CYRANO
DE BERGERAC
¿Dónde
está la belleza?
Título: Cyrano de Bergerac.
Autor: Edmond Rostand.
Versión: John O. Sanderson.
Traducción: Charlotte Moity.
Escenografía: Daniel Blanco.
Vestuario: María Luisa Engel.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Música: Mariano Díaz.
Maestra
de verso:
Ana
Ramos
Maestro
de esgrima:
Iñaki
Arana
Ayudante
de dirección:
Raúl
Fuertes
Dirección
de Producción:
Concha
Busto
Intérpretes:
José Pedro Carrión
(Cyrano de Bergerac),
Lucia Quintana (Rosana), Cristóbal Suarez
(Cristian), Ricardo Moya (De Guiche), Alberto
Iglesias (Le Bret), Miguel Esteve (Ragueneau), Paco Hidalgo
(Montfleury/Carbón), Román S. Gregory (Ligniére), Nacho Aldeguer (Valvert),
Isabel Ávila (Carabina), Antonio Gómez (Músico), Paloma Rojas (Quiosquera) y
Adán Barrero (Brisaille).
Dirección: John Strasberg.
Estreno
en Madrid: Teatro
Español,
27 – IX - 2007. |
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CRISTÓBAL
SUÁREZ/ J. PEDRO. CARRIÓN
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LUCÍA QUINTANA/RICARDO MOYA |
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J. P. CARRIÓN/ISABEL ÁVILA |
Al cabo de siete años, regresa Cyrano al teatro Español. En el
2000, medio centenar de actores ocupaban el escenario y, en esta ocasión, lo
hacen trece. Donde hubo una agobiante escenografía de cartón piedra, hay otra
menos complicada: un armazón de vigas y pilares que, vestido con telones
pintados o desnudo, acotan el espacio escénico, en el que los personajes se
mueven con holgura. Son notables diferencias que se explican porque aquella fue
una producción del teatro municipal y, ésta, la de una compañía privada
que encuentra acomodo temporal en su escenario. Resulta curioso,
sin
embargo, que, en ambos casos, el físico de
sus
protagonistas,
los excelentes actores Manuel Galiana y José Pedro Carrión, poco tuvieran que ver con el que se le supone
al personaje creado por Edmon Rostand.
Es posible que la difusión alcanzada por el film interpretado por Depardieu contribuyera a que el
imaginario popular le identificara con el corpulento actor francés, lo que, en
principio, se consideraba un serio inconveniente dado que la complexión física de Galiana y Carrión dista de asemejarse a la del modelo cinematográfico. No lo
fue entonces ni lo es ahora, pues, en realidad, en el texto no figura la
descripción de Cyrano, limitándose a
señalar el exagerado tamaño de su nariz y a calificarle de tipo
grotesco y ridículo. No es necesario, pues, dar el tipo para interpretarle. Más
aún, habría que añadir que hay tantos Cyranos como actores que
hagan de él. Si Galiana le mostraba como
un provocador un tanto comedido, dado a la melancolía y, en lo sentimental,
inclinado al amor romántico que cantan los poetas, el de Carrión es todo lo contrario: un tanto teatral, como suelen ser los
fanfarrones, pero sin excesos que le rebajen a la categoría de bufón, y
pendenciero. En cuanto a la pasión que siente por Rosana, a veces parece a
punto de desatarse y romper los límites impuestos por él mismo o por sus
circunstancias. Entre lo platónico y lo terrenal apenas se aprecia distancia,
aunque a la postre, respetando la voluntad del autor, no se decida a
recorrerla.
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JOSÉ PEDRO CARRIÓN |
José Pedro
Carrión,
por su categoría de actor o por el protagonismo que corresponde a su personaje,
podría llenar con su sola presencia la escena, pero no lo hace, sino que deja
espacio para que sus compañeros de reparto la compartan. Destaca Lucía Quintana en el papel de Rosana.
Reconocemos en ella a la mujer resplandeciente, exquisita, enamorada y tierna
retratada en los versos de Rostand y, en el tramo final, a la viuda desconsolada que descubre demasiado tarde que
amó equivocadamente. No todos los actores están a su altura, en unos casos
porque todavía les falta tablas y, en otros, cuando han de doblar papeles,
porque
sus características no siempre se ajustan a
las de sus personajes. Tal vez por ello, en esta ocasión, John Strasberg brilla más en la puesta en escena que en la
dirección de actores. No renuncia a la tan exagerada como eficaz teatralidad de
la obra, pero cuando se le presenta la ocasión rompe los esquemas tradicionales
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J. P. CARRIÓN/LUCÍA QUINTANA |
con que
suelen plantearse determinadas escenas. Con frecuencia, el espacio central es
ocupado por un solo actor, sobre el que se concentra una luz intensa, mientras
los demás, casi en penumbra, forman abigarrados grupos en el exterior del
armazón que le limita. En otras ocasiones, se atreve a burlar la lógica de
ciertos códigos. Por ejemplo, cuando hace que las miradas de los
personajes sigan direcciones que no se corresponden con las de las voces, como si sus
destinatarios fueran personas distintas. Así sucede en la escena del balcón, en
la que, mientras el inflamado discurso de Cyrano vuela hacia los aposentos de Rosana,
su mirada se pierde en la sala.
Respecto
a la traducción que Charlotte Moily ha hecho de la versión de Sanderson,
escrita en verso, hay que decir que, a primera vista, es más respetuosa con el
contenido y la integridad del original que
la que Laura y Jaime Campmany hicieron en el 2000
por encargo del Teatro Español, aunque algunas frases chirríen.
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MIGUEL ESTEVE/J.P.CARRIÓN |
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