TROYANAS VERSIÓN FEMINISTA DE UN ALEGATO CONTRA LA GUERRA
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NATALIA SÁNCHEZ GIJÓN / ALBA FLORES FOTO: www.madridteatro.net |
¿El hecho de que Las troyanas esté protagonizada por un grupo de mujeres víctimas de la guerra de Troya es razón suficiente para que sea catalogada como feminista? No lo creo. Más la veo como un alegato antibelicista, como lo es el Guernica de Picasso, por citar otra señalada creación artística entre cuyos personajes figuran varias mujeres indefensas, en este caso, destrozadas por las bombas arrojadas sobre la ciudad vasca. Suele suceder que, en su viaje por la historia, las obras maestras, una vez devenidas en patrimonio universal, vayan perdiendo, salvo para los historiadores, los lazos y referencias a los hechos que inspiraron a sus creadores. Simultáneamente, se busca destacar en ellas paralelismos con situaciones contemporáneas al momento de cada nueva puesta en escena, lo cual, aunque no siempre, deriva en la necesidad de adaptarlas, tarea que abarca, desde algún retoque en el texto acompañado de guiños en el vestuario y escenografía, hasta la reescritura total, resultando lo que conocemos como versión libre.
En el caso de Las troyanas, poca cirugía se requiere si la intención es denunciar las represalias que sufre el vencido y los suyos tras la derrota. Un buen ejemplo es la llevada a cabo en 2001 por Ramón Irigoyen, rescatada por Mario Gas para su puesta en escena del 2008. En consonancia con el espíritu de Eurípides, que no era otro que el de mostrar con mirada de mujer la barbarie del día después de la guerra, la intervención sobre el texto se redujo a ponerlo en verso libre y a tomarse algunas licencias que facilitaran su comprensión por parte de los espectadores. Al cabo, lo que estos veían era como un grupo de mujeres, tras la pérdida en combate de sus maridos e hijos, se convertían en botín de guerra. Cierto es que su condición femenina las hace más vulnerables. De ahí que, su resistencia a aceptar su trágico destino, se perciba como más meritoria y que, en consecuencia, suscite mayor solidaridad que si se tratara de hombres. Me parece forzado, sin embargo, deducir que el ejemplo de ese puñado de mujeres sea un modelo para la batalla que hoy libra el feminismo por sus derechos, aunque no niego que pueda servir de estímulo. Si así es, bienvenido sea el espectáculo.
Incluirlo en el repertorio del teatro de contenido feminista requería una nueva versión. De ella se ha ocupado Alberto Conejero. El encargo de Carme Portaceli incluía la traducción del texto a partir del original griego y su posterior adaptación orientada a eliminar todo cuanto resulta ajeno al fin perseguido. Desconocedor de la lengua de Eurípides, cualquier juicio que pudiera formular sobre la calidad y fidelidad de la traducción sería gratuito. No lo es dar fe de que, desde el escenario, el discurso llega nítido y no hay en él nada que chirríe. Si de la adaptación se trata, la poda es notable y se justifica por lo que podríamos considerar exigencias del guión. Desaparece el prólogo, en el que Poseidón y Atenea, respectivos valedores de las causas troyana y ateniense, se alían para castigar los excesos en que han incurrido sus protegidos. Escena importante, pues contiene un doble mensaje pacifista. De un lado, pone de manifiesto que los combatientes son marionetas cuyos hilos son movidos por mandamases al servicio de un orden político y económico mundial ajeno a los intereses de los ciudadanos de a pie. De otro, presenta como profecía lo que es una certeza que no tiene vuelta de hoja: que, al cabo, las guerras las pierden tanto los vencedores como los vencidos. También se prescinde del rey Menelao, esposo de Helena, con lo que la presencia de personajes masculinos en el reparto queda reducida a la de Taltibio, quien, en esta versión, desempeña una doble tarea. Continúa ejerciendo la de mensajero que le fue asignada por Eurípdes y asume la de hombre de nuestro tiempo, el cual, habiendo vivido aquellos lejanos acontecimientos, reclama nuestra atención para que tomemos conciencia de que, en el fondo, nada ha cambiado desde entonces. A las ausencias citadas, se suma la de los figurantes que escoltan la entrada en escena de algunos de los personajes principales, lo que podría explicarse por la necesidad de aliviar los costes de producción. Me queda la duda de si responde al mismo motivo la desaparición del coro de mujeres troyanas cautivas y si, la incorporación de Polixena y Briseida, presentes en otras tragedias griegas, pretende, viendo que asume parte de los parlamentos correspondientes al coro, compensar ese vacío.
