Caídos del cielo. Crítica. Imprimir
Escrito por José R. Díaz Sande.   
Domingo, 04 de Abril de 2010 19:22

CAÍDOS DEL CIELO
MERECE MÁS REPRESENTACIONES

Título: Caídos del cielo
Autora: Paloma Pedrero
Selección Musical y Espacio Sonoro: Raúl Barrio
Escenografía y vestuario: Llorenç Corbella
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Técnico de iluminación: Roberto Mena
Regiduría: Manuel Elías
Maquillaje: Cristina González
Maquinista: Michel Rodríguez
Construcción de escenografía: Odeón Decorados
Vestuario: Humana
Diseño Gráfico: McCann Erikson
Ayudantes de producción: Carmen Muñoz, Íñigo Hermoso, Rober Muro
Ayudantes de Dirección: Raúl Barrio Y Pilar Rodríguez
Compañía: Teatro del Alma
Producción: Fundación RAIS, la Fundación Coca-Cola y el Ministerio de Cultura y la Comunidad de Madrid.
Agradecimientos: Casa de Cultura de Torrelodones, Rubén Arranza, Almudena Arrúe, al perro Odi y a Rus
Intérpretes:
Rocío Calvo (Charito), Ana Chávarri (Escritora), Paloma Domínguez/ Blanca Rivera (Violeta), Manuel Fernández (Abelino), Manuel Mata (Jato), Carlos Piñeiro (Amadeo), Felipe Pérez/Ramón Linaza (Félix), Cristobal Anaga (Marcelo), Salvador Borrego (Chico), Yolanda Sola ( La Pompy)/ José Manuel López (Manuel), Francisco Velasco/Manuel Elías (Antonio), Mercedes Lur (Natalia), José Luis Álvarez/Ramón Linaza/Felipe Pérez (Contratista), Luisa Fernanda/Paloma Domínguez/Blanca Rivera (María), Paloma Domínguez/Blanca Rivera (Chica que nunca creció) y Francisco Velasco/ José Luis Álvarez/Ramón Linaza (Guardias), Odi (un perro)
Dirección: Paloma Pedrero
Idioma: Español
Duración: 2 horas (sin intermedio)
Estreno Absoluto
Estreno en Madrid:
Teatro Fernán Gómez (Centro de Arte), 30 – X - 2008



FOTOS: TEATRO DEL ALMA

FOTO: ANA NANCE

Caídos del Cielo se ha incluido en el Festival de Otoño de Madrid de 2008 y esto tiene la ventaja de gozar del prestigio del Festival y la desventaja de estar como un suspiro sobre el escenario: 4 días. Merece más tiempo.

Según las informaciones aparecidas, el texto es el final de un fructífero recorrido: el trabajo de la propia autora Paloma Pedrero a partir del colectivo de las “personas sin techo”, con los que había tomado contacto por petición de la ONG RAIS (Red de Apoyo a la Inserción Social). Al colectivo de los “sin techo” también se les conoce como “gente sin hogar”, denominación que tal vez se ajuste mejor a su problemática, puesto que la mayor carencia no es tanto la falta de techo material, sino de lo que supone un hogar con toda la carga de calor que el vocablo sugiere: cariño y estar rodeado de los seres queridos.


FOTO: TEATRO DEL ALMA
Lo que sube al escenario es el texto escrito por Paloma Pedrero y ya publicado. Dicho texto recoge la problemática del colectivo mencionado y las idas y venidas de la  propia gestación de la obra. Tres líneas narrativas se alternan y entremezclan: la necesidad por parte de la autora – escritora en la obra - de escribir algo que el colectivo de los “sin techo” pueda representar, la diversa problemática de las personas que viven en la calle y las historias reales de Rosario Endrinal – la mujer quemada en un cajero automático de un Banco -  y Abelino – el vagabundo que fue engullido por un camión de la limpieza. Esto   supone varios planos espaciales: la sala de ensayo del colectivo, la realidad de la calle y un más allá intermedio, sin precisar, entre la tierra y lo que pueda venir tras la muerte total, donde viven Charito (Rosario) y Abelino.

