HIELO Y
FUEGO
UN CASO DE PEDERASTIA
Título: Hielo y Fuego (Frozen)
Autora: Bryony Lavery
Diseño Ciclorama y Ambientación: Rogué
Vestuario: Javier Artiñano
Iluminación: Rafael Écheverz
Diseño cartel: Vicente Serrano
Fotografías: Enrique Cidoncha
Movimiento escénico: Mariano Brancaccio
Jefa de casting: Ángeles Albadalejo
Directora de producción: Eva Paniagua
Producción: Tomás Gayo producciones, S.L.
Intérpretes: Tomás Gayo (Ralph), Magüi Mira (Nancy), Carmen
Conesa (Agnetha), Antonio Castro (Voz de David), Mundo prieto
(Guardia).
Dirección: Nieves Gámez
Estreno en Madrid: Centro Cultural de la Villa de Madrid,
18 – I
- 2006 |
MAGÜI MIRA (NANCY)
FOTO: ENRIQUE CIDONCHA |
CARMEN CONESA (AGNETHA)
FOTO: ENRIQUE CIDONCHA |
Hay cuatro personajes: un hombre de mediana edad (Tomás Gayo,
Ralph) que en veinte años ha violado y asesinado a siete niñas;
la madre (Magüi Mira, Nancy) de una de las niñas; una psiquiatra
(Carmen Conesa, Agnetha) que está realizando una investigación
sobre los asesinos en serie, y un guardián de la cárcel (Mundo
Prieto) en la que el asesino cumple condena. Excepto el último,
que no habla, los demás lo hacen, a lo largo de hora y media de
las dos que dura el espectáculo, en forma de monólogos dirigidos
al público. Así sabemos, porque ellos lo cuentan, que el asesino
es un tipo raro y solitario, aficionado a los tatuajes, que no
tiene reparos en relatar minuciosamente como llevó al cabo el
último de sus crímenes; que la madre ha pasado varios años
esperando el imposible regreso de su hija pequeña, asesinada
cuando regresaba de casa de su abuela, a la que había ido a
buscar unas tijeras; mujer locuaz, nos habla de su vida,
abundando en detalles intrascendentes, y de las relaciones
familiares, en especial las que mantiene con su esposo y con la
otra hija; también nos ofrece una minuciosa descripción de los
restos de la criatura asesinada que se conservan en el féretro
en el que ha sido enterrada, manifestando su deseo de que el
culpable sea castigado por la justicia; y, en fin, la psiquiatra
nos pone al corriente de su miedo a los aviones, de alguna
preocupación personal causada por asuntos sentimentales, así
como de su opinión profesional sobre si este tipo de crímenes es
perdonable.
TOMÁS GAYO (RALPH) |
Sólo al final, muy al final de la obra, los monólogos dejan paso
a algunos diálogos mínimos. He leído, relacionado con esta obra,
que tales monólogos rompen la cuarta pared. No es cierto. Romper
la cuarta pared es otra cosa muy distinta. No cabe poner reparos
a esta fórmula, cada vez más frecuente en la dramaturgia
contemporánea, pero, a veces, su utilización parece obedecer a
la incapacidad de ciertos autores para resolver la obra por
cauces verdaderamente teatrales. No quiero decir que este sea el
caso de la dramaturga inglesa Bryony Lavery, desconocida en
España, pero con un amplio historial en su haber, aunque uno se
pregunta por las razones que la han llevado a plantear su
propuesta en los términos en los que lo ha hecho. Cuando
aparecen los diálogos y, con ellos, la confrontación entre los
personajes, la
obra crece. Demasiado tarde, sin embargo, para vencer el tedio
que nos ha ido invadiendo, del que solo nos alivia el excelente
trabajo interpretativo de Magüi Mira.
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