NUNCA
ESTUVISTE TAN ADORABLE
Jaula
de grillos
Título: Nunca estuviste tan adorable
Autor: Javier Daulte
Escenografía: Ramón Simó
Vestuario: Mariana Plski
Iluminación: José Manuel Guerra
Banda
sonora: Pablo
Ratto & Javier Daulte
Arreglo Musical: Pablo
Ratto, Ezequiel Borra y Joseph Sanou
Caracterización: Toni Santos
Movimiento coreográfico: Mona Martínez, basado en la coreografía original de Carlos Casella
Coproducción: Centro Dramático Nacional,
La Villarroel, Festival
Grec
Ayudante
de dirección:
Víctor
Muñoz i Calafell
Intérpretes: Anabel Alonso (Blanca),
Rubén
Atmellé (Roly),
Albert Ausellé (Rodolfo),
Lurdes Barba (Marta),
Francesc
Lucchetti (Salvador),
Carme Poll (Noe)
y Mireia Sanmartín (Amalia)
Dirección:
Javier Daulte
Estreno
en Madrid: Teatro
Valle-Inclán (CDN),
15 – V - 2008 |
FOTOS: ALBERTO NEVADO |
FOTO:
ALBERTO NEVADO |
Nunca
estuviste tan adorable cuenta la vida de la familia materna del
dramaturgo argentino Javier Daulte.
Fue escrita ajustándose a las bases establecidas en un concurso de teatro y
estrenada con éxito en Buenos Aires en 2004. Llega ahora, cuatro años
después, en un nuevo montaje, al escenario del Centro Dramático Nacional. Visto el espectáculo, la primera
cuestión que se plantea es qué razones han llevado a nuestro primer teatro a programar,
en coproducción con Focus, una
empresa privada, una obra escrita y dirigida por el director de una sala,
la Villarroel,
que dicha productora gestiona en la ciudad condal. Se entiende que Daulte deseara llevar de nuevo a escena
esta obra, como ha declarado, pero no que Gerardo
Vera le haya invitado a que lo haga en uno de sus teatros. El reproche no
obedece al
autor elegido, un brillante representante del actual teatro argentino, que ha
demostrado sobradamente su talento en otras ocasiones, sino a la obra que le ha
abierto las puertas del Valle-Inclán.
Nunca estuviste tan adorable es una comedia costumbrista con un reparto de
siete actores y escenografía única que hubiera tenido mejor acomodo en un
teatro comercial.
FOTO: ALBERTO NEVADO |
Sorprende el escaso
pudor con el que Daulte habla de su
propia familia. Veinte años separan los dos actos en que se divide
la pieza. En el primero,
que transcurre en el Buenos Aires de los años cincuenta del pasado
siglo, nos presenta a su abuela materna Blanca como columna vertebral de
la familia. Los demás
personajes, entre ellos los que acabarían siendo sus padres, giran en torno a
ella zarandeados por sus caprichos y un dinamismo a prueba de bomba. La segunda
parte, que se desarrolla veinte años después, cuando el pequeño Javier ya ha nacido, muestra los
efectos del paso del tiempo en aquellos seres. La abuela ha perdido buena parte
de su energía y su cabeza anda bastante perdida, pero la vida sigue para los demás,
aunque con más pena que gloria. Alimentada
por los recuerdos infantiles – los de la primera parte transmitidos al autor
por los propios protagonistas y, los más recientes, vividos por él en su
infancia y guardados en su memoria-, lo que se cuenta, siendo a veces
dramático, no rebasa nunca los límites de
la comedia. Ni siquiera
cuando uno de los personajes se suicida. La mirada inocente del niño
prevalece y deforma la realidad a su antojo, hasta el punto de que, en una
pirueta final, ofrece una imagen falsa de aquella historia deformada por su
fantasía.
Influenciado
por el cine de la época, el que exportaba Hollywood a medio mundo, convierte el
escenario en el que discurre la anodina vida familiar, un piso de clase media,
en un plató de cine presidido por grandes lámparas suspendidas del techo y una lujosa
escalinata por la que descienden los personajes vestidos con trajes de fiesta.
FOTO:
ALBERTO NEVADO |
El ritmo que Daulte ha imprimido a la obra es, de principio a fin, trepidante.
Los personajes entran y salen de escena continuamente y van y vienen sorteando con
rara habilidad el mobiliario y evitando, con igual acierto, chocar entre si. No parece que sus movimientos
respondan a alguna lógica, pero, vistos en conjunto, parecen seguir las pautas
de una coreografía meticulosamente ordenada. También gritan, gritan mucho.
Aquella casa de tócame Roque es una auténtica jaula de grillos. Uno espera que
tras alguna de las numerosas llamadas al timbre de la puerta aparezca en el
umbral un
psicoanalista dispuesto a rebajar tanta
tensión acumulada en el escenario. Sería
bueno para el público y, sobre todo, para los actores, a los que no les vendría
mal un poco de sosiego. Lo tiene Francesc
Luchetti, cuyo personaje, el abuelo Salvador, es el único que se libra
de la locura general. Los demás, a pesar del agotador ejercicio al que se ven
sometidos, hacen un trabajo meritorio, destacando el de Anabel Alonso, que regresa a los escenarios después de una larga
ausencia ocupada en tareas televisivas.
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