MI VIDA GIRA
ALREDEDOR
DE
500 METROS
Título: Mi vida gira alrededor de
500 metros
Autor: Inmaculada Alvear
Espacio escénico: Guillermo Heras
Vestuario: Ana Rodrigo
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Música en directo: Conan Carmona
Realización escenográfica: Metamorfosis
Ayte. de dirección: Daniel Martos
Producción: Behemot S. L. & Arena
Compañía: Teatro del Astillero
Intérpretes: Marcela Yurfa 8madre), María Castillo
(María), Eugenio Gómez (Antonio), Sol Montoya (Chiqui), Dani Martos (Policía)
Dirección: Guillermo Heras
Duración: 1 hora 25 minutos (sin intermedio)
Estreno en Madrid: Centro Cultural de
la Villa (Sala II), 16 –XI – 2006 |
SOL MONTOYA/EUGENIO GÓMEZ
FOTO:
JORDI PLA |
Mi vida gira alrededor
de
500 metros es un texto de Inmaculada
Alvear, accésit al Premio María Teresa León para Autoras Dramáticas 2004. Guillermo Heras la dirige y
la Compañía Teatro del Astillero (1995), cuyo interés
teatral radica en textos de cierto compromiso y que sin perder la dimensión
artística aborden la realidad cotidiana,
la produce. En esta ocasión la realidad
cotidiana se llama violencia de
género.
Una familia infectada por ese lastre de violencia, que, casi diariamente,
se asoma a las páginas de nuestra prensa y nuestros televisores. El tema ha
sido recurrente tanto en cine como en teatro. En el programa de mano se
califica a este texto de “poema dramático”,
y algo de eso hay tanto en la puesta en escena como en los diálogos o monólogos
de los actores. Habla de la realidad agresiva, pero no en clave totalmente
realista. Y este es uno de los aciertos. Prefiere acudir a símbolos, acciones
evocadas, sonidos y deambula por el camino de la sugerencia.
El título alude a
500 metros. Esta es la distancia que un juez impone al reconocido maltratador. Esta medida inspira
todo el tratamiento y crea una eficaz imagen de lo que supone la consecuencias
del maltrato en cada uno de los miembros de la familia: un territorio cercado
por una valla, los
500
metros, que aprisionan a madre, padre (al propio
maltratador), hija y abuela.
Un elemento novedoso con respecto a otras producciones que abordan
el tema, es la presencia de la niña. Por lo general, el conflicto se
presenta dramáticamente como un problema de violencia entre los cónyuges. En
esta ocasión la niña termina por ser la protagonista y asistimos a su
problemática más que a la de sus padres.
FOTO: JAVIER NAVAL |
La historia
que se nos cuenta es un gran “flash back”. Partimos del cementerio al que
acuden abuela y nieta, la cual lleva un geranio blanco entre las manos y al
final volvemos a él. Ya en el “flash back”, la estructura de la historia no es
lineal sino a base de momentos familiares – los referentes a las relaciones
agresivas - alternados con reflexiones por
parte de la niña. Ello implica saltos narrativos en los que se rompe la
estructura espacio - temporal al uso, con lo que exige el cambio continuo de diversos
ambientes escenográficos y de vestuario. Tal estructura podría equipararse a lo
que en cine – alargando el concepto - se
ha dado en llamar “acción culmen o puntual” y que son apropiadas para el mundo
de los recuerdos. Esto nos lleva a que el texto de Inmaculada se parece mucho a un guión de cine y no tanto por
trabajar con escenas breves y saltos
espaciotemporales, sino por la fragmentación interna de la propia historia
de una familia centrada en aquellos momentos que han marcado
(¿traumatizado?) la vida de la niña María, hasta el punto de
que – parece insinuar la autora – para ese fin también tendrá que estar
preparada la niña en su adultez. Tal modo de contar es interesante y
eficaz. |
El subir este texto a un escenario teatral con este tipo de
estructura no al uso, no era fácil. Guillermo
Heras ha sabido encontrarle el espacio y el ritmo adecuado, al mismo tiempo
que ha jugado con una serie de símbolos con cierta evocación poética: el mundo
de los geranios – rojos (sangre) y blancos (reposo), la madeja de lana, las
canicas, el mundo de los dibujos infantiles que la niña traza sobre un
lienzo, la muñeca necesitada de maquillaje como la madre golpeada, el
maquillaje-sangre… y la acertada evocación de la muerte. Al ser la mirada de la
niña la que reproduce la historia acude a una plástica escénica del
mundo infantil: los colores puros pintan los objetos y unos módulos – al estilo
de los antiguos tacos coloristas de madera de las construcciones infantiles –
son capaces de asumir diversas funciones mobiliarias y espaciales. Esto hace
que las transiciones no entorpezcan el ritmo de la función.