Sobre esta propuesta textual ha construido Carme Portaceli su puesta en escena. Un mínimo retoque en el título - de él se ha caído el artículo “las”- anticipa su voluntad de poner bajo el paraguas de la palabra “troyanas” no solo a las mujeres que lo eran por ser vecinas de aquella ciudad, sino a las que, desde entonces y en cualquier rincón del mundo, se han comportado como ellas. A ese afán universalizador obedece la proyección de imágenes cuyos escenarios son las actuales Guernicas sirias y cualquiera de los campamentos que acogen a refugiados desesperados. Entiendo que las últimas tienen mejor encaje en un espectáculo que versa más sobre el humillante destino de los vencidos que sobre los caídos en zonas arrasadas por los bombardeos. Pocas objeciones cabe formular a un trabajo concebido con deliberada sobriedad, teniendo en cuenta que, tras su paso por el Teatro Romano de Mérida, recalaría en escenarios cerrados, algunos de limitadas dimensiones. La hay en el reducido elenco, obligado a llenar el vacío dejado por la eliminación del coro. Y a ella contribuye la escenografía diseñada por Paco Azorín, cuyo principal elemento consiste en una gigantesca T, especie de torre inclinada que sirve de pantalla a las proyecciones y que se apoya en un suelo sembrado de cadáveres amortajados. El peso del espectáculo recae, pues, sobre los intérpretes.
Llama la atención la diferencia de edad entre algunas actrices y la que se supone que tenían los personajes que representan. Es el caso de Aitana Sánchez-Gijón, una Hécuba bastante más joven que la que, en versos del propio Eurípides, se autocalifica de pobre infeliz vieja y sin fuerza. Asume el papel cuando no ha cumplido los cincuenta. Recordemos que Katharine Hepburn lo interpretó con más de sesenta en la película de Michael Cacoyannis; que Irene Papas tenía setenta y cinco cuando la hizo, en 2001, en Sagunto; y que Gloria Muñoz, rondaba los sesenta en la puesta en escena de Mario Gas (CLIKEAR). Poco importa el desfase si la intérprete consigue hacer creíble su personaje, lo que sí sucede en el caso que nos ocupa. Más difícil resulta aceptar que actrices como Miriam Iscla o Gabriela Flores, con edades similares a la de Sánchez-Gijón, puedan representar a Casandra y Andrómaca, hija y nuera, respectivamente, de Hécuba. Haciendo abstracción de este enredo generacional, las actrices, casi todas presentes en anteriores puestas en escena de Portaceli, afrontan su trabajo con solvencia. Todas disponen de ocasiones para brillar, y las aprovechan. Pero no abundan, porque, durante buena parte de la representación, sin el contrapunto del coro, la tragedia se desdibuja y rebaja su tono. Ernesto Alterio, que accede al escenario desde el patio de butacas, tras anticiparnos la vigencia de lo que vamos a ver, se sumerge con naturalidad en la representación para asumir sin altibajos el papel de Taltibio.
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FOTO: www.madridteatro.net |
Título: Troyanas (A partir de Las Troyanas) Autor: Eurípides Versión: Alberto Conejero Diseño de Luces: Pedro Yague Escenografía: Paco Azorín Vestuario: Antonio Belart Música y Espacio Sonoro: Jordi Collet Diseño de sonido: Fran Gude Audiovisuales: Arnau Oriol Coreografía y Movimiento Escénico: Ferrán Carvajal Diseño y Fotografía de Cartel: Sergio Parra Regidora: Isabel Echarren Ayudante de escenografía: Isabel Sáiz Ayudante de vestuario: Charo Jiménez Realización de vestuario: Sastrería Cornejo Realización de escenografía: Teatre Auditori Sant Cugat Ayudante de Dirección: Judith Pujol Asesoramiento: Margarita Borja Dirección de Producción: Sandra Avella Producción ejecutiva: Rovima / Miguel García de Oteyza Producción: Festival Internacional de Teatro de Mérida, Teatro Español y Rovima Producciones. Intérpretes: Ernesto Alterio (Taltibio), Maggie Civantos (Elena) , Alba Flores (Polixena), Gabriela Flores (Andrómaca) , Miriam Iscla (Casandra), Pepa López (Briseida), y Aitana Sánchez-Gijón (Hécuba) y los niños Pablo Cordero (10, 12, 15, 17, 19, 22, 24, 26, 29 de noviembre. 1, 3, 6, 8, 10, 13, 15, 17 de diciembre) y Alejandro López (11, 14, 16, 18, 21, 23, 25, 28 y 30 de noviembre. 2, 5, 7, 9, 12, 14 16 de diciembre) (Astianax). Dirección: Carme Portaceli Duración: 1 hora y 30 min Estreno en Madrid: Teatro Español (Sala Principal), 10 - XI - 2017)
TEATRO ESPAÑOL Directora. Carme Portaceli Aforo: 760 C/ Príncipe, 25 28012- Madrid Concejalía de las Artes Ayuntamiento de Madrid. Tf. 91 3601484 Metro: Sevilla y Sol Parking: Pz. Santa Ana, Pz. Jacinto Benavente y Sevilla. http://www.munimadrid.es
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