EL
CURIOSO IMPERTINENTE
Una
feliz recuperación
Título: El curioso impertinente.
Autor: Guillén de Castro
Versión: Yolanda Pallín
Escenografía: Joaquim Roy
Vestuario: María Araujo
Diseño de
peluquería: Sara Álvarez
Iluminación: Miguel Ángel Camacho (A.A.I.)
Coreografía: Mónica Runde
Lucha escénica: José Luis Massó
Asesor de verso:
Vicente
Fuentes
Ayudante de
escenografía y vestuario:
Carolina González
Ayudante de dirección:
Pilar Valenciano
Producción:
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Intérpretes: Arturo Querejeta (Duque de
Florencia), Clara Sanchis (La duquesa),
Nuria Mencía (Camila), María Álvarez (Leonela), Fernando Cayo (Lotario),
Fernando Sendino (Torcazo), Daniel
Albaladejo (Anselmo), José Vicente Ramos (Culebro),
Francisco Merino (Ascanio), Eva
Trancón (Criado 1), Sancho Ruiz, Somalo (Criado 2),
Savitri Ceballos (Criado 3), José
Ramón Iglesias (Criado
4), Ángel
Ramón Jiménez (Camarero)
Músicos: Ana Hernández (Violín), Carlos Alberto Pérez (Violoncello)
Dirección musical: Ángel Ojea
Dirección: Natalia
Menéndez
Estreno en Alicante:
Teatro
Principal,
9 – II - 2007
Estreno en Madrid:
Teatro
Pavón, 21 – II – 2007 |
FOTOS:
ROS RIBAS |
El curioso
impertinente es un título insólito en el repertorio. La acertada política de Eduardo Vasco al frente de
la CNTC (Centro Nacional de Teatro Clásico) ha
permitido recuperarlo para el acervo de la cultura teatral, sacándolo del limbo
exclusivamente académico, que lo destaca, sobre todo, por su condición de texto de inspiración
cervantina.
FOTO:
ROS RIBAS |
Como es
sabido, Guillén de Castro recurrió
en tres ocasiones al material narrativo del autor del Quijote, circunstancia que acaso ha privado a la crítica posterior
de descubrir lo que de original podía haber en la resolución dramática del
escritor valenciano. Porque El curioso
impertinente de Guillén de Castro nos presenta una historia incómoda y sorprendente, casi hasta la irritación,
por cuanto no nos resulta fácil aceptar las conductas de cada uno
de los dos amigos, Lotario, interpretado brillantemente en esta ocasión por Fernando Cayo, y Anselmo, encarnado muy
solventemente por Daniel Albaladejo, cuya
relación es tan estrecha que conduce a que el primero de ellos renuncie al amor
apasionado hacia Camila –pese a ser correspondido por ella de manera no menos
apasionada- en favor del segundo, sólo porque Anselmo ha expresado de
forma ligera que le atrae la muchacha, sin conocer que es la prometida de Lotario.
Y no menos exasperante – e injusta- es la actitud de Anselmo, una vez casado
con Camila.
Sus celos delirantes le llevan a poner a prueba a su mujer hasta mucho más allá
de los límites que aconseja no sólo la prudencia, sino también el sentido
común, por lo que somete a Camila, y también a su amigo Lotario
a una situación incómoda y desagradable, pero además profundamente humillante. Frente a la desmesura estúpida –y consecutiva-
de cada uno de los dos amigos, Camila, interpretada por Nuria Mencía en lo que hasta ahora constituye el mejor papel de su
carrera, muestra una extraordinaria
cordura y una espléndida firmeza. No puede entender ninguna de las conductas de
los hombres, y si primero llama, con toda razón y no poco coraje, traidor a Lotario,
después resiste con entereza la comprensible y legítima atracción hacia él,
cuando Anselmo los deja solos para someterla a prueba. Y si una de las
bondades teatrales de este texto hay que buscarla en esa relación de amistad
extraña hasta la perversión de la condición de amigos, otro de los
logros se encuentra sin duda en el magnífico personaje de Camila, quien ha mostrado
su madurez y su profunda comprensión de su propia libertad al preferir el amor
de Lotario a la hora de elegir matrimonio, al aceptar estoicamente el marido que se le
impone, no sin expresar a Lotario su disconformidad, al
resistir las asechanzas del rijoso y ridículo duque, encarnado aquí por un
siempre eficiente y versátil Arturo
Querejeta, o al aceptar las obligaciones de fidelidad a un marido que no
merece su amor ni su respeto. La consumación final del adulterio revela la
culminación de su proceso íntimo, de gran verosimilitud psicológica y moral, y que opera en la economía del drama como una
variante de la justicia poética, como una recomposición del equilibrio
arbitrariamente alterado y, significativamente, como una quiebra definitiva del
antinatural vínculo entre los dos amigos.
Pero esta
tragicomedia propone también otros asuntos merecedores de interés. Nos presenta
una sociedad en proceso de transformación, cuyos valores tradicionales se
descomponen irremisiblemente y parecen invitar a la adopción de nuevos
criterios morales y vitales. La patente crisis en el matrimonio de los duques –
cúspide y modelo de la sociedad que
regentan-, la utilización del engaño y la felonía por parte de Torcato, con la exclusiva finalidad
de no perder mezquinos privilegios, o la picaresca –entre simpática y canalla-
de Culebro,
bien interpretado por José Vicente Ramos,
aportan algunos indicios de esta descomposición.
El
espectáculo que
la CNTC,
y bajo la dirección de Natalia Menéndez,
ofrece a partir de este texto revela la
madurez que va adquiriendo la compañía, que se advierte, por ejemplo, en
la conjunción del trabajo interpretativo, muy coherente y riguroso en su totalidad,
en la belleza de los aspectos plásticos – vestuario,
iluminación y escenografía - o en la utilización de la música
en vivo, siempre sugestiva, y que se ha convertido en una de las señas de
identidad de la compañía. |
FOTO: ROS
RIBAS |
La
propuesta de Natalia Menéndez tiene
como eje la utilización de un escenario giratorio, metáfora quizás de ese mundo
incierto, veleidoso y cambiante, y
solución eficaz para construir los diferentes ámbitos de la acción dramática. El
escenario es movido por los propios actores, lo que marca un ritmo singular
para la función, que sugiere ese avance lento pero inexorable del desenlace
fatal que todos contribuyen, consciente o inconscientemente, a propiciar, y
subraya también la condición teatral, casi metateatral en este espectáculo, de
cuanto se relata dramáticamente en el escenario.
|