LA LEYENDA DEL BESO
UN BRILLANTE MONTAJE
CON ESCEXIVO TENEBRISMO
Título: La leyenda del beso
Música: Reveriano Soutullo y Juan Vert
Libro: Enrique
Reoyo, José Silva Aramburu
y Antonio Paso (hijo)
Estrenada en
el Teatro de Apolo de Madrid,
el 18 de Enero de 1924
Edición: a
cargo de Xavier de Paz (Ediciones
Iberautor, Promociones Culturales SRL /Instituto Complutense de Ciencias
Musicales, 2006)
Escenografía y Vestuario: Ana Garay
Iluminación: Eduardo
Bravo (A.A.I.)
Coreografía: Nuria
Castejón
Maestra Repetidora: Lilliam
Castillo
Maestro de Luces: Manuel
Muñoz
Maestra Sobretituladora: Irene Albar
Ayudante de Dirección: Ricardo
Campelo
Ayudante de
Escenografía: Nieves Garcimartín
Ayudante de Vestuario: Teresa
Rodrigo
Adaptación Musical: Eva
Gancedo
Realización de Escenografía: Mambo Decorados S.L.
Realización de Vestuario: Atuendo For Fun S.L.
Atrezo: Hijos
de Jesús Mateos
Sombreros: Charo
Iglesias
Calzado Ballet: Matt
Producción: Teatro de
La Zarzuela
Orquesta de
la Comunidad de Madrid,
Titular
del Teatro de
la Zarzuela
Coro del Teatro de
la
Zarzuela
Ballet/figuración: Cristina
Arias (bailarina solista),
Ana Agraz, Pilar Andújar, Carmen
Angulo, Fermín Calvo,
Carlos Elgueta, Olivia Juberías, Raquel Lamadrid,
Joaquín
León, Ricardo López, José Manuel Polonio
y Luis Romero
Niños: Mario Albar, César
Alcega, Ariel Carmona
Castejón, Sarah Leal, Lucía Petrillo,
Deimi Rosario, Sergio Sabogal,
Luis Alfonso Sánchez y Gabriela Suarez
Músicos en escena: Carlos Blázquez (clarinete),
Pavel Sakuta (guitarra) y Alfredo Valero (acordeón)
Intérpretes:
María Rodríguez / Amparo
Navarro (Amapola, soprano), Manuel Lanza / Juan Jesús Rodríguez (Mario, barítono),
Aquiles Machado / Álex
Vicens (Iván, tenor), Ainhoa Aldanondo (Simeona), Rafa Castejón (Gorón), Pepa
Rosado (Ulita), Irene Santamaría (Charito), Marina Claudio (Margot), Esther
Ruiz (Kety), Borja Elgea (Ernesto),
Albert López-Murtra (Alfonso), Raquel Esteve
(Coral), Fernando Coronado (Gurko), Rafael Castejón
(Alesko), Amara Carmona (Estrella), Pedro Bachura (Cristóbal), / Tomás
Sáez (Señor Juan/Guardia Civil 1º), Tony Cruz (Luis/Guardia Civil
2º), Pedro Jerez (Un mayordomo), Luis E. González (Un gitano), David Martín (Un camarero), Ana
Berrocal (Una gitana),
Dirección Musical: Miquel Ortega / Pablo Heras
Dirección de Escena: Jesús Castejón
Estreno en Madrid: Teatro de
la Zarzuela, 25-IV-2008 |
FOTOS. JESÚS ALCÁNTARA |
No es
frecuente el título de La leyenda del
beso en las antiguas compañías de repertorio y tampoco en el Teatro
de
la Zarzuela. Se habla de que desde hace 3
ò 4 décadas no se ha puesto en el mencionado teatro. Por otro lado, en
el libro 150 años (1856 – 2006) Teatro de
la Zarzuela, no aparece.
