LA ETERNA CANCION
RECONCILIARSE CON LA ZARZUELA
Título:
La eterna Canción
Libreto: Luis F. De Sevilla
Revisión del texto: Angel Facio
Música: Pablo Sorozábal
Escenografía: Cecilia H. Molano
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (a.a.i.)
Vestuario: Javier Artiñano
Producción: Teatro Español para los Veranos de la Villa
Intérpretes: Enrique Baquerizo (D. Aníbal, bajo), Amanda
Serna (Laura, soprano), Javier Galán (Manolo, barítono),
Francisco Vas (Jacinto, tenor), Beatriz Díaz (Tina,
soprano), Millán Salcedo (Montilla, tenor cómico), Tony
Cruz (Comisario), Pep Sais (D. Tomás), Zorion Eguileor
(D. Martín), José Luis Santos (Marcelo)
Coro: En esta ocasión se personalizan: Román S. Gregory
(Martínez y Un señor que protesta), Carmen Arévalo (Doña
Pilar y Buscona), Iván Villanueva (Operario y Policía
1), Adela Estévez (Purita), Susana Rodríguez (Lola),
Noelia Buñuel (Nati), Andrés Navarro (Un señor que
protesta), María Luisa Garín (Una cuñada y Mujer),
Antonio Queimadelos (Marido y Policía 2), Regina
Barbastro (Señora y Una mujer), Zulima Memba (Una joven
y Cerillera), Karmelo Peña (Un hombre y un señor),
Emilio Cerdá (Joven 2 y Camarero 1), Luis Enrique Jimeno
(Joven 3), Raquel Cordero (Una joven 2 y Niña cursi 1),
Yolanda González (Una joven 3 y Niña cursi 2), Rafael
Segarra (Un novio), Marina Castro (Una novia),
Luis Enrique Jimeno (Camarero 2), Andrés Navarro (Un
pollo), Alberto Perdiguero (Amigo de Jacinto 1), Carlos
Pardo (Amigo de Jacinto 2)
Orquesta: En esta ocasión también a título personal:
Violín concertino: Eduardo Sánchez
Violines: Migel A. Alonso, Margarita Buesa, Alejandro
Domínguez, Natalia Mokareva, Rosa María Núñez, Cristian
Roig, Roberto Salerno, Edurne Vila
Violas: Carlos Barriga, Mª Isabel Carpintero
Violoncellos: Adan Hunter, Esther Vila
Contrabajo: Migel A. González
Flautas: Anna Fernández, José Oliver Bisbal
Oboe: Ramón Puchades
Clarinetes: José Fernández Franch, Fernando Piqué
Fagot: Miguel Alcocer
Trompetas: José Antonio Barco, José Luis Medrano
Trompa: Carlos Malonda
Trombón: Antonio Pallarés
Percusión: Joaquín Anaya. Vicente Lleó
Piano: José Pladellarens
Pianista repetidor 1: Arnau Vila
Pianista repetidor 2: José Mª Augusto
Coordinador de Orquesta: José Oliver Bisbal
Dirección Musical: Manuel Gas
Dirección de Escena: Ignacio García
Estreno en Madrid: Teatro Español, 15 de julio de 2003
(Veranos de la Villa). |
Fotos: Ros Ribas |
La
nueva dirección de Mario Gas en el Teatro Español de Madrid, ha
abierto sus puertas a un amplia gama de espectáculos en este
breve tracto de tiempo. Entre ellos nos ha sorprendido una
zarzuela: La eterna Canción de Pablo Sorozábal. Digo nos ha
sorprendido, porque este género no es primer plato en las
programaciones de quienes optan por un teatro más vanguardista
como es el caso de Mario Gas. También es verdad que en el
currículo de Mario aparece el musical como uno de sus oficios:
Sweeny Tood y A little night Music. Está también la tradición
familiar proveniente de su padre Manuel Gas.
Este cordón umbilical puede ser uno de los motivos de la
elección si escuchamos las palabras de Manuel Gas hijo y
director de orquesta de esta versión: ”Cuando Pablo Sorozábal
ensayaba La eterna canción en Barcelona, yo tenía cuatro años y,
según parece, el maestro me sentaba junto a él en el foso de
orquesta mientras dirigía y preparaba minuciosamente el estreno
con todas su compañía: profesores, cantantes y actores.” Esta
relación se produce porque su padre Manuel Gas, cantante bajo,
estrenó esta obra, así como otros títulos de Sorozabal: Black el
Payaso y D. Manolito.
