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ARGELINO, SERVIDOR DE DOS AMOS
Demasiado obvio

Título original: Arlequín, servidor de dos amos.
Autor: Carlo Goldoni.
Versión: Alberto San Juan, Andrés Lima.
Dirección: Andrés Lima.
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan.
Iluminación: Dominique Borrini.
Montaje Musical: Guillermo Bautista
Ayudante de dirección: Celia León e Inés Enciso
Ayudante de escenografía: Esmeralda Díaz
Ayudane de vestuario: Cristina Morales
Producción: Teatro de La Abadía en coproducción con el Grupo Animalario
Intérpretes: Elisabet Gelabert (Clarisa), Javier Gutiérrez (Argelino), Alberto Jiménez (Pantalone), Rosa Manteiga (Beatriz), Daniel Moreno (Silvio), Nerea Moreno (Florinda), Pepa Zaragoza (Esmeraldina).
Estreno en Madrid: Teatro de la Abadía, 13 – XII - 2007.

Javier Gutiérrez

En Arlequín, servidor de dos amos confluyen muchas líneas. La comedia del arte presta los personajes, las situaciones y los enredos de la trama. El pensamiento y la estética ilustrados, desde cuyos principios escribía Goldoni, aportan las consideraciones sociales y la observancia de la pulcritud, del buen gusto y de las normas clásicas. La mítica escenificación de Strehler, al frente del Piccolo, potenciaba en el espectáculo su origen popular y sus inagotables posibilidades teatrales, pero también un discurso crítico, pleno de implicaciones políticas. 

Desde este entramado, la compañía  Animalario da otra vuelta de tuerca y convierte la historia en una reflexión sobre el fenómeno migratorio en la actualidad, sarcásticamente mirado desde una sociedad europea que recibe la llegada de hombres y mujeres procedentes de lugares desfavorecidos, en busca de oportunidades y de trabajos que les permitan sobrevivir o mejorar su condición económica, cultural y social. Por ello, no faltan tampoco en este espectáculo algunas deudas con La mirada del hombre oscuro, aquel texto de Ignacio del Moral que abría la reflexión sobre la llegada a España en condiciones dolorosas de inmigrantes africanos.

El teatro español cuenta ya con un amplio corpus de textos y espectáculos que han meditado, desde perspectivas diferentes, acerca de este complejo asunto, que suponía hasta hace pocos años una novedad en España, habituada a la emigración de sus habitantes, pero poco o nada acostumbrada a la llegada masiva de gentes que procedían de otras tierras.

Este Argelino, servidor de dos amos, en el que se ha transformado el título originario de la comedia de Goldoni, constituye una aportación más, que propone una nueva lectura del problema que aqueja al popular personaje.  El Arlequín de la tradición era, ciertamente, un emigrante que llegaba del campo a la ciudad para ganarse la vida y debía utilizar el ingenio y hasta la picaresca para saciar un hambre acumulada quizás durante largos años. Ahora es un argelino llegado al continente europeo, hambriento como su antecesor, que cuenta sólo con sus fuerzas y su astucia para valerse en un mundo hostil que lo trata con desprecio y con indiferencia.  La semejanza es interesante y teatralmente fecunda, desde luego, pero la compañía Animalario ha incurrido en una innecesaria obviedad y en un recurso a la reiteración y hasta a la prédica moral absolutamente superflua. Bastaba un mero indicio para que el espectador pudiera relacionar ambas situaciones. Algo  así hicieron en su momento los creadores de la comedia del arte, Goldoni o Strehler  y los resultados nos parecen todavía hoy ejemplares.

La versión de Animalario cuenta con algunos momentos felices, justamente los que proceden de los momentos más característicos y lo grados de la comedia del arte o aquellos que se consiguen mediante el buen hacer de algunos actores, pero sobran discursos y consideraciones, que, por lo demás y paradójicamente, no eximen a la comedia de una cierta y más que discutible confusión ideológica.

Merece considerarse la interpretación actoral de Javier Gutiérrez, en un Argelino muy elaborado y, a la vez, dinámico y fresco; la de Pepa Zaragoza, en una espléndida Esmeraldina, o la de un siempre sólido Alberto Jiménez, en su papel de Pantalone.


Eduardo Pérez – Rasilla
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