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Lohengrin. Teatro Real. 2014. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por José R. Díaz Sande   
Martes, 15 de Abril de 2014 15:43

LOHENGRIN
EL COMBATE ENTRE LAS TINIEBLAS Y LA LUZ

   Lohengrin 2384 b
   FRANZ HAWLATA / CHRISTOPHER VENTRIS / CATHERINE NAGLESTAD
FOTO; JAVIER DEL REAL

Tras el Homenaje a Gerard Mortier, se suceden también  otros homenajes de más encundia: la ópera Lohengrin de Richard Wagner y la Messa de Requien de Verdi. Son como dos herencias que nos ha dejado. Dos herencias que, da la sensación, han reconciliado a buena parte del público con el controvertido y tan traído Gerard Mortier, por su concepción de la ópera - obsesionado por su impronta social y más  allá del puro divertimento musical -  y la factura de sus espectáculos ofrecidos. Hablo de reconciliación, que puede traducirse como aprobación, a juzgar por los encendidos aplausos reiterativos y "¡Bravos!", por parte del público, el día 10 de abril de este 2014, en el que cantaba el primer reparto.

Esta aprobación y entusiasmