EVA YERBABUENA
EL ESPÍRITU DEL FLAMENCO
EL HUSO DE LA MEMORIA
y
A CUATRO VOCES
Título: El Huso de la Memoria
Diseño gráfico y escenografía:
Oscar Mariné
Figurinista: Esther Vaquero
Realización escenografía: Daniel Estrada
Confección Vestuario: Amelia Pérez, Manuel y Gabriel Moda
Flamenca José María Tarriño
Título: A Cuatro Voces
Letras: Horatius García
Ayudante dirección escénica:
Balbi Parra
Diseño escenografía:
José Helguera y Eva Yerbabuena
Diseño de vestuario:
Jimena San Román
Confección de vestuario: Amelia Pérez, Joseph Ahumada, Sastrería
Mera
Diseño de Iluminación:
Raúl Perotti
Sonido: Manu Meñaca y Angel Olalla
Iluminación: Raúl Perotti
Maquinaria y regiduría: Daniel Estrada
Sastrería: Esther Vaquero
Zapatos: Begoña Cervera
Aux. de Producción: Virginia Campos
Producción y management: Marta Carranza, Cristóbal Ortega
Administración: Marta Román
Baile:
Eva Yerbabuena , Mercedes de Córdoba, Sonia Poveda, Asunción
Pérez “Choni”, María Moreno, Luis Miguel González, Eduardo
Guerrero, Juan Manuel Zurano, Alejandro Rodríguez
Artista invitado: Patrick de Bana
Colaboraciones especiales: Aída Badía, Eduardo Lozano
Instrumentos musicales:
Guitarra: Paco Jarana, Manuel de la Luz
Cante: Enrique Soto, Rafael de Utrera, Jeromo Segura, Pepe de
Pura
Percusión: Manuel José Muñoz “El Pájaro”, Efraín Toro
Saxo-Flauta: Ignacio Vidaechea
Composición y Dirección Musical:
Paco Jarana
Dirección escénica: Eva Yerbabuena
Coreografía y Dirección Artística:
Eva Yerbabuena
Estreno en Madrid: Teatro de la Zarzuela, El huso de la memoria:
13 – IX – 2006;
A Cuatro voces: 19 – IX – 2006. |
FOTOS: OUTUMURO |
Eva Yerbabuena se presenta en el Teatro de la Zarzuela,
abriendo temporada, con dos títulos: El huso de la memoria
(2006) y A cuatro Voces (2004). El primero, estreno
absoluto. El segundo estrenado en la Bienal de Sevilla.
EL HUSO DE LA MEMORIA
El
“huso” hace alusión al instrumento para hilar
torciendo la hebra
y devanando en él lo hilado. En la poesía y demás artes siempre
el huso y sus trabajadores, las hilanderas, se les ha asociado
al concepto del “tiempo”. Y mucho de eso hay en la coreografía
que nos baila Eva y su Compañía. Y también se puede aludir al
“torcimiento de la hebra”, puesto que toda revisión personal
termina siendo un revolver las entrañas. Y cuando Eva revisa su
pasado, éste se encarna en una saeta, un mirabrás, una farruca,
una rondeña, una soleá o en el arrullo – en este caso casi un
lamento – de una nana.
El baile, como solistas se lo reparten entre Eva, Patrick de
Bana y Aida Badía. Tres personalidades del baile que abordan
diversos estilos. Eva es el flamenco hecho carne propia,
Patrik
es la danza contemporánea filtrada a través de su propio mundo y
Aida es la contemporaneidad bailada, aquí, de la saeta.
De los diversos palos a los que Eva acude, llama la atención el
mirabrás, porque no abunda en los repertorios. Lo titula
Espumas
del recuerdo. Y está acertado, una vez que el mirabrás prefiere
la estaticidad y se centra en la conformación de la figura, el
paseillo y el marcaje. Requiere una gran precisión, finura,
gracia y elegancia en la composición de esos discretos
movimientos. Eva lo borda. La gran virtud de Eva es que ha
llegado un momento en que se basta por sí sola para crear
espectáculo. Es una posesa del baile. Y esto se nota cada vez
que ella copa el escenario.
Patrick de Bana marca lo contemporáneo en el paso a dos de la
Nana, con Eva. Está inteligentemente trazado, ya que el
protagonismo lo lleva Patrick en un sinuoso ir y venir y
sostener a una Eva que se deja arropar por sus brazos. Se titula
Nana y el cante es lento evocando más un lamento que un arrullo.
Cuna de nacimiento y cuna de muerte.
Lo que resultaba más insólito es el baile de la saeta. Se la
reparten entre el baile muy personal de la santanderina Aida
Badía y la propia Eva. Tanto en una como en otra el protagonismo
lo lleva el cante, vibrante y penetrante. Es una lástima que en
el programa de mano no indica el cantaor, en cada una de las
actuaciones.