La última vez que la vi fue en el antiguo Centro Cultural de
la Villa de Madrid – hoy Teatro
Fernán Gómez. Centro de Arte – por una de las Compañías de Verano.
Más suerte ha tenido la discografía y sobre todo el Intermedio, que ha sido interpretado por activa y por pasiva. El Teatro
de
la Zarzuela,
en esa tarea de recuperar títulos – en esta ocasión no del todo desconocido –
apechuga con La leyenda del Beso, que
no es zarzuela fácil. No lo es, tanto por el propio texto como por la
partitura.
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Soutullo
y Vert – Reveriano
Soutullo y Juan Vert, dos compositores – terminaron por aparecer,
para los menos entendidos, como un solo autor “Soutullo y Vert”, cuya creación se centraba en la
trilogía: La leyenda del Beso, La del Soto del parral y El último romántico. Las prematuras muertes de ambos - Vert
a los 41 años y Soutullo a los 52 - reforzaban la tesis de una
exigua creación. No obstante, no es así. Tanto un compositor como otro, por su
cuenta, tienen un largo elenco de títulos de zarzuelas y género chico – no
siempre exitosas -, e incluso Soutullo, antes de su maridaje con Vert,
ya colaboraba con Pablo Luna. El que la afición se haya centrado en esos
tres títulos se explica, porque la mencionada trilogía marca un hito en la
carrera de ambos y, de entre las tres, La del Soto del parral se yergue sobre
las otras dos.
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El libreto lo firman tres autores: Enrique
Reoyo, José
Silva Aramburu y Antonio
Paso (hijo). Cuando se analiza el texto parece como si en él se
mezclasen diversas tradiciones. Tampoco está claro de dónde han sacado ese
argumento aparentemente un tanto bobalicón, pero que parece ocultar – no sé si
por la censura de la época o por otros motivos – una más profunda temática. O
simplemente siguen la tónica de los cuentos y leyendas: tras sus almibaradas
narraciones, yacen análisis y denuncias tremendos de la condición humana.
La historia de La
leyenda del beso siempre me ha parecido que contiene un enigma, que, por
otra parte, no he visto desvelado y menos confirmado. En un primer acercamiento
es la contrapartida de Blancanieves y
de
La Bella
durmiente. Estamos acostumbrados a que los besos de los enamorados sirvan
para resucitar y no para morir. Aquí, no. El beso de amor es un beso de muerte,
debido a una antigua maldición, que nos recuerda Il Trovattore de Verdi, así como la madre de la gitana Amapola nos trae fragancias de
la Azucena de la ópera mencionada. Un beso que
puede matar a cualquiera, pero que aquí al provenir de una gitana nómada y
matar a un señorito nos traslada a la idea de lucha de clases: ni él
puede bajar, ni ella ascender, idea que visualmente, en esta versión, está
plasmada en la expresionista escalera que sube al palacio. Pero está lucha de
clases, con su aquel de violencia de género, ya había comenzado en la historia
de la madre de
Amapola al ser seducida y abandonada por una clase más alta.
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La historia, al
mantenerla en el ámbito de la leyenda, se barniza de un halo poético sobre el amor
imposible, pero, entonces, parece quedarse en nada. De ahí que, en esta
versión, se haya ido hacia un cierto realismo sin perder del todo el
misterio.
Si la
interpretamos en cánones realistas, la imposibilidad de ese amor viene
promovida por el beso envenenado de un odio ancestral: la madre de Amapola, la gitana, fue seducida por un noble que le llevó a
renunciar a su raza y que después la abandonó con una niña: Amapola. Es entonces cuando ella
conjura el maleficio para salvar a su hija de las garras de un posible
seductor: un beso de amor de su hija Amapola será un beso de muerte. Este maleficio mágico, sólo aceptable en el
mundo legendario, cuando lo queremos trasladar al mundo real su traducción
podría ser la imposibilidad de salvar las diferencias de clases sociales y de
raza, que ya he insinuado.
