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RESEÑA, 2004
NUM. 357, pp.31

LOS DíAS QUE TODO VA BIEN
La huella de Beckett

Los días que todo va bien tiene mucho de autobiografía. de la sala y de su compañía titular. Es un espectáculo entrañable, directo, gozoso y dolorido, personal, pero también elaborado estéticamente.


Título: Los dias que todo va bien.
Autores, dirección e interpretación: Elisa Gálvez y Juan Úbeda.
Estreno en Madrid: Teatro El Canto de la Cabra, 13 – 11 - 2003.

Los días que todo va bien tiene mucho de autobiografía. De autobiografía de la sala y de su compañía titular. De autobiografía personal y profesional. Y todo ello, desde la ironía y el humor, desde el guiño a su público ya sus amigos y colaboradores. Los días que todo va bien es un espectáculo entrañable, directo, gozoso y dolorido, personal, pero también elaborado estéticamente. Se podría hablar de deconstrucción, de metateatro, de variaciones sobre el mismo tema, o de tantos otros recursos técnicos y de apelaciones a fórmulas más o menos vanguardistas. Y se puede hablar también de espectáculo íntimo, de reflexión y de ajuste de cuentas del grupo consigo mismo y con la práctica del teatro.

No faltan ni la sinceridad ni la elaboración escénica en este conjunto de pequeños fragmentos, anécdotas, situaciones, imágenes - algunas de ellas de vigorosa plasticidad - y hasta esbozos, que componen una especie de mosaico, un retrato crítico y nostálgico del grupo, que se pregunta por el sentido de su trabajo. Los referentes hay que buscarlos en algunos de los espectáculos anteriores y también en los trabajos de otros creadores que han pasado por esta entrañable sala. Pero, sobre todos ellos, nos recuerda a Los días felices, de Beckett, del cual quedan reminiscencias incluso en el título de este nuevo espectáculo. Los ritos rutinarios, la necesidad de conservar o de recuperar objetos más o menos cotidianos, las relaciones tiernas y agresivas entre los personajes, un cierto aire crepuscular o la aparente incoherencia de muchas fases del discurso, que desvela, sin embargo, un sentido profundo de las cosas, proceden del teatro de Beckett. En Los días que todo va bien, sin embargo, la trama parece más diluida, más fragmentada, y las apelaciones al espectador y la quiebra del velo que separa la reaIidad de la ficción son más frecuentes, lo cual exige -o crea- un grado superior de complicidad entre unos y otros.

No era un espectáculo fácil. El impudor de la propuesta y la cercanía de la mirada podían reducir el trabajo a lo anecdótico o llevarlo por caminos tópicos. Nada de esto sucede en Los días que todo va bien. Es una función llena de poesía, de sorpresa, de pasión y de humor. El trabajo actoral, no es preciso decirlo, reviste características especiales, dada la relación entre los intérpretes y los personajes que encarnan. Pero no por ello los actores dejan de convertirse en personajes dramáticos, en sugestiva imagen teatral que los aleja de sí mismos y, a la vez, los desvela.


Eduardo Pérez – Rasilla
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