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CUATRO CORAZONES
CON FRENO Y MARCHA ATRÁS
EL JARDIEL MÁS DESFASADO
en
LOS JARDINES GALILEO |
Título: Cuatro corazones con freno y marcha atrás.
Autor: Enrique Jardiel Poncela.
Dramaturgia: Manuel Canseco
Música: Miguel Tubía.
Escenografía y vestuario: Lorenzo Collado.
Coreografía: Eduardo Ruiz
Sonido: Milán Acústica
Producción: Escenarios Virtuales S. L.
Ayudante de Producción y prensa:
Raquel Berini
Ayudante de dirección: Raquel Berini
Intérpretes: Mariano Venancio (Emiliano), Paloma Paso Jardiel
(María y Elisa), Miguel Tubía (José y Fernando), Ricardo Luna
(Corujedo y Meighan), Silvia Fioole (Juana y Margarita), Antonia
Paso (Valentina), Lola Muñoz (Hortensia), Francisco Vial (Dr.
Bremón), Xabier Olza (Ricardo), Joan Llaneras (Heliodoro y
Federico).
Dirección: Manuel Canseco.
Estreno en Madrid: Jardines de Galileo,
7–VII-2006.
Veranos de la Villa. |


FOTOS: L. COLLADO / M. CANSECO |
El teatro Galileo continúa con su tradición veraniega. Una pieza
festiva, procedente del acerbo de la comedia española del siglo
XX, proporciona la ocasión de realizar un espectáculo al aire
libre, en el ambiente distendido propio de la velada estival.
Este año regresa Jardiel Poncela, con uno de sus títulos más
representativos, Cuatro corazones con freno y marcha atrás,
compuesto y estrenado poco antes del comienzo de la guerra
civil, en uno de los períodos en los que Jardiel parece escribir
con mayor libertad. Emplea aquí algunos rasgos de esa variante
de la alta comedia, que consiste en el juego de enigmas menores
y averiguaciones atropelladas y excesivas, con la utilización
masiva de puertas, criados, cartas y mensajes, entradas y
salidas, que combina con la burla amable de la comedia de época,
pero, sobre todo, con la farsa imaginativa y dislocada, que
tiene su referente en el descubrimiento científico
revolucionario e inverosímil, en una suerte de remedo paródico
de la ciencia ficción. A partir de él, Jardiel desarrolla una
secuencia de acontecimientos despreocupada e hilarante, pero a
la vez desesperada y escéptica, como correspondía a una visión
del mundo tan frecuente en el período de entreguerras, marcada
paradójicamente por la exigencia de un placer intenso y sin
límites y por el hastío de la vida.

FOTO: L. COLLADO / M. CANSECO |
Sus personajes anhelan una eterna juventud, plena de
satisfacciones y de goces, en el que el dinero no les falte ni
experimenten ningún tipo de cortapisa para su disfrute. Los
inventos estupendos del Dr. Bremón, acertada variante del sabio
estrafalario, pero genial y entrañable, van solucionando
oportunamente los problemas del grupo. El contrapunto del
sentido común, ligeramente socarrón y familiar, corre a cuenta
de Emiliano, el cartero expedientado y convertido en ordenanza
de Bremón, a cuyo cargo está la tradicional función del criado
jardielesco, fiel hasta el delirio y colaborador necesario de
los proyectos de sus amos. Pero Jardiel, insaciable en lo que a
episodios y personajes se refiere, se recrea en el cúmulo de
consecuencias que lleva consigo la inmortalidad de los
personajes principales, sobre todo en el ámbito de su propia
familia, fértil en situaciones descabelladas - pero
impecablemente lógicas desde los planteamientos de la farsa -,
que naturalmente alteran hasta el desquiciamiento a los
personajes que las padecen. Y, añade además un cúmulo eficaz de
personajes secundarios - muchos de ellos suprimidos o fusionados
en esta versión por razones de reparto -, con sus singularidades
y sus manías, de extraordinaria comicidad.
Manuel Canseco ha procurado montar la historia de Jardiel con la
mayor claridad posible y ha buscado la ligereza y la fluidez en
su relato dramático, las que contribuye la utilización de un
doble escenario, en el que, si bien se ve obligado prescindir de
puertas y paredes, facilita el tránsito continuo de los
personajes. Desde ese mismo criterio, se han utilizado muy
escasos objetos escenográficos y de atrezzo, reducido a lo
imprescindible. Todo es sencillo y eficiente. No hay lugar para
grandes sorpresas, pero nada ni nadie parece exigirlas. A
cambio, la comedia, y su humor, funcionan sin impedimentos ni
dificultades.
La interpretación es también sencilla, limpia y contenida,
tradicional en sus modos y al servicio de la comicidad del
texto, sin exagerarla ni acentuarla nunca. No todos los actores
están a la misma altura, aunque, con alguna excepción, cuyo
nombre aconseja emitir el buen humor veraniego que rodea al
evento, su trabajo parece suficiente. Destacan el buen hacer, la
finura y el instinto dramático de Antonia Paso en el papel de
Valentina. La actriz ha madurado respecto a experiencias
anteriores y va mostrando cualidades para estos papeles de dama
joven que con tanto afecto escribía Jardiel. Entre los actores
veteranos merecen elogio los trabajos de Mariano Venancio y
Joan
Llaneras. |

FOTO: L. COLLADO / M. CANSECO |
En suma, el espectáculo funcionó muy bien el día del estreno,
ante un público que pareció divertirse
y mostrarse satisfecho
con la comedia, el director y los actores. A todos ellos
aplaudió generosamente.
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