AMAR DESPUÉS DE LA MUERTE
CALDERÓN DESDE LA ACTUALIDAD

Título: Amar después de la muerte (o El tuzaní de la Alpujarra).
Autor: Pedro Calderón de la Barca.
Versión: Yolanda Pallín.
Dirección y espacio sonoro: Eduardo Vasco.
Escenografía: José Hernández.
Realización escenografía: Odeón decorados, Manolo decorados, Pinto’s
Vestuario: Rosa García Andújar
Realización vestuario femenino: Josefina García-Aráez (Pipa y Mila)
Realización vestuario masculino: Atuendo Madrid, Pieroni Bruno.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Fotos del montaje: Chicho
Intérpretes: Emilio Buale (Cadí), Toni Misó (Alcuzcuz), Jordi Dauder (Don Juan Malec), Pepa Pedroche (Doña Clara Malec), Joaquín Notario (Don Álvaro Tuzaní), Ione Irazábal (Beatriz), Paco Paredes (Don Alonso de Zúñiga), César Sánchez (Don Fernando de Válor), José Luis Santos (Don Juan de Mendoza), Miguel Cubero (Garcés), Montse Díez (Doña Isabel Tuzaní), Juan Meseguer (Don Juan de Austria), Rodrigo Arribas (Don Lope de Figueroa) Jorge Gurpegui (Soldado 1º), Javier Mejía (Soldado 2º), Xavi Montesinos (Soldado 3º).
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (Sede provisional de la CNTC), 26 – X -2005

FOTOS: CHICHO

Unas pragmáticas de 1566 pudieron inspirar este drama a Calderón. En ellas se prohibían a los moriscos sus costumbres, incluso las más inocuas, y el uso de su lengua. La intervención de un Francisco Núñez Muley, transformado por Calderón en don Juan Malec, para tratar de suavizar aquellas prohibiciones resultó infructuosa, y, como tantas veces ha sucedido a lo largo de la Historia, la negociación política fue suplantada por la acción militar. Eduardo Vasco y la Compañía Nacional de Teatro Clásico han tenido el acierto de llevar al escenario del Pavón este texto, inédito en el repertorio de la Compañía, que tantas analogías presenta con situaciones actuales sobradamente conocidas, y hasta padecidas, por todos. Doce años atrás, Fernando Urdiales y el Teatro Corsario mostraron en el Festival de Almagro su versión de Amar después de la muerte (Reseña 242), muy distinta de esta que ahora se exhibe en el Pavón, aunque, también, atractiva e interesante.

El espectáculo de Eduardo Vasco, a partir de la versión de Yolanda Pallín es limpio y “ortodoxo”, en cuanto que sigue fielmente la comedia calderoniana y las interpretaciones habituales de comentaristas y exegetas del texto. Así, el problema histórico aparece dramatizado por una trama de honor, amor y venganza, que presta el soporte teatral y simbólico al problema colectivo, y, en definitiva político, abordado por Calderón con audacia y, sobre todo, con un notable instinto dramático. El deshonor que padece el viejo don Juan Malec y el expolio y el crimen de que es víctima su hija doña Clara, son los dos grandes incidentes que generan la acción dramática de la rebelión y la venganza, pero son también, la imagen más poderosa e inequívoca del atropello arbitrario sufrido por un pueblo que ve sojuzgadas su identidad y su cultura. Calderón se ha servido precisamente de los resortes más populares y eficaces del drama de época para convertirlos en provocativa metáfora de la humillación innecesaria y brutal experimentada por los moriscos.

Aunque, como sucede en tantos textos calderonianos, el desenlace puede resultar decepcionante, por la radical inversión de lo que había constituido la línea ética dominante de la trama, cabe quizás entender la precipitada y poco verosímil reconciliación final como una exigencia implícita de la España oficial de los Austrias, o de las convicciones del propio dramaturgo, que parece requerir siempre un restablecimiento del orden roto. O acaso, desde una lectura amargamente irónica, como la expresión de la imposibilidad de cualquier salida que no sea la sumisión, tal como apunta en la nota al programa de mano el director del espectáculo. Nos enfrentamos así, una vez más, a esa ambigüedad que, desde nuestra perspectiva, parecen presentar tantas obras calderonianas. En cualquier caso, el dramaturgo ha tendido la osadía y el acierto de enfrentarse a un espinoso problema que, lamentablemente, el transcurso de la Historia no ha hecho sino actualizar de nuevo.

La escenificación ha optado por un tratamiento lineal, impoluto, e incluso en ocasiones estático, de la acción dramática, muy alejado de la previsible agitación atropellada de operaciones de guerra, de cánticos y de gritos, de marchas y de persecuciones. La escenografía se compone de paneles rectangulares que contribuyen a abstraer una acción que resulta finalmente más próxima a una iconografía cartesiana que granadina y que enmarcan un espectáculo drásticamente despojado de elementos accesorios. El director de escena se sirve frecuentemente de la mera sugerencia o hasta de la elipsis para las transiciones o para las maniobras bélicas, lo que quizás produce una sensación de frialdad, pero impide que el espectador fije su atención en lo anecdótico, y lo obliga a una actitud más reflexiva y lo empuja hacia una compresión del problema más intelectual y también más próxima.

Plásticamente destacan la iluminación y el vestuario, elementos sobre los que se apoya en gran medida la creación de los ambientes específicos y de los tiempos de la acción dramática. La iluminación, certera y precisa, es responsabilidad de Miguel Ángel Camacho, y el vestuario, de gran variedad y belleza, viene firmado por Rosa García Andújar, colaboradores habituales ambos de Eduardo Vasco, quien se ha ocupado también del sonido.

El trabajo actoral presenta una homogeneidad suficiente, dominada por una contención expresiva, requerida por la intención marcada por la dirección de escena y acorde con el conjunto del espectáculo y quizás también con las directrices que emanan del propio texto, en el que lo individual se funde en el problema colectivo e impide, por tanto, la existencia de actuaciones que descuellen sobre las otras. A pesar de todo puede valorarse un trabajo sobrio e intenso de Joaquín Notario y de Pepa Pedroche, elegantes y vigorosos en su interpretación, sin estridencia o desmesura ninguna. Y es brillante el trabajo realizado por Toni Misó en el papel del gracioso Alcuzcuz, un verdadero regalo de don Pedro Calderón, como contrapunto de una historia sangrienta y desapacible siempre, en la que apenas quedan resquicios para la intimidad lírica de los coloquios amorosos. Misó, que tiene ya alguna experiencia en estos papeles de gracioso, logra una creación memorable con este espléndido personaje de Alcuzcuz.

 

Más información

           Amar después de la muerte - Información General

           Amar después de la muerte - Entrevista
           Amar después de la muerte - Crítica Teatro
 


Eduardo Pérez – Rasilla
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Teatro Pavón
(Compañía Nacional de teatro Clásico)
Director: Eduardo Vasco
C/ Embajadores, 9 (Plaza de Cascorro)
28012- Madrid
Tf. 91 528 28 19
Metro: La Latina
Entradas: ServiCaixa 902 332211
Precios especiales grupos: Tf. 91 521 45 33

 

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