Cabe destacar a los cuatro cantaores: Enrique Soto, Rafael de
Utrera, Jeromo Segura y Pepe de Pura.
Los solos se van alternando con el cuerpo de baile, del que cabe
destacar la farruca y la rondeña. Tienen buena maestra
Eva ha abundado en el color negro para el vestuario, en sus
espectáculos. Aquí recurre al rojo e incluso a una variada gama
cromática en las bailaoras. Una gama, un tanto dudosa. Por el
contrario el mantón – en Cantiñas - llena de vida la caja negra
del escenario.
Este “Huso de la memoria” es un revuelo de alegría y tristeza,
como la vida misma. Es la huella del tiempo y como tal recordada
como trazos, que se plasman, acertadamente, en las austeras y
ancestras pinturas de Oscar Marimé.
El huso de la memoria, posee algo de experimentación al incluir
los toques contemporáneos y el baile de la saeta. No obstante,
la fuerza y lo que levanta en pie al respetable es la propia Eva
en sus interpretaciones más tradicionales. El resto se observa
con cierta curiosidad.
A CUATRO VOCES
A cuatro voces surge a partir de las cuatro voces poéticas de
cuatro autores: Miguel Hernández, Vicente Aleixandre,
Blas de
Otero y Federico García Lorca. Las poesías y los toques
biográficos de dichos autores inspiran a Eva. Los textos le
sugieren emociones que Paco Jarana traslada a la música y
Eva a
los palos flamencos: serranas, alegrías, fandangos, bulerías,
tientos-tangos y soleá por bulerías. Propiamente no hay un
argumento sino sentimientos bailados e interpretados. Se echa
mano de la pantomima en ciertos momentos.
Flamenco, poco cante y pantomima son los ingredientes de un
espectáculo que atrae, pero que desconcierta de algún modo.
Posiblemente uno cae en la trampa al leer la información: los
cuatro poetas le inspiran. Y de los cuatro poetas, los textos no
nos llegan. A lo más quien conoce su poética y vida puede
intuirlos. Posiblemente, al que llegamos más visualmente es a
Lorca, la última parte del espectáculo, que por sí mismo puede
formar una coreografía independiente, aunque sea breve. Es un
fragmento en el que se condensa el espíritu lorquiano y su
propia tragedia, huyendo, inteligentemente, del mero parafreseo.
Concebida, fundamentalmente, en blanco y negro en el vestuario,
tanto la pantomima como los bailes son de una gran evocación
poética. Dicha evocación se plasma visualmente con la caída de
hojas, al inicio de esta última parte, que producen un bello
efecto plástico lleno de aliento poético. No obstante, se paga
un cierto precio en el ritmo posterior. Los bailes van a
sucederse y el suelo hay que barrerlo. Se intenta un barrido
melódico visualmente, pero no deja de ser una disculpa para
limpiar el escenario. Se siente un freno en el ritmo del
espectáculo, hasta entonces muy bien logrado. Tal vez sea
necesario pensar en otra solución, sin renunciar a ese efecto
poético visual. Por ejemplo, producir la caída en el foro, fuera
de la zona de baile. El mismo efecto, al final, de las hojas
vuelve a ser poesía, cuando el viento levanta las hojas.
Se vuelve otra vez a lo mismo. Cuando Eva interpreta y baila
importa ella y menos el conjunto. Tiene la cualidad de expresar
a través de sus precisos y delicados movimientos todo un mundo
más allá del propio escenario. En la parte lorquiana, se enfunda
en un traje de hombre con un zapateado medido y sobrio. Resulta
de gran efectismo, con sabor a “pathos”, en el momento de la
muerte. Aquí el zapateado se ralentiza y se ritma de un modo
especial, convirtiéndose disparos. Como consecuencia la danza se
contamina de los estertores de la muerte. Una muerte hecha
baile. Es un final apasionante.
Vuelven a destacar las voces de los cantaores, aunque aquí se
prodigan menos.
El vestuario, como he anotado, prefiere el negro y el blanco,
con alguna nota de color en Eva. Desconcierta un poco la hechura
de los trajes blancos masculinos. Son poco favorecedores.
Eva, al concebir un nuevo espectáculo, parece sentir la
necesidad de ir más allá de una mera sucesión de “palos”, que
terminen en la consabida fiesta flamenca. Utiliza los palos del
flamenco para expresar algo más allá del mero baile externo. Y
esta es su gran virtud, porque aunque sólo bailase palo tras
palo, lo que aparece en el baile de Eva es el espíritu del
flamenco. No es una bailarina de mera técnica o virtuosismo.
Viéndola bailar es como si entrase en trance.
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