Puede haber
otra interpretación, si seguimos fieles a los cánones realistas. En el texto, la
madre Ulita – una anciana del
clan gitano cargada de experiencia y leyendas de la tribu -, advierte al joven Conde Mario enamorado de Amapola:
“La
madre de Amapola fue de tal
hermosura,/ que quizá bajo el cielo no encontrase rival./Los artistas más
grandes copiaron su figura,/y se rindió a sus plantas una corona real./Por tan altos amores renegó de su raza,/ (…)
Flor
de amor, marchitóse, como todas las flores,/ y al mirarse humillada por aquel
que adoró, /estrechando a Amapola,
fruto de sus amores, /enferma y vacilante, con nosotros volvió. / Vino herida
de muerte, y al sentir que moría, /una noche a la tribu nos hizo reunir; /acercóse
a Amapola, que inocente dormía,/ y
con cálido acento la oímos predecir: “Hija,
serás hermosa, como hermosa yo he sido;/ pero ya que te lego mi belleza fatal,
/no quiero que por ella sufras como he sufrido; (…) /Anhelarán las mieles de tu
boca encendida;/pero aquél que en tus labios ponga un beso de amor, /morirá,
que la muerte va en ellos escondida/ como víbora oculta en una roja flor”
Ahora
besa (se lo dice a Mario),
si quieres, esos labios tan rojos, /que su oculta leyenda para ti recité…”
Este texto de
madre Ulita, en verso
siguiendo el canon al uso de las leyendas, cuenta que una “corona real” se rinde a los pies de la madre
de Amapola, la cual es fruto
de aquellos amores, pero tiene que volver a la tribu gitana “al verse humillada por aquel que adoró”. En otras ocasiones al narrar la
historia, como sucede en el resumen del programa de mano y en el Diccionario de la zarzuela (tomo 2) de Emilio
Casares, la “corona real” se transforma en “un noble
por el que ésta abandonó el clan”.
Alesko, el
patriarca gitano del clan, pide al Conde
Mario – senior - que les deje
acampar: “Señor;
hace veinte años, al cruzar
por vez primera esta comarca, plantamos nuestras tiendas donde hoy lo hicimos;
vivía en este castillo vuestro padre, el
señor Conde, y él nos permitió
hacer alto en ese lugar varias semanas, y tuvo para nosotros atenciones inolvidables…”
FOTO:
JESÚS ALCÁNTARA |
Esos
veinte años son los que
aproximadamente pueden tener Amapola y el nuevo Conde
Mario. Por lo tanto, también es posible que el Conde al que se refiere Alesko
sea el padre de Amapola, de donde resulta que el amor de Mario y Amapola
es un imposible y una maldición porque sería un incesto. Y en este caso la
poesía del beso envenenado se traduce,
realísticamente, en la prohibición social de llevar acabo su amor por ser
un amor incestuoso. La maldición mágica
del beso, tiene su traducción en la maldición de la propia sociedad por haberse
cometido un abuso y una injusticia. Interpretada así cuadra a medias que el
clan gitano, vuelva al lugar del delito. Sólo se explicaría por venganza. El
“fatum” hace justicia. Los hijos - Amapola y Mario - cargan con la
culpa de los padres, Mario va la muerte – en este caso no
física sino como mal de amores – y a Amapola se le condena a andar
errante y a someterse emocionalmente al gitano Iván al que no ama.
Todo esto viene a cuento, porque si se acepta la
historia como simple leyenda, no deja de ser un poco bobona. De ahí que el
texto original hace un poco agua por todas partes, a no ser que vayamos más
allá de la pura leyenda. Esta es, creo, la dificultad con la que se han
encontrado los actuales adaptadores. Intuyo que la mera leyenda no les ha
satisfecho y, buscando una historia más creíble, han tirado más por la línea realista,
con un final nuevo, que por la legendaria. En esta adaptación textual se crean
líneas más de tipo del drama operístico de corte trágico, insistiendo en el
tema de violencia de género, que ya se apunta en el original al presentar al
gitano Iván, como amo del amor de Amapola, a pesar de la negativa de
ésta.
