HOY:
EL DIARIO DE ADÁN Y EVA
REPRODUCIR LA IRRESISTIBLE
EXPERIENCIA DE LA VERDAD
Hace
cuatro años este Diario se presentó en Madrid
dentro del Festival Iberoamericano que la
capital recuperaba. Volvieron a Argentina y allí la
crítica se volcó en elogios. Retornaron y durante un
año continuado la acogida del público, en Madrid, ha
sido elocuente. También aquí las críticas favorables
(muchas entusiastas), y Miguel Ángel Solá,
realmente soberbio en su papel, acaba de ser
galardonado con el Premio al Mejor Actor de
teatro del año. Un éxito que empezó sin hacer ruido,
con el boca a boca del, entusiasmo de los primeros
espectadores, hasta llenar el teatro con una
constancia que provocaría la envidia en cualquIer
productor. Esperamos que esta corriente alcance a
las distintas ciudades de España por donde hará
escala en su gira. |
Título:
Hoy: El diario de Adán y Eva
Autor: Mark Twain
Adapatación: Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza,
Manuel González Gil
Intérpretes: Miguel Augel Solá y Blanca Oteyza
Director: Manuel González Gil
Estreno en Madrid: Teatro Bellas Artes, Mayo 2003
(en gira)
La aventura del teatro es la aventura de la vida pero
concentrada, a modo de extracto que recogiera toda la esencia.
Nos hace revivir lo habido en las entrañas para vivir más, para
resucitar. Y si consigue concitar el recuerdo del mosto
exprimido en el lagar de los amores y desamores de nuestra
historia particular, evocando el aroma del vino y el pan
cotidianos de los que a la postre vive todo corazón, la magia
del teatro se apodera del espectador entre risas y sollozos.
Este milagro es posible de la mano de Miguel Ángel Solá, Blanca
Oteyza y Manuel González Gil, con esta preciosa obra hecha
auténticamente a medida de sus autores y actores.
La apuesta por un teatro apoyado sobre la fuerza y la belleza de
la palabra y la voz, por un texto inteligente y elegante, y una
voluntad de hacer mirar al espectador con amable crudeza,
envuelta en risas, a los misterios más abismales y cotidianos
del hombre, tal vez sea la clave de este milagro.
Sorprende un discurso tan bien declamado, particularmente por la
parte masculina, con largos parlamentos en solitario de un ritmo
trepidante bien mantenido y ¡sin perder matices! Sorprende la
mutación de personaje que hacen ambos actores sobre el escenario
mismo: transiciones hechas teatro, aprovechadas como descanso y
asimilación para el público, ocasión para hacer sitio al cambio
de registro con nuevas emociones, para modificar la perspectiva
y salvar la distancia del espacio como del tiempo. Llegan
momentos en la obra que el espectador lo necesita tanto o más
que los actores y casi siempre porque ya se desea el cambio,
porque el registro ha llegado a su climax y es hora de volver la
mirada del pasado al presente o viceversa.
Pero hay algo todavía que sorprende más, algo que va más allá de
la buenísima dirección capaz de conseguir un armónico trabajo de
los protagonistas: la firme convicción con que se expresan los
actores, la extraña manifestación de la coincidencia entre los
papeles y sus personas.
¿Qué puede aportar sobre la escena una tal representación? Quizá
lo sea todo cuando el texto se arriesga a hablar de lo eterno en
el hombre y no renuncia -. a tomar posición sobre el valor de
las asignaturas cuyo examen obliga a todo el mundo. ¡Parece que
se creyeran lo que dicen! Acierten o no en sus diatribas
transmiten una soberana sensación de libertad. Basta con prestar
oído al viejo actor en la entrevista del programa de radio: ya
posee la edad de despacharse a gusto llamando a las cosas por su
nombre cuando sus palabras nadie las solicita. Se vuelve profeta
de su tiempo, capaz de denuncia de lo obvio y persistente, de
tanta realidad deprimente que nosotros mismos hemos generado.
Esa libertad de la ancianidad rebosa en toda la obra, también
para revelar la belleza de las cosas más sencillas y
permanentes, o la bondad del riesgo del amor, porque las
palabras tienen el mejor altavoz en la carne convencida de los
actores. He aquí la fuerza del teatro que apuesta por la
palabra, del teatro que busca reproducir la irresistible
experiencia de la verdad. Si llega a ella o no que cada
espectador lo decida.
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