Otra razón - a tenor de las declaraciones de Mario Gas de
“quitar la caspa” a este género - parece ser el evitar la
reiteración de títulos más que trillados y que músicos,
cantantes y directores se enfrenten con una nueva creación. Un
título poco investigado era La eterna Canción. Tras su estreno
(1945) en Barcelona, las compañías no lo han incluido en su
repertorio. Las motivaciones de este olvido son confusas y van
desde una música no familiar para el espectador de la zarzuela
de siempre - el día del estreno obtuvo parabienes por parte de
la crítica y menos entusiasmo por parte del público - hasta la
contienda que siempre tuvo Sorozábal con el gobierno franquista,
que lleva a hablar de “ostracismo”.
Acudir a un título nuevo para las generaciones nacidas después
de los años cincuenta, obligaba a enfrentarse ante las
expectativas de un estreno. Estreno de la interpretación
orquestal de la partitura. Estreno a nivel de puesta en escena
para Ignacio García, un director joven sin, imagino, los
esquemas trasnochados del repertorio. Estreno para los cantantes
que han abundado en el campo operístico o en comedias musicales
anglosajonas como es el caso de Tony Cruz. Estreno para el
propio Teatro Español que ha tenido que prolongar su foso
musical hasta los proscenios laterales.
Esta Eterna Canción, así globalmente, es un acierto. Después ya
les indicaré “mis peros”. Si tienen ocasión vayan a verla. Uno
se reconcilia con la zarzuela, aunque ya los espectáculos del
Teatro de la Zarzuela, normalmente, nos han reconciliado y nos
han hecho vencer esa pereza que, desde hace muchos años, nos
había invadido al comprobar siempre los mismos títulos y los
mismos esquemas.
SOROZÁBAL, ÚLTIMO BATALLADOR
EN PRO DE UN GÉNERO MUSICAL EN DECLIVE
La Eterna Canción es un Sorozábal que todavía cree en las
posibilidades del género y en concreto del sainete. Él mismo se
ilusionaba con pensar que La eterna Canción fuese La verbena de
la Paloma del s. XX , tanto a nivel de impacto argumental como
musical. El argumento que teje el libretista Luis Fernández de
Sevilla posee bastantes puntos en común: los celos, las broncas,
el “hilarionado” vejete, las dos chulapas (Laura y Tina), y los
escenarios. La calurosa calle de la Botica y la Taberna es ahora
un cúmulo de terrazas; la feria verbenera es el café cantante de
los años 40, con cupletistas incluídas; la comisaría cobra más
entidad espacial que el revuelvo verbenero de La Paloma, pero el
desenlace es muy similar. Historia de celos e historia de
arreglos. Los puntos en común son bastantes. La diferencia
fundamental es que La eterna Canción no se convirtió en un icono
representativo como La Verbena de la Paloma. Aquellos años 40
iban a precipitarse y desbordarse a partir de los cincuenta a
todos los niveles: sociales, culturales y artísticos. España
dejaba de ser sainetera.
La acción transcurre en los años de su estreno. Sus personajes
reflejan tipos de la postguerra que se mueven en el mundo
artístico bohemio, algo que a Sorozábal siempre le fascinó. Ahí
tenemos su Adiós a la bohemia, intento operístico a nivel
musical al que el público zarzuelero le dio la espalda. Tanto la
historia como los personajes, marcados un poco más por la
versión de A. Facio, crean un amplio fresco humano de postguerra:
los protagonistas y los dos vecinos son músicos que intentan
subsistir económicamente - muy propio de la mayoría de los que
se dedican a la actividad artística aún hoy día -tocando en el
café cantante, pero siempre albergando, sobre todo en D. Aníbal,
la esperanza de poder crear y estrenar una gran composición; el
chulo - antiguo novio de Laura - que en esta versión, aparece
como inmiscuido en negocios de estraperlo o de insana ganancia,
si tenemos en cuenta los engominados socios que le rodean,
sacados de una película de cine negro, y una flamenca comisaría
que la escenografía de Cecilia H. Molano consigue llevar más
allá de la anécdota y sugerir los oscuros mundos del lumpen y
siniestralidad de aquellos años.
No es que el texto, en sí, sea de una gran trascendencia ni nos
comprometa con una situación. Es un texto ligero, pero en esta
versión se ha conseguido mediante las historias secundarias y la
plasticidad de la escenografía y tipos, evocar la oscuridad,
aunque no trágica, de una época.