Con respecto a la existencia de seres como Charito y Abelino, Paloma Pedrero lanza una idea muy sugestiva y llena de poesía. Charito y Abelino, así como todos los seres que se decantan por dejar esta vida,  pueden seguir existiendo e incluso buscar un modo de comunicación con los que nos llamamos vivos - por permanecer todavía  en la tierra – gracias a que alguien piensa en ellos. Y está es la clave para que la historia de Rosario Endrinal vuelva. Hay una escritora que tiene que escribir un texto para poder ser representado por el colectivo de los sin techo. Algunos textos los tiene a partir de los propios indigentes, todavía vivos, con los que ha trabajado en su taller de teatro. Hay también historias de otros que han muerto trágicamente: las mencionadas de Rosario Endrinal y Abelino.

Por su lado Rosario, Charito en la función, necesita ser pensada para poder existir y comunicarse con los aún mortales. Su deseo es descargar el sentido de culpabilidad que pesa sobre su hija por no haberla atendido. Si decimos que las “musas” se posesionan de los artistas para crear obras de arte, Charito termina por ser la musa que se posesiona de la escritora, al mismo tiempo que contrarresta la angustia vital en que vive. Charito es todo optimismo y la escritora es pura angustia.  Rosario (Charito) consigue su “resurrección”, , por decirlo de algún modo aunque no sea exactamente una resurrección a la vida terrenal, y ya puestos a abusar, fuerza ppara que Abelino también “resucite”. Simultáneamente el recuerdo de Charito y Abelino, producen una especie de purificación en los otros personajes y, sobre todo, en la hija de Rosario Endrinal, escondida entre el público y angustiada por el sentido de culpa de haber abandonado a su madre. La muerte aparece como un tránsito hacia un lugar donde la limitación del ser humano desaparece y para los que seguimos el caminar terrenal nos hace un poco mejores. Este juego de tierra y cielo y recuerdo y de saltar el tiempo y el espacio lo puede conseguir el teatro. La hija de Charito queda descargada de su culpa y otros como el problemático indigente Jato, al interpretar a Abelino consigue liberarse. De este modo el teatro aparece como una terapia. Paloma Pedrero nos transmite todas estas ideas tratar con un toque de poesía y humor.


FOTO: TEATRO DEL ALMA

Esta trama central, la más estructurada dramáticamente, se alterna con la necesidad que tienen algunos del colectivo de los sin techo de contar su propia historia. Tale historias individuales se resuelven, dramáticamente,  mediante monólogos, preferentemente, salvo alguna escena a dos. En sí mismo, cada monólogo está bien construido con su halo poético y la narración de sus vidas  nos conmueven sin sentimentalismos baratos. Son piezas ellas solas en sí mismas, cuyo hilván lo encuentra la autora planteado una sesión de ensayo y la cerrazón por parte de sus participantes de querer contarnos lo que, para algunos de sus compañeros, son sus “batallitas” de tanto que las han oído. Estas narraciones personales tienen el valor, según testimonio de Paloma Pedrero, de la autenticidad en cuanto que están recogidas de la boca de personas reales, aunque reelaboradas por su sensible pluma.

El hilván que utiliza para coserlos resulta un tanto artificioso, débil y traído por los pelos.  Es la simple disculpa de estar en un ensayo y de que cada uno quiere contar su historia. No aparecen integrados en la estructura dramática general, hasta el punto de que podrían formar obra aparte. Se podrían poner estos u otros. La única historia que conecta con la trama central es la historia de Violeta y Jato, puesto que ellos van a ser Charito y Abelino. Cuestión distinta es el interés humano que cada una de esas historias suscita en nosotros.      

De entre todos los monólogos una escena que no he conseguido digerir es la de Manuel, que en el texto lleva por título El vals de las mariposas. Viene a ser como un ex – abrupto. Habría que revisarla y el modo de insertarla en el proceso dramático.    

