LA CASA DE BERNARDA ALBA
MUJERES ATRAPADAS
EN UN CÓDIGO DE BARRAS
Título: La casa de Bernarda Alba.
Autor: Federico García Lorca.
Escenografía e iluminación: Paco Azorín.
Vestuario: Javier Sáez.
Espacio sonoro: Paco Iglesias.
Intérpretes: Marta Juániz, Maiken Beitia,
Emi Ekay, Carol Verano, Leire Barkos, Belén
Otxotorena, Leire Ruiz y Pilartxo Munárriz.
Dirección: Carme Portaceli.
Estreno: Teatro Español,
7 – IX - 2006. |
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Unas palabras previas, que repiten las dichas en alguna ocasión
por este crítico a propósito de algunos espectáculos. En la
publicidad y en el programa de mano se anuncia la presentación
de La casa de Bernarda Alba y figura como autor
Federico García Lorca. Pero lo que se ofrece no es el texto
integro que firmó el autor. Sólo un atento lector del programa
podría percatarse de ello, pues en él se dice que la duración
del espectáculo es de setenta y cinco minutos. Por otra parte,
en ocasiones, las palabras originales han sido sustituidas por
otras. Estamos, pues, ante una adaptación de la obra y eso debe
advertirse, además de informar de quién es el autor de ese
trabajo.
Carme Portaceli, responsable de la puesta en escena y
casi con toda seguridad de las mudanzas del texto, ha huido
deliberadamente de la idea lorquiana de que se trata de un drama
de mujeres de los pueblos de España. Ha puesto sobre el tapete
la suya, aprovechando la enorme carga que lleva dentro
y
las muchas interpretaciones que permite, aplicables a
situaciones políticas o sociales muy diversas. Nada que objetar.
La ya larga vida escénica de La casa de Bernarda Alba
ofrece un amplio repertorio de interpretaciones, tan rico en
aciertos como en fiascos. No lo es la propuesta de Portaceli,
cuyo largo historial como directora de escena es excelente, pero
tampoco satisface. Ha borrado del texto todo lo que hay de él de
costumbrista, como la primera escena, la que tiene lugar en la
casa de Bernarda tras el entierro de su esposo,
cuando la escena se llena de mujeres enlutadas, con pañuelos
grandes, faldas y abanicos negros. La casa andaluza de paredes
blancas ha sido sustituida por la gigantesca reproducción de un
código de barras que cubre el fondo y el suelo del escenario, y
el mobiliario por varios bancos negros. En ese marco se mueven
Bernarda, sus hijas y la
Poncia, a la que, por cierto, se le ha quitado el
artículo que apostilla su condición de criada. Sorprende que el
papel de Bernarda corresponda a una actriz joven
cuya edad no es mayor que la de sus hijas. No estamos, pues,
ante un personaje cuya energía y carácter autoritario es
consecuencia de su dilatada vida, durante la que ha matrimoniado
y enviudado dos veces y ha parido cinco, sino ante una especie
de rigurosa funcionaria de prisiones atenta a la conducta de las
reclusas. Su vestuario – traje sastre oscuro y botas - confirman
esa interpretación del personaje.
¿Qué nos propone Portaceli en su Bernarda?
Reflexionar sobre la intransigencia, ha declarado. Condición que
atribuye a Bernarda porque ella la padeció y su
corazón se llenó de rencor, de dolor y
de
venganza, siendo incapaz de transmitir a sus hijas un amor que
no ha conocido. En su mundo, concluye, no caben los
sentimientos. Esto último es cierto, pero dudo que el
comportamiento de la viuda intolerante sea consecuencia de su
vida pasada. En ningún momento alude a que no conociera el amor,
ni se muestra en desacuerdo con lo que la tocó vivir. Al
contrario, acepta que las cosas fueran así, porque era lo
habitual en una sociedad patriarcal cuyas reglas aceptó, de
manera que es difícil concebir que albergara sentimientos de
rencor o de venganza. En todo caso, al convertir a Bernarda en
una mujer tan joven como sus hijas, cuesta trabajo asumir que el
personaje tenga pasado. Pierde, pues, entidad y el protagonismo
recae en las muchachas, algo que es evidente en la obra de
Lorca y que, sin embargo, muchos ignoran. Bernarda es la
severa guardiana que trata de imponer su ley, pero donde anida
el rencor que desencadena la tragedia es en ese grupo de mujeres
capaces de despedazarse por conquistar el favor del macho.

La puesta en escena de Portaceli es fría. Todo ha sido
concebido para que así sea. A pesar del buen trabajo de las
actrices, cuesta trabajo entrar en ella. Así sucedió, al menos,
el día del estreno, en el que diez minutos después de empezar la
representación, el público seguía accediendo a la sala y desde
el vestíbulo llegaban voces airadas, lo que dificultaba el
seguimiento atento de los que sucedía en el escenario. Es de
suponer que las actrices también fueron víctimas de tan insólita
situación. ¿Fue esa la causa de la precipitación con la que se
dijo el texto, con ausencia casi total de pausas, de tal modo
que la representación durara poco menos de una hora en lugar de
los setenta y cinco minutos anunciados? En todo caso, digamos
que, a medida que avanzaba la función, resignados con las
alteraciones del libreto y ya habituados a las transgresiones
propuestas en el montaje, surgen escenas plenas de fuerza
dramática y otras de gran belleza estética, es especial la que
cierra el espectáculo, en la que las palabras rotundas y
desesperadas de Bernarda proclamando la virginidad
de Adela se derraman sobre el cuerpo desnudo de
Adela, que rueda desde el fondo del escenario hasta
detenerse en el proscenio.
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