El argumento intenta trasladar una idea: la música -
representante de las artes debido a su lenguaje universal - como
símbolo de la libertad. No es casual el decorado central: las
tejados y terrazas de Madrid, plataforma de despegue hacia
nuevos horizontes, y en una de ellas, rozando el surrealismo y
el absurdo, instalado el piano de D. Aníbal. Las notas
desgranadas por el piano y la cristalina voz de Laura pretenden,
a través del cielo de un Madrid de tejados, un mensaje de
libertad que, en principio, los vecinos quieren silenciar. Hay
una reelectura, no sé si consciente para Luis F. De Sevilla y
Sorozábal, que puede ser interpretada en clave sociopolítica: el
mundo de la creatividad - el grupo de músicos bohemios - siempre
vencerá a las instituciones dictatoriales - los vecinos, el
chulo y su mafia, y la comisaría. No se si será mucho decir que
La eterna Canción vuelve a ser una vez más el enfrentamiento de
la libertad contra el poder establecido.
UNA PARTITURA INUSUAL
La partitura que construye Sorozábal, en conjunto, es de gran
inspiración, aunque no pegadiza y posiblemente es esto lo que
desconcertó a aquellos públicos habituados a tonadas fáciles de
recordar. Sorozábal siempre ha sido así. Basta analizar sus
obras para comprobar que reelabora y crea su partitura a partir
de ramalazos de música sinfónica, dejes operísticos - en esta
ocasión el primer dúo de Jacinto y Laura o bien la romanza de D.
Aníbal de aires rossinianos para desembocar en la comicidad
wagneriana de Parsifal -, y ritmos de la época. Todo ello muy
reelaborado y orquestado con brillantez.
Otra de las notas peculiares suyas es no predeterminar un tipo
de estilo musical para cada personaje. Baste de ejemplo el ya
tan cacareado pasodoble de El manojo de Rosas, para cantar las
excelencias amorosas de los protagonistas, cuando la zarzuela de
siempre lo reservaba para apoteosis finales de acto. En esta
ocasión el pasodoble se destina al dúo cómico, pero sin que ello
se rebaje para nada la calidad musical. Sorozábal ha sabido
llenar de emoción lírica este ritmo y desnudarlo de la
“pachanguería” popular.
En otras ocasiones, como sucede con el comisario, compone una
partitura en la que mezcla los aires aflamencados del Comisario
con la onomatopeya musical de la máquina de escribir, - en esta
versión la explicita con el propio teclado de la máquina a
compás con los instrumentos musicales - recurso este último que
gusta al compositor y que aparece también al final en el
Amanecer madrileño y en otras zarzuelas suyas. Baste recordar la
tempestad de La Tabernera del Puerto, la imitación de animales
por medio de los instrumentos en Los burladores etc...
Momento inspirado es el dúo - habanera de Laura y Manolo que se
contrapuntea con las intervenciones de los cómicos llegando a
formar un original cuarteto. De polifonía brillante es el
concertante del final del primer Acto - cuya primera
intervención agresiva del coro recuerda el coro de las
pescadoras de La tabernera del Puerto agrediendo a Marola, la
protagonista - y en el que se combina diversos estilos
musicales, desde cómicos toques operísticos hasta el fox - lento
de La eterna Canción. Cabe destacar también el concertante final
en el que el tema de La eterna Canción se trata polifónicamente
con brillantez y en el que el piano - causante dramático de la
historia - cobra protagonismo en medio de las voces. Un final de
apoteosis musical.
BANDA SONORA MÁS QUE LIBRETO CON CANCIONES
En general el género de la Zarzuela ha sabido incorporar
dramáticamente las canciones en la trama argumental. Si las
suprimimos el argumento se nos queda cojo. En Sorozábal esto es
fundamental. En esta ocasión la parte musical forma un “totum”
argumental y por eso no tiene empacho en que la parte hablada
siga trascurriendo sobre la música como si se tratara de una
banda sonora cinematográfica.
LA VERSIÓN DE FACIO-GARCIA-GAS
La representación del Teatro Español sonó bien tanto a nivel
orquestal como a nivel de los cantantes. Destaca indudablemente
Enrique Baquerizo que a su limpia y profunda voz con una emisión
clara a nivel de dicción, muestra unas dotes interpretativas
magistrales con gran capacidad para la comicidad. Crea un D.
Aníbal de gran simpatía. Un Quijote de la música. Resulta muy
brillante en las irónicas partes musicales, guiño al mundo
operístico.