Por último, está la historia atormentada de una escritora en un momento de crisis creativa. Ésta es, tal vez, la parte más floja y la menos convincente, amén de ocupar un excesivo protagonismo. Pienso, por otra parte, que debe ser  la más querida por la autora, ya que intenta plasmar sus vivencias y angustias creativas. No obstante lo que nosotros recibimos suena a tópico y aparece sólo como una argucia para coser, muy desde fuera, todos los fragmentos de la obra.  Y lo que ya me es más difícil de digerir es su vestuario. Me ha venido a la memoria la muñeca Barbie. Pero, bueno es cuestión de gustos o de prejuicios.

Escenográficamente, el montaje teatral está bien resuelto en los tres espacios madre: escritorio de la autora, sala de ensayos con un podium que simboliza el libro que se escribe y el lugar del más allá de Charito y Abelino. Posiblemente sobra el pasar las páginas del libro, para ubicar los distintos ambientes ya que influyen poco, por no decir nada, en la ambientación de las historias que se cuentan.

Lo que llama poderosamente la atención es el aspecto interpretativo, sobre todo cuando partimos de la base de que se han mezclado actores de los “sin techo” y actores profesionales. Se puede intuir quienes son unos y quiénes son otros, pero es arriesgado el meter el bisturí y diseccionar ante la calidad de todos. En general se constata un elevado nivel actoral y de ahí que no sea muy justo el destacar uno más que otro.


FOTO: TEATRO DEL ALMA

Llama la atención Carlos Piñeiro en su monólogo de Amadeo Lanza. Tiene la cualidad de saberlo transmitir con una ingenua sonrisa que nos cautiva y nos llega muy adentro. Convincente es también el actor que interpretó a Luis el 1 de noviembre – imagino que es José Luis Álvarez -, mostrando una capacidad de sinceridad. Quien llama poderosamente la atención es Manuel Mata en su personaje de Jato, puesto que llega a tal simbiosis con sus dos personajes, Jato y Abelino, que no hay distancia entre actor y personaje. Charito en el cuerpo de Rocío Calvo es un personaje lleno de vida, humor y optimismo que Rocío sabe transmitir muy bien. Manuel Fernández, Abelino, no le va a la zaga y aprovecha su antiguo entrenamiento de acróbata para hacer sus espectaculares entradas.

Si bien he afirmado que el nivel interpretativo es más que alto, sucede algo incomprensible. La recitación se mueve en dos planos fundamentales: la interpretación de los personajes de la obra que se pretende estrenar y la de la realidad de la sala de ensayos, incluidas las intromisiones de la escritora. Curiosamente, las locuciones de los ensayos suenan falsos y altamente teatrales, en el peor sentido de la palabra. Un ejemplo llamativo es Blanca Rivera que el 2 de noviembre interpretó a Violeta, una de las indigentes que encarnará a Charito. Cuando interpreta la tragedia de Violeta y la de Charito, es muy creíble y nos llega muy bien. No así en esos momentos en que se ve impotente, como actriz, en el ensayo para encarnar a Charito y se encara con la directora. Y será en la escena final junto a Jato, cuando ambos intérpretes darán lo máximo de sí y nos emocionarán.

Como detalle simpático está el perro Odi, perfecto en su papel de saber escuchar y observar a todo el colectivo y soportar las dos horas. Odi es el perro del indigente Luis. Contemplándolo uno se pregunta ¿qué es lo que pensará de todo esto? Posiblemente, que todos los humanos estamos un poco locos. Lo que sí demuestra es que tiene una paciencia infinita como todos los perros de los indigentes y cierta timidez, pues ante los aplausos del final intentaba huir entre cajas.

En conjunto es un espectáculo con muchos alicientes y, sobre todo, por el haber compaginado magistralmente la interpretación de unos y otros. El público suficientemente abundante, fue partícipe, en muchos momentos, con los aplausos propios y también uniéndose a los aplausos de los actores cuando éstos elogiaban la interpretación de sus compañeros al contarnos sus historias.

No estaría de más revisar el montaje y corregir unos toques aquí y allá. Entre ellos reducir la historia de la escritora, cuya única razón de ser es la de hacer vivir a Charito al pensar en ella. La historia personal de crisis creativa, en el conjunto tiene menos sentido y eso es otra historia. Y si se mantiene, al menos rebajar la de externa teatralidad.


José Ramón Díaz Sande
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Última actualización el Viernes, 01 de Junio de 2018 15:59