ME
ACORDARÉ DE TODOS VOSOTROS
Miscelánea
escénica
Título:
Me
acordaré de todos vosotros
Creación: Ana Vallés
Sobre
textos de
Jaime Gil de Biedma, Peter Handke, Sam McBratney, Oliver Sacks, William
Shakespeare, Ana Vallés y el elenco
Diseño
de iluminación y escenografía: Baltasar Patiño
Vestuario: Ana Vallés y Baltasar
Patiño
Diseño
de sonido: Vladimir Wagener-Lebowski y Baltasar Patiño
Ayudante
de dirección: Fefa
Noia
Asistente de dirección: Leonor Imbert
Producción: Teatro de
La Abadía
Intérpretes: Cristina Arranz (La
muñeca),
Julio Cortázar (El hombre que no está),
Carlota Ferrer (La
mujer del gran tutú),
David Luque (El hombre tranquilo),
Lola Manzano (La
enamorada de Marcello),
Markos Marín (El actor en crisis),
María Miguel (La
mujer en rose),
Rafael Rojas (El propenso al dramatismo),
Fernando Soto (El
hombre que sólo comía zanahorias)
Dirección: Ana Vallés
Estreno
en Madrid:
Teatro
de
la Abadía
(Sala
Juan de
la Cruz), 4 – V -
2007 |
FOTOS: ROS RIBAS |
El
telón de fondo de Me acordaré de todos
vosotros es la memoria. Y la desmemoria. La memoria a veces nítida, pero
con frecuencia frágil, cuando los hechos pasados se evocan diciendo “quizás” o
cuando las imágenes recuperadas aparecen desdibujadas. A veces tan frágil, que
cabe hablar de desmemoria. Alguien se refiere a alguien que sólo comía
zanahorias. “¿Te acuerdas?”, le pregunta a su interlocutor. “No, no me
acuerdo”, responde éste. Una mujer se encuentra con un hombre que la saluda.
“¡Marcelo!”, exclama. “¡Que no, que no soy Marcelo!”, protesta él.
No es extraño que, vistas las cosas, en ese repertorio de la memoria, se
incluyan los recuerdos inventados, como acostumbraba a hacer Federico Fellini
en sus películas supuestamente autobiográficas.
FOTO: ROS RIBAS |
Se habla de
todo ello, pero la obra no sigue un hilo argumental. Es más bien una miscelánea
teatral en la que Ana Vallés, fiel a
su habitual fórmula de trabajo, ensayada con éxito en su laboratorio de la compañía Matarile, reúne
materiales diversos para dar forma a sus espectáculos. El núcleo central lo
constituyen los actores, que se convierten en personajes de sí mismos, en
coherencia con la idea de la directora de que éstos, con su concreción, son una
carga onerosa para el teatro. Así, pues, las vivencias personales de los intérpretes
son parte del contenido del espectáculo. Algunas resultan curiosas, como
aquellas en las que el actor Rafael
Rojas cuenta como su abuela, viuda y sin recursos, tuvo que dejar a sus
hijos en un orfanato que, casualidades de
la vida, estaba ubicado en lo que hoy es el teatro de
la Abadía En el terreno de las
coincidencias, el hecho de que uno de los actores se llame Julio Cortázar, como el autor de Rayuela, da pie a un divertido juego de equívocos muy celebrado por
el público. Entre los materiales de procedencia foránea, se incluyen, en la
parte textual, escritos de autores tan distintos como Gil de Biedma, Peter Handke o Sam McBratney, lo que constituye
todo un homenaje a la intertextualidad. Las demás aportaciones están tomadas del
mundo de la música y de la imagen. Con
las de aquella, se hilvana un nostálgico repertorio que va desde las canciones
de
la Piaff o de Jimmy
Fontana hasta la banda sonora del Amarcord del citado Fellini. Del de la
imagen, Baltasar Patiño ha
tomado referencias del arte plástico de los dos primeros tercios del siglo XX,
para concebir un espacio amplio y diáfano presidido por un suelo rojo y
brillante.
El
resultado es un collage de contenido surrealista, excesivamente largo y con no
pocos altibajos. No todo lo que vemos tiene el mismo interés ni valor. El
magnífico trabajo de los actores, dinámico y con la frescura de lo que es fruto
de la improvisación, disimula, aunque sólo en parte, estos inconvenientes. Para
el recuerdo quedan algunas escenas notables, como las protagonizadas por un
moribundo recalcitrante Julio Cortázar,
todo un homenaje a los payasos, o por Cristina
Arranz, convertida en una muñeca con la rigidez propia de los
antiguos
juguetes. |
FOTO: ROS RIBAS |
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