ÚLTIMAS PALABRAS DE COPITO DE NIEVE
UNO DE LOS MÁS ATRACTIVOS Y PROMETEDEROS ESPECTÁCULOS DE ESTE COMIENZO DE TEMPORADA
Título:
Últimas palabras de Copito de nieve.
Autor: Juan Mayorga.
Dirección: Andrés Lima.
Intérpretes: Pedro Casablanc (Copito de
nieve), Gonzalo de Castro (Guardián), Tomás Pozzi
(Gorila negro).
Estreno en Madrid: Teatro Nuevo Alcalá (Sala
pequeña), 18 –IX -2004. |
Tomás Pozzi, Pedro Casablanc, Gonzalo de Castro |
El
teatro de Juan Mayorga ha recurrido en alguna ocasión a
las impactantes iconografías populares en las que parece
reconocerse la sociedad contemporánea. Así ocurría, por ejemplo,
con El gordo y el flaco y sucede ahora con estas
Últimas palabras de Copito de nieve. El teatro de Mayorga,
de poderosa raíz intelectual, reinterpreta estos iconos en un
sentido trasgresor, y hasta perverso, cabría añadir, porque
descubre en ellos inusitadas capacidades de asociación y de
sugerencia. El resultado dramático enriquece insospechadamente
estas imágenes de identificación colectiva, de suyo
especulativamente modestas. El tratamiento teatral revela
originalidad y vigor creativo, precisamente por este contraste
entre lo limitado y enteco de la imagen - desde el punto de
vista dramático - y la dimensión mental que alcanza su
reformulación, para la que se aprovecha, del elemento inicial,
exclusivamente su facultad de concitar la atención, su condición
de foco de las miradas, y acaso, mediante un procedimiento de
inversión, sus posibilidades revulsivas.
Pedro Caseblanc |
Copito de Nieve |
Últimas palabras de Copito de nieve tiene como
protagonista al gorila albino del zoológico de Barcelona, cuya
muerte – anunciada - constituyó un sucedáneo, ridículo pero
eficaz, de ritual fúnebre colectivo, un ensayo general de falsa
pero sentida catarsis popular. Pero el gorila imaginado por
Mayorga es un animal parcialmente humanizado, de hondas
preocupaciones intelectuales, políglota, lector voraz y
exquisito - afrancesado, dirá él mismo -, que se dirige a los
numerosos visitantes que han acudido a despedirse de él para
hacer sus últimas declaraciones, que constituyen su testamento
intelectual, vital y moral. La situación, insólita y de
indudable fuerza dramática, recuerda inevitablemente al
Informe para una academia de Kafka. Copito se presenta como
un heredero de aquel Pedro el Rojo, de quien recibe su
sarcástica lucidez, su doliente ironía y su amarga precisión
expresiva ante un auditorio que nunca escuchará lo que esperaba,
sino que se verá obligado a replantearse unas convicciones desde
las que contemplaba al simio e imaginaba sus pautas de conducta.
La ventana, abierta a otros mundos, se ha convertido en espejo,
que refleja las propias contradicciones.
Pero
la situación dramática, la muerte pública de un personaje
vertido permanentemente sobre la colectividad, apura la
posibilidades de asociación y recuerda también a la figura de un
Papa impúdicamente mostrado por otros, exhibido como símbolo de
unas creencias y unos presupuestos morales cuestionados
precisamente por esa conversión del hombre en imagen pública, la
que otros desean ver o la que algunos se afanan en construir. Y
el contraste va a producirse aquí entre un discurso de
naturaleza filosófica y humanista y la destrucción del concepto
de hombre, reducido a una suerte de reclamo publicitario, un
objeto de diseño que necesita la proyección de la multitud en
forma de expectativa o de deseo. Así, Copito de nieve se
enorgullecerá de su hipocresía, de su capacidad de engañar
habiendo dado lo que se le pedía, de su condición de actor, en
definitiva.
El personaje cabalga sobre inquietantes filos que dejan a los
lados el deseo de libertad conseguida mediante la lectura y la
reflexión y la condición de eterno cautivo, las reflexiones
sobre el sentido de la vida y la muerte y la inevitable
representación de un papel previamente asignado, que incluye la
interpretación de la propia muerte... minuciosamente preparada
por otros, sin dar ocasión a que el protagonista pueda concluir
la exposición de su testamento y deje sin respuesta precisamente
la cuestión principal sobre la que versaba su discurso. La
situación que se deriva de todo ello queda impregnada por un
extraño y doloroso humor, el que procede de aquel pirandelliano
sentimiento de lo contrario: lo lacerante y lo ridículo conviven
en este personaje que provoca la risa del público, pero una risa
que, por momentos, congela el ánimo, cuando desvela la ironía
que se esconde en nuestra capacidad de creación de mitos
colectivos. O cuando nos ayuda a comprender la condición del
hombre como ser física y moralmente cautivo, como individuo
obligado a repetir unas pautas de conducta que le han sido
impuestas, a comportarse como cree que se le reclama. O cuando
el discurso queda truncado, una vez más y definitivamente, al
abordar lo que parecería más importante. Y esta condición inane
y grotesca del personaje hace reír de nuevo.
La
escenificación ha potenciado precisamente esta dimensión cómica,
quizás porque se entiende que aporta la mejor vía de acceso al
universo dramático propuesto por Mayorga. Y, a la vista de la
recepción del público, el procedimiento parece funcionar. El
humor se refuerza mediante la violencia, la fuerza expresiva en
el trabajo actoral y en el planteamiento conjunto del
espectáculo, que pone de relieve la dramaticidad del cautiverio,
de la sustitución de la vida propia por las existencias
vicarias. Esa energía parece dar respuesta estética al conflicto
planteado por la obra de Mayorga.
Acaso quepa reprochar a los responsables del espectáculo algún
exceso de obviedad, que empaña uno de los textos más sugestivos
y más porosos de la literatura dramática última. Esta objeción
puede extenderse también a algunos momentos de la interpretación
actoral, en los que parece buscarse la respuesta inmediata del
espectador o la explicación, innecesaria, de lo que aportan
situaciones y personajes. Pero merece elogio la entrega física y
la pasión con que se aborda este trabajo. La noche en que asistí
a la función, al público no le pasó inadvertida esa dedicación.
Es de esperar que, con el rodaje de la función, se pulan algunos
contornos, sobre todo en lo que se refiere la interpretación que
Gonzalo de Castro hace del difícil personaje del
guardián, que requiere tal vez una mayor contención, una
confianza en el perfil que el personaje ofrece y en la capacidad
del público para comprender una situación cuyas claves le son,
sin duda, accesibles.
Por lo demás, es preciso subrayar que nos encontramos ante uno
de los más atractivos y prometedores espectáculos de este
comienzo de temporada. Los amantes del buen teatro harán bien en
no
perdérselo.
Eduardo Pérez – Rasilla
copyrigth©pérezrasilla
|
Nuevo Teatro Alcalá
C/ Jorge Juan 62, esq. C/Alcalá.
Tf. 91426 47 79
Metro: Goya (L. 2 y 4, salida Av. Felipe II,
impares)
y Príncipe de Vergara, (L 2 y 4 Salida Alcalá)
Parking Plaza Felipe II.
Entradas: El Corte Inglés, 902 26 27 26
http://www.elcorteingles.es
Grupos 902 20 09 20
Descuentos 3ª edad, martes y domingos.
Email:
grupo@ciestageholding.com
Información en 902 19 82 39
http://www.ciestageholding.com |
|