TROILO Y CRESIDA
Decepcionante Batiburrillo
Título:
Troilo y Cresida
Autor: William Shakespeare
Versión: Luis Cemuda
Dirección: Francisco Vidal
Ayudante de dirección: Juanma Gómez
Escenografía y vestuario: Ana Garay
Iluminación: Rafa Echeverz
Sonido: Marco A. González
Producción: Ana Bettschen y Compañía Laboratorio
William Layton
Satrería: Marco A. Hernández
Movimiento escénico: Dense Perdikidis
Intérpretes (en Almagro): Femando Sansegundo (Ulises),
Alberto Maneiro (Troilo), Cristina Arranz (Crésida), Emilio de
Cos (Tersites), Raúl Pazos (Pándaro), Israel Elejalde (Héctor y
Prólogo), Antonio Zabalburu (Paris), Daniel Guzmán (Juanma Gómez
(Agamenón), Mariano Gracia (Aquiles), Fran Fernández (Eneas y
Menéalo), José Marta Ureta (Ayax), Gorka Zubaldfa (Voz de
Casandra), Alicia Pascual (Helena). Carlos Ibarra (Diomedes).
Intérpretes (en Madrid): los mimos, menos Mariano
Gracia sustuído por Martín Kai en Aquiles y la voz de Casandra
es Goizalde Núñez.
Estreno en Almagro: Corral de Comedias, 21-7-2003
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (Teatro Clásico) , 11
de junio de 2004.
(Esta crítica apareció en la Revista
Reseña (n. 353) con motivo del estreno del espectáculo en el
Festival de Almagro del 2003. La revista nos concedido la
publicación en esta página web
www.poloniamadryt.net
ó
www.madridteatro.net,
con motivo de su estreno oficial en Madrid).
No es
habitual la presencia de Troílo y Cresida en los
escenarios españoles. Parece ser, sin embargo, que se incluye
con alguna frecuencia en el repertorio de la Royal
Shakespeare Company, aunque hasta el siglo XX había
permanecido casi olvidada.
Acaso los motivos para la ausencia y la presencia sean
semejantes. La complejidad de este texto se manifiesta a través
de muchos rasgos, por ejemplo, su carácter coral y su acción
confiada a un abundante elenco de personajes, sin que ninguno de
ellos, ni siquiera los que dan título a la obra, adquieran
propiamente el rango de protagonistas en el sentido usual del
término. O la dificultad para determinar su género, lo que ha
llevado algún estudioso a calificarla - en su sentido más
elogioso - de antiteatro. En Troilo y Cresida abundan los
elementos narrativos y discursivos, el desfile de héroes y los
tonos épicos y líricos - a veces altisonantes -, consecuencia de
su relación con la Ilíada, fuente última de la obra; pero
aparecen también rasgos propios de la parodia, o hasta del drama
satírico, y situaciones características le la comedia. Y no
faltan tampoco los rasgos cruentos, la violencia y la tragicidad
que se cierne sobre algunos personajes - Héctor, - sobre todo -,
subrayada por sueños, avisos , premoniciones fatales.
A estas circunstancias habría que sumar la dificultad para la
interpretación de la intencionalidad del texto, que, si en todas
las obras de Shakespeare parece difícil, en Troilo y Cresida
ha suscitado encarnizadas discusiones..., o ha generado dudas y
recelos, que, en ocasiones, los critico se han solucionado
pasando de puntillas sobre su complejidad.
El telón de fondo de la guerra de Troya sirve para contar una
frustrada (o frustrante) historia de amor, pero estos dos
núcleos de la narración escénica permiten a Shakespeare escribir
uno de sus textos más desengañados, en el que el pensamiento
barroco se muestra de manera poderosa, (sugestiva e inquietante.
Las paradojas, los mestizajes, la coincidentia oppositorum,
los (engaños, el abismo que media entre la apariencia y
realidad, la desmitificación de héroes y de tópicos, etc., son
los motivos que jalonan esta obra, densa y ligera a la vez en
consonancia con este mismo espíritu barroco, y que cuestionan
radicalmente a sus personajes y a sus asuntos.
En consecuencia, la obra asusta a algunos y estimula a otros a
tratar de desentrañar los misterios de un texto tan problemático
como sugestivo. El Troilo y Cresida que se vio sobre el
escenario presenta una acción atropellada y arbitraria, confusa
casi siempre, en la que faltaba una intención, consecuencia de
una lectura - la que fuese - del texto de Shakespeare. Cuando no
hay ideas claras, es corriente que un director se incline hacia
lo obvio y haga hincapié en lo burdo y en lo efectista, y esto
sucede con demasiada
frecuencia en este trabajo, en el que se prescinde por completo
de la sutileza, del intento de ofrecer respuestas a los enigmas
del texto, y se recurre, con fruición y hasta con
apasionamiento, eso sí, a un cúmulo de acciones desenfrenadas,
pero no siempre justificadas ni coherentes. El vestuario y el
espacio escénico tampoco ayudan demasiado a superar la impresión
de desconcierto. Ana Garay ha firmado, sin duda, trabajos más
interesantes.
En la interpretación domina ciertamente el entusiasmo y no
faltan ni la dedicación ni la energía, pero escasean la
sutileza, el matiz y la profundidad, hasta tal punto que da la
impresión de un trabajo demasiado juvenil o hasta escolar. La
excepción, al menos parcial, hay que buscarla en un actor
sólido, de más que probada trayectoria, como es Fernando
Sansegundo, o quizás también en algunos detalles de un actor en
ciernes, como es Israel Elejalde, pero la dirección del
espectáculo tampoco les concede demasiadas posibilidades.
Eduardo Pérez-Rasilla
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