Amanda Serna es una bonita voz que llega con naturalidad y sin
esfuerzo. Javier Galán en el papel de Manolo comenzó, al menos
ese día (un 17 de julio), con cierto deslucimiento - sin fuerza
y demasiado plano - en su primer dúo pero fue creciendo en las
sucesivas intervenciones, sobre todo en la romanza de la
Comisaría Cosas del cariño son. Francisco Vas (Jacinto, el malo
de la película) resulta desvaído en el dúo - de reminiscencias
operísticas - con Laura. No se llega a una conjunción melódica e
interpretativa de las dos voces. Probablemente influye la
incómoda situación espacial en que se han colocado a los dos
intérpretes. Otra de las interpretaciones brillantes es la de Tony Cruz, como comisario tanto a nivel musical como
interpretativo. Beatriz Díaz (Tina) es voz agradable y forma
simpática pareja con Millán Salcedo - que se gana las simpatías
del público, sobre todo cuando apunta interpretativamente sus
“tics” de antaño - , cuya voz cumple suficientemente con la
tesitura del cómico. Pep Sais crea con eficacia un D. Tomás -
Hilarión que sigue la tradición de los mejores Hilariones. Los
personajes actorales como José Luis Santos (Marcelo) y Zorio
Eguileor (D. Martín), resultan convincentes y de gran
naturalidad.
Se puede afirmar que hay un concienzudo trabajo interpretativo
en las intervenciones de todos. Hacen del texto una historia
creíble.
LA ESCENOGRAFIA: ACERTADA CON REPAROS
Tres espacios escenográficos son un desafío para las obligadas
mutaciones, cuando se abandonan los telones y rompientes
pintados de ágil subida y bajada. Por otro lado, son tres
espacios necesarios, porque centran la vida del momento de la
postguerra. Y así, como primer impacto, la ambientación y
soluciones de tramoya son válidas.
Cecilia H. Molano ha recurrido a decorados de volumen partiendo
de un escenario madre: las terrazas. Sobre esta base llegamos al
café - cantante y a la comisaría. Acierta, pero con reparos. De
gran sugerencia la comisaría con la insinuación de fondo de la
farola y la niebla para evocar el lumpen y bien creado el
ambiente policial represivo que contrasta con la alegría musical
del comisario. El cafetín retrata bien la época y resuelve con
eficacia la mutación hacia la comisaría.
LAS TERRAZAS, MENOS ACORDES AL TEXTO
Mis reparos se encuentran en el espacio escénico madre: las
terrazas. Al utilizar decorados de volumen en forma de bloques y
sin perspectivas de fondo ni en los propios muros, toda la
acción queda como encajonada en un patio que no ayudan al
espíritu del texto. El piano en la terraza - en un espacio
abierto - da opción a que la música no se tope con fronteras.
Por eso el infinito entramado de terrazas y tejados de Madrid,
horizontes de libertad. En esta versión escénica falta esta
dimensión. La pared de fondo con las dos ventanas de los
vecinos, útil para la acción, impide la escapada hacia nuevos
mundos. La terraza de D. Aníbal más parece un patio de represión
y agobio en el foso del inmueble, que plataforma para volar
libremente.
Antes aludía al dúo de Jacinto y Laura que queda desvaído. No es
cómoda la situación de los cantantes. Jacinto se encuentra
demasiado elevado con respecto a Laura. Un distanciamiento nada
acorde con la canción y que dificulta la interpretación. Las
voces hay que lanzarlas hacia la platea y ello impide una
relación escénica entre los dos.
Por otro lado, la falta de las falsas perspectivas en los
módulos de las terrazas cubren excesivamente el escenario del
Español que - miren que llevo años acudiendo - nunca lo he visto
tan pequeño.
LAS MUTACIONES ESCENOGRÁFICAS PENSADAS POR SOROZÁBAL
El desafío de la mutación, en parte, ya lo resuelve el propio
Sorozábal. El paso del café a la comisaría se logra mediante el
intermedio musical que retoma el tema del pasodoble del dueto
cómico. En esta ocasión la mutación se realiza ante la vista del
público. Los propios actores, manteniendo sus personajes se
encargan de ella.
Más original resulta el paso de la comisaría a las terrazas.
Sorozábal ha compuesto lo que ha titulado Amanecer Madrileño,
una composición orquestal de gran delicadeza y con elementos
musicales onomatopéyicos de los primeros sonidos de la ciudad y
de las voces para acompañar a la mutación del escenario. La
magia poética de la escena, aquí, funciona.
Con esta representación recuperamos el buen hacer de un género y
el buen sonido de una orquesta y unos cantantes.
José Ramón Díaz Sande
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