sazonándolas de tierra
española. Dicha decisión frustraba los deseos de algunos
espectadores y ambientes balletísticos.
Ullate se refugió en su escuela privada. Años de constante
trabajo, cuya base era el clásico, han convertido a, casi, unos
niños en profesionales de la danza que campea por variados
estilos: del clásico a la danza actual. Tras presentar
coreografías diversas, con un pie en lo clásico y el otro en las
nuevas tendencias, asomó la cabeza con un fragmento de Las
sílfides y Tema y Variaciones de Balankine. El éxito engendró
esta Giselle. Con ella la Compañía de Victor Ullate cumple un
ciclo: pasa de ser la primera compañía privada subvencionada a
la de Compañía Estable de la Comunidad de Madrid.
Ullate
acometió esta arriesgada propuesta del clásico con valentía y
sensatez.
Valentía al elegir Giselle, esencia del romanticismo, sobre todo
en el segundo acto, y simbiosis de estilos naturalista (en la
parte que posee de pantomima y danzas populares) y romántico.
Sensatez al rodearse de un coreógrafo como
José Parés y Aurora
Bosch, ambos impregnados hasta la médula de Giselle. Sensatez al
recuperar el pasado de este ballet en su versión cubana con idas
y venidas a la versión del American Ballet. Sensatez al
reproducir la escenografía antigua de 1841, cuyo decorado del
primer acto sólo se soporta como reconstrucción arqueológica de
lo que fue en su estreno. Nunca me gustó y me consuela contar
con un aliado: el compositor de la partitura de Giselle,
Adolphe
Adam, reseña en el estreno, «el primer decorado de Cicéri, no es
bueno... todo es blando y descolorido». En esta versión sucede
lo mismo. Se trata, pues, de una reconstrucción muy cuidada, más
que de una nueva versión. Esto, creo, ha sido un acierto:
comenzar con los pies sobre la tierra.
La Giselle de Ullate no sólo ha sido un éxito, sino que abre un
futuro esperanzador a una compañía de repertorio clásico en
España, que ya en esta primera incursión se presenta como una
compañía en toda regla. El día del estreno María Jiménez
(Giselle), Igor Yebra (Albrecht) y
Eduardo Lao (Hilarión),
fueron sus intérpretes.
IGOR YEBRA/MARÍA GIMÉNEZ |
María Jiménez destaca por el movimiento etéreo de sus brazos que
dotan al personaje del espiritualismo que requiere, sobre todo
en el segundo acto, y la seguridad de sus desplazamientos sobre
puntas: la brillante diagonal de «piqués» que realiza en el
primer acto arrancó los primeros fervorosos aplausos
espontáneos. Es una bailarina segura que combina la simpatía de
las danzas del primer acto con la sublimidad del segundo. Llama
también la atención la expresividad en el difícil ajuste de
combinar un cierto naturalismo y romanticismo de la escena de la
locura. (Una escena que no creo se haya nunca revisado y que
dramáticamente está muy forzada en el libreto, hasta llevarla a
la hilaridad si no se cuida la interpretación. Todo sucede en un
instante: desengaño, locura y muerte. En ella María Jiménez
resulta convincente.
Igor Yebra crea un Albrecht seguro y vigoroso en el baile,
llegando incluso al virtuosismo. No se pueden olvidar sus
espectaculares saltos en el segundo acto, que muestran un gran
vigor y potencia. José Parés ha sabido sacar de él lo que es
consustancial a este tipo de ballets: la espectacularidad. Esta
técnica, casi impecable, padece en su aspecto interpretativo. Es
posible que la juventud de Igor le dificulte dicho aspecto.
El Hilarión de Eduardo Lao abusa de la pantomima durante el
primer acto, en el que sólo está discreto. En el segundo se le
ofrece la posibilidad de lucimiento balletístico, y Lao sale
airoso. Es un bailarín de líneas limpias y precisas. Brillante,
alegre y enérgico resultó el paso a dos (paso de campesinos) de
los desposados. Rosa Royo y Carlos López mostraron una sincronía
y viveza insólita. Carlos López, salvo alguna imprecisa caída en
sus solos del comienzo, demostró destreza técnica y dinamismo
que arrancaron el aplauso espontáneo. A destacar como elegantes
y agresivas líneas coreográficas de gran efecto el asedio de la
corte -vestida a la moda española de Felipe IV, época de la
historia-, al salir a escena en grupos por distintos lugares.
JOSÉ CARLOS BLANCO (HILARION)
y WILLIS |
Si bien el primer acto transcurrió con agrado y deshaciendo el
miedo que, imagino, el espectador experimentaba por si aquello
no funcionaba, el segundo acto fue una intepretación magistral,
en conjunto. Las líneas de acoso de las Willis mantuvieron una
gran precisión. Es un trabajo depurado. Para este segundo acto,
la altura de perspectiva que ofrece el teatro Madrid ayuda a la
contemplación de las evoluciones coreográficas.
Esta Giselle hay que cuidarla, como hay que cuidar el proyecto
clásico de esta compañía. El tiempo y la madurez traerán una más
depurada interpretación dramática y el riesgo a nuevas versiones
sobre el clásico para nuestra época. De lo que no hay duda es de
haber conseguido un trabajo muy cuidado y un estilo unitario en
toda la compañía. |