RESEÑA,
1994
NUM. 249,
pp. 3 |
MARAT-SADE
El grito acusador de PeterWeiss
Cuando
en 1994 se retoma el texto de Peter Weiss, Marat-Sade, es inevitable volver a
los acontecimientos de 1968 en España con motivo de ese estreno. La duda
es si ya en 1994 nos dirá algo, porque el montaje de Marsillach se veía
arropado por toda la agresividad contra un régimen del que se estaba cansando
hacía tiempo.
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Título: Marat-Sade.
Autor: Peter Weiss.
Escenografía: Andrea D'Odorico.
Iluminación: Francisco Leal.
Música: Hans Martin Majewski.
Movimiento: Arnold Taraborrelli.
Maquillaje: Juan Pedro Fernández.
Dirección: Miguel Narros.
Intérpretes: José Luis Pellicena (Sade),
José Pedro Carrión (Marat), Enriqueta Carballeira (Simone), Nuria Gallardo
(Carlota), Cherna Muñoz (Roux), Fernando Sansegundo (Pregonero), Gabriel
Garbisú (Duperret), Carlos Lucena (Coulmier), Paca Ojea (Mujer de Coulmier)
Antonia García (Hija de Coumier).
Estreno
en Madrid: Centro Dramático Nacional (T. María Guerrero),
17-II-94. |
CHEMA MUÑOZ |
Era
inevitable acudir al estreno de este Marat-Sade (título síntesis del original Persecución
y asesinato de Juan Pablo Marat representados por el grupo teatral del hospicio
de Charetón, dirigido por el señor de Sade), con algunos interrogantes.
Varias décadas pesaban sobre el texto; el meollo revolucionario marxista de la
obra parecía desfasado una vez que el
marxismo se ha recluido en las bibliotecas; el impacto del Marat de Marsillach, uno
ya no recordaba si se debió a la fuerza del mismo texto o bien a la
intransigencia de aquel gobierno que lo exilió a Barcelona, y la película,
dentro de sus valores, se recibió con menos fuerza, denunciando que Weiss había escrito un texto para que
actores y público se pusieran en contacto sin que mediase la pantalla.
Si
en su época el discurso era preferentemente marxista, en lo que tiene de
revolucionario y de revulsivo contra una sociedad burguesa, cómoda e injusta
en sus estructuras de poder, hoy, ese discurso, sin que se etiquete como marxista,
sigue siendo válido.
A
medida que la representación avanza, al espectador se le desvela la hipocresía
y las injusticias que instituciones y sociedades prepotentes siguen
manteniendo con respecto a los más desamparados. Por tanto, no es sólo un grito
revolucionario contra un sistema nacional o político - que también lo es -,
sino contra el mismo sistema imperante en la sociedad internacional, en eso que
hemos llamado mundo. Es el gran lamento de la esperanza revolucionaria
frustrada, y un grito acusador a esa revolución que encaramada al poder se
marida con la burguesa «sensatez» y la
seductora corrupción.
Nos
encontramos ante un gran espectáculo en todos los aspectos: desde el nivel
plástico hasta el nivel interpretativo. Todo está muy cuidado.
Las
equilibradas composiciones de los cuerpos en el espacio evocan, con frecuencia,
el mundo pictórico y escultórico, mediante trazos sugerentes, sin caer en la
burda construcción del cuadro plástico. Enmarcada en una bella y austera
escenografía de Andrea D'Odorico, la
representación consigue mantener un ritmo y una fuerza impresionante. Los
movimientos de Taraborrelli en las
coreografías corales no sólo crean líneas vistosas, sino que están compuestas
con gran dinamismo que en los momentos culmen - climax orgiástico y desplome
final -, a pesar del efectismo teatral, poseen gran fuerza y crean el subtexto, en
estas composiciones corales, llama agradablemente la atención el rigor
dramático con el que se ha tratado la figuración de los locos, consiguiendo
no una masa anodina de expresiones histéricas, sino el diseño de
auténticos personajes y tipos.
La
interpretación consigue, como pocas veces se logra, una calidad unitaria en la
que no se puede dejar de lado a nadie. José
Pedro Carrión, cuyo físico le acerca a las imaginerías de Marat,
crea un personaje lleno de pasión y fuerza en contrapunto con la casi sombra
discreta y muy bien perfilada de Enriqueta
Carballeira en su Simone. Nuria Gallardo es una patética y ensoñadora Carlota
Gorday de difícil juego expresivo y vocal por la necesidad de
diversidad de registro. De la prueba sale triunfante. Chema Muñoz compone un personaje violento y casi satánico,
que irrumpe narrativamente creando una fuerte tensión. Tales elogios alcanzan
también a todo el elenco y sería injusto dejar nombres fuera.
Ahora
bien, sin quitar un ápice de lo dicho, se mantienen ciertos tratamientos,
válidos en la época de Weiss y fieles
a la dimensión distanciadora «brechtiana», pero hoy resultan trasnochados o
poco expresivos, como es la intervención irónica del pregonero dirigiéndose al
público. Actualmente resultaría más creíble que tales advertencias las
dirigiera a los espectadores teatrales de la representación dirigida por Sade:
los dueños del hospicio. Igualmente sucede con el intento de fundir
platea y escenario mediante la incursión de los locos dentro del patio de
butacas o la irrupción de los dueños del hospicio a través del mismo.
Resulta un efecto manido y desvaído.
Con Marat-Sade, Miguel Narros da lo mejor que tiene como hombre de teatro y
consigue un espectáculo unitario en todos los aspectos. Esta perfección formal
se enriquece con un texto que sorprende por su impresionante actualidad, hasta
el punto de hacemos dudar de la fecha de su escritura o engendra la sospecha de
la fidelidad de la adaptación de Miguel
Sáenz. Sin embargo la fecha se retrotae a décadas anteriores y la pluma de Sáenz ha partido de la versión
alemana, teniendo como criterio al rigor y huyendo del oportunismo al que se ve
abocado cualquier adaptador.
Cuando
nace un espectáculo como el que Narros ha concebido, se vuelve a confiar en el teatro.
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