RICARDO 3º
Hijo de la mala educación
Título: Ricardo
3º.
Autor: William
Shakespeare.
Traducción: Salvador
Oliva.
Adaptación y
dirección: Älex Rigola.
Escenografía: Bibiana
Puigdefábregas.
Iluminación: María
Doménech.
Vestuario: M. Rafa
Serra.
Sonido: Ramón
Ciércoles.
Música: Eugenio
Roig.
Intérpretes: Chantal
Aimée, Pere Arquillué, Joan Carreras, Pere Eugeni Font, Ángela Jové, Nathalie
Laviano, Norbert Martínez, Sandrá Monclús, Alicia Pérez, Joan Raja, Eugeni Roig
y Ernest Villegas.
Producción: Teatre
Lliure y Teatro Español.
Estreno en Madrid: Teatro
Español, 28 - XII - 2006. |
FOTO: ROS RIBAS |
Las
primeras proyecciones aparecidas en la pantalla que luego mostrará diversas
escenas de la obra son el retrato de Shakespeare y una frase asegurando
que el comportamiento del ser humano es consecuencia de la educación que ha
recibido durante su infancia. De modo que, cuando comete desmanes, esa es la
causa principal. Opina Rigola que los crímenes de Ricardo 3º tienen tal origen y pone como ejemplo actual el caso de esos muchachos
estadounidenses que, en abril de 1999, asesinaron a trece compañeros de
escuela. Recuerda que pertenecían a familias acomodadas, que les proporcionaban
todo lo necesario para disfrutar de una vida normal, pero un buen día, cansados
de no ser los más guapos y fuertes de la clase ni de ser los niños
mimados de sus profesores, decidieron comprar armas y disparar a todo el que,
en el camino de las aulas, se cruzara con ellos. Así se convirtieron en los
reyes de la fiesta. De una fiesta macabra. Rigola va más allá en sus
apreciaciones. Considera que ese mal propio de la de la nación capitalista por
excelencia está en trance de extenderse a Europa y, en su versión de la obra de Shakespeare, trata de advertirnos de ese riesgo. Cree, y no le falta
razón, que los mensajes que reciben los adolescentes desde la prensa, la radio
y la televisión invitan al engaño, a la extorsión y al crimen. Si al
final optan por ese camino, ¿quiénes son los culpables, ellos o la
sociedad que les ha maleducado? ¿Qué queremos? ¿Acaso más Ricardos?
Bajo esas premisas, Rigola ha trasladado la acción desde la Inglaterra del siglo XV a un tugurio actual de una ciudad de Estados Unidos regentado por una
familia mafiosa.
FOTO: ROS RIBAS |
Lo que sucede es que, en la
tragedia de Shakespeare, no se plantean las preocupaciones del adaptador
de su obra. Los resortes internos que mueven al personaje permanecen secretos.
El Ricardo III que allí se retrata es un ser ambicioso y cruel,
hijo de su tiempo, pero no del nuestro. Ambición que, para ser satisfecha,
necesita del crimen. Nada se dice de la educación que ha recibido. Lo que
confiere actualidad y universalidad a este personaje y a otros nacidos del
mismo genio creador es su condición trágica. Schiller vio en él la perfecta
representación de la deformación física y moral, la encarnación del egoísmo y
del despotismo. Otros han dicho de él que
es un torbellino que salta sobre los prejuicios y atropella las conciencias. |
El
primer gran problema de esta versión es que la tragedia original ha sido
instalada en el territorio del drama sin modificar el lenguaje. Hay incluso quiénes
la han calificado de melodrama o, a la vista de la abundancia de bailes
disparatados y canciones desenfadas incorporados, de comedia de situación, lo
que hace más patente la incompatibilidad entre el texto y el escenario en el
que se dice. Por otra parte, más allá de las declaraciones del director y de
las nota del programa, en la función no se habla de los motivos aducidos para
acercar la obra a nuestro tiempo, ni aparecen reflejados en la puesta en
escena. El espectáculo se contempla, pues, como un tributo más a la modernidad,
tan frecuentes en el teatro último. La libertad de la que goza el artista
permite hacer este tipo de experimentos, sin que su ejercicio deba ser
reprochado, aunque con frecuencia los resultados sean criticables. Además, si lo
que vemos nos defrauda, siempre nos queda el consuelo de que podemos releer y
disfrutar el texto. En todo caso, no está de más recordar que no es lo mismo
tomar a un personaje clásico para recrearle en una propuesta original que tomar
una obra entera y trufarla de anacronismos. Los riesgos están a la vista.
Dicho
esto, en lo artístico y lo técnico todo funciona correctamente. Es acertada la
poda del texto y la reducción del extenso reparto a doce personajes. El
espectáculo es de cuidada factura, está bien iluminado y es conducido a buen
ritmo. En cuanto a los actores, a pesar su reconocida calidad, acreditada en
numerosos trabajos anteriores, asumen con escasa credibilidad la imposible
tarea de interpretar a una tropa de mafiosos y putas que, siendo vulgares, se
expresan como si acabaran de llegar de la corte del verdadero Ricardo III.
Aunque el vocabulario de aquellos nobles ingleses no fuera edificante, tenía
una grandeza que, en boca de tipos con tan mala catadura, desentona.
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