Los recuerdos y diálogos se alternan, se hilvanan y a veces se
superponen, mediante la asociación de situaciones o de palabras, acomodándose
bien a la técnica del recuerdo, lo cual proporciona verosimilitud al trauma de
la niña, que vive de modo inconsciente y sin dramatismos. Esta ausencia
de tremendismo hace que el modo de tratar el tema sea novedoso y a la vez
creíble. Además del horror que produce un maltrato en sí mismo, se añade
la privación de libertad debido a esos
500 metros que nadie
puede traspasar: ni él, ni ellas. Este espacio que termina por ser
claustrofóbico, parece ser el centro de atención de la obra, más que el
maltrato en sí miso. De ahí que el tema de la llamada violencia de género,
comporta un mundo amenazante más allá de la bofetada y que casi es peor.
Inmaculada no ha querido
ver ni buenos, ni malos. A esto ayuda el que la historia sea a través de la
mirada de la niña. Una niña, que en esos casos al no ver todo, ve
bueno al padre y buena a la madre. De
este modo se plantea el gran interrogante que todos llevamos dentro:
¿cómo explicar la esquizofrenia del maltratador? La amo y a la vez la
maltrato. El texto no pretende dar una respuesta sino plantear, como secuela,
algo que se da contemporáneamente al maltrato, pero incomprensible.
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SOL MONTOYA/MARÍA CASTILLO
EUGENIO
GÓMEZ |
En el texto original la niña tiene nueve años. No se
ha recurrido a una actriz/niña – en la lectura dramatizada que se hizo sí se acudió a una niña de esa edad – y
esto da un sesgo nuevo a la puesta en escena. María Castillo, actriz joven y menuda, ha trabajado en Teatro para
niños. Conoce los recursos mímicos infantiles y con discreción los
insinúa. Ayuda al infantilismo, los dibujos del panel de fondo, que me parecen
demasiados primitivos para una niña de nueve años. (No sé
exactamente cómo pinta una niña de nueve años, pero a esa edad –
creo - se dibuja mejor). De todos modos al no utilizar una niña –
comprendo las dificultades práctica que ello trae consigo – todo cambia un
poco. Tenemos que entrar en los convencionalismos, - el teatro siempre ha tenido
muchos de ellos -, pero puede tener su sentido ya que al entrar en el mundo del
recuerdo (el flash back), la fisicidad externa de un adulto no corre paralela a
cómo se ve en su mundo interior del recuerdo infantil. Esto mismo le da cierto
distanciamiento que evita el melodramatismo o el panfleto.
MARÍA CASTILLO
FOTO: JORDI PLA
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En las
informaciones aparecidas se apunta que en este texto se lleva la temática al
terreno de lo cotidiano: todos, en nuestra vida, somos víctimas y
maltratadores. Tal dimensión no queda muy clara de la propia representación.
La labor interpretativa de todo el elenco es de alabar. Sabe
mantenerse bien en ese límite de lo apremiante del tema sin caer en el
melodrama. María Castillo logra ese difícil equilibrio a que le obliga encarnar a
una niña, no siéndolo. Sol Montoya, también con mucho peso en la obra, se desdobla en un
personaje de muchos matices. Eugenio
Gómez, el padre, sabe componer una
personalidad ambigua y desconcertante. Gusta el recuperar a Marcela Yurfa, en el papel de la
abuela.
Hay que destacar el ritmo y agilidad de una función, cuyo texto
está despiezado espacial y temporalmente.
Lo he insinuado antes, pero del texto de Inmaculada podría salir un buen guión de cine.
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