Esta
clave dramática y oscura se ha trasladado a la estética escenográfica, lumínica
y de vestuario, un tanto tenebrista y con un estilizado realismo adobado con un
toque expresionista, que invade toda la puesta en escena y que nos trae a la
memoria tantas películas holliwoodienses de terror. Y ello desde que se levanta
el telón. Lo que sucede es que, tal orientación, rechina
al mantener los habituales caminos de la zarzuela
grande (heredera del esquema de la comedia dramática del siglo de oro): la alternancia
de lo cómico y lo dramático. Hay zarzuelas de corte dramático en las cuales
este trasiego fluye, como sucede en La
del Soto del parral, en
La Rosa
del Azafrán o en La parranda. En esta ocasión, al orientarlo por las líneas
del melodrama operístico, las escenas cómicas se digieren peor y sobre todo
porque la atmósfera estética de tintes negros ayuda muy poco a esos devaneos
cómicos, como no ayuda a la frivolidad inicial de la clase alta.
Esta negrura contagia todo, incluyendo el vestuario de
los gitanos y de Amapola. Sin tener que recurrir al facilón floklorismo tópico y
de guardarropía, se echa de menos cierto toque de color para evitar una masa
indiscriminada, y sobre todo en Amapola. Se ha olvidado que el
teatro juega con la distancia y el hermosísimo rostro y atractivo sensual de Amapola,
no alcanzamos a verlo. Sólo su vestuario podría fecundar nuestra imaginación. Incluso
el brillante vestuario de los años veinte en los frívolos personajes de
la
Clase Alta, se apagan al estar rodeados de
un tono tenebrista en color y luz que inunda el escenario
Está claro que la idea dramática domina el tratamiento
de esta versión y de ahí la oscuridad, ya desde el inicio en el propio Palacio.
Me parece un fallo, ya que es anunciar desde el principio la tragedia. En esa
línea se olvida la alegría del clan gitano, al acentuar excesivamente su
fatigoso peregrinar, que refleja la canción inicial, y la tragedia de los
personajes centrales. Creo que al optar por esa elección se han metido en un
callejón sin salida. Se ha ido más allá de la mera historia bobalicona y esto
es un valor, así como la aligeración del texto, pero se ha topado con el difícil
engranaje de lo cómico con lo trágico. Todo resulta trágico y lo cómico un
postizo. Texto difícil como dramaturgia, que, a pesar de todo, fluye gracias a
la revisión del texto con un lenguaje más cercano a nuestra época manteniéndose
en ese equilibrio del hoy y el original. Menos fortuna tiene el texto de los
cantables, que denuncian un halo poético en expresiones un tanto trasnochadas,
pero, imagino, que ahí no era fácil el cambio de metáforas y expresiones de corto
vuelo poético.
El final, que no voy a desvelar, se ha cambiado como
ya he dicho. Tal final lo acerca a la ópera llamada verista: Cavallería Rusticana, Pagliacci etc. Prefiero el original,
siempre que vayamos a la clave más legendaria. Allí todo queda sugerido,
incluso, si se me apura mucho, el cumplimiento de la profecía. Aquel es un
final abierto, que no final feliz.
Con
todas estas disquisiciones, me confirmo en que no es un texto fácil y sí enigmático,
con muchas posibilidades, pero ya abortadas en el propio original.
Si nos
encontramos con un texto, al menos dudoso, por el contrario la parte musical es
muy otra cosa. Hay momentos magistrales en los coros del inicio – el lamento
gitano a telón corrido, bien resuelto en esta versión, y la posterior llegada de los amigos del conde -, y en los
dúos, tanto de soprano/tenor como de soprano/barítono, que rozan el corte
operístico y por supuesto
la
Zambra así como el superconocido Intermedio. Y aquí vuelve a sentirse el choque en la propia
partitura, con los números cómicos. No da lugar. Simplemente se
soportan y se salva un tanto el simpático Fox-trot garrotín, que pierde brillantez
visual – no musical – por el mencionado tenebrismo de la escena. En cuanto al
dúo cómico de Simeona y Gorón, suprimido en algunas
grabaciones discográficas y que en esta versión se reduce a la
interpretación sólo por parte de Gorón, mejor es olvidarlo. Si
la parte musical es brillante, en general, al final le falta brillantez.
En este montaje esto se acusa más con el final nuevo. Todo se precipita y la
bajada de telón nos coge desprevenidos y no nos emociona.
El Intermedio, compuesto para la transición
entre el segundo cuadro y el tercero y por lo tanto, según los cánones de la
época, a telón bajado, aquí se visualiza en una historia de corte lorquiano que
resume el amor y el deseo de los dos amantes en una clave onírica. Es un
acierto en el que no padece ni el oído, ni la vista.
En la representación a la que asistí, el
reparto corría a cargo de Amparo Navarro (Amapola), Juan Jesús Rodríguez (Mario) y Aquiles Machado (Iván). Se puede decir
que vocalmente, los tres son un acierto. Aquiles es tenor de melodiosa
voz que fluye con naturalidad. No obstante es voz de poco volumen, aunque
sucede algo extraño: a telón corrido, en el inicio, la voz se oye diáfana
con la perspectiva de la lejanía, pero después, en los dúos que tiene en escena
el volumen no es mucho mayor y contrasta con la mayor potencia de Amparo
Navarro, soprano de gran seguridad y prestancia vocal. Juan Jesús Rodríguez muestra una gran
presencia de voz, que llega sin forzamiento. De alabaren todos la parte
interpretativa.
Rafa Castejón, en su papel de tenor cómico, resuelve
con gracia y simpatía sus intervenciones cómicas y más ligeras, resucitando la
antigua figura del tenor cómico en la zarzuela. A destacar el número del
garrotín, en el que sobresale Raquel Esteve en su papel de Coral con una voz fresca alejada de
todo engolamiento.
Los coros en
sus intervenciones dobles - como nobleza y como gitanos - cumplen bien su
cometido, así como la orquesta que dirigió Miquel Ortega.
De alabar
también las coreografías de Nuria Castejón que combinan la danza
española y el apunte flamenco con un toque de modernidad. Cabe insistir
en el acierto de la coreografía del Intermedio,
un pequeño ballet argumental muy sugerente y que podría tener entidad
propia.
Jesús Castejón, mueve a sus personajes con
soltura haciendo creíble una historia, que como ya he dicho, no es nada
agradecida en este terreno. Los diálogos terminan también por ser aceptados,
sin que tengamos que soportar la carga del pasado.
Con todo, hay
algo que, personalmente, me sobra: el prólogo de madre Ulita a los niños. Estando en el patio de butacas – más bien
en las últimas filas - se oye con
dificultad. No creo que sea solamente necesidad de mayor volumen de voz, sino
de orientación de la voz. Pepa Rosado (madre Ulita) habla hacia las “cajas” de enfrente y se pierde
bastante. Pero aunque se oyera mejor, no acabo de ver la necesidad, a nivel de
contenido, de tal introducción.
Y ya que
estamos con esto de la “acústica”, quisiera resaltar algo que vengo observando
en todos estos años en el Teatro de
la Zarzuela y que no sucede
en el Teatro Real. Estando en el patio de butacas, la audición es muy distinta
de un lugar a otro. He comprobado que en las últimas filas, en los laterales,
hay que hacer un esfuerzo especial y, es posible, que aquí esté la causa de que Aquiles haya quedado desamparado en su volumen, como apuntada antes.
Resumiendo,
un buen montaje y una resurrección válida al que le sobra tenebrismo y cuyo
final no deja de ser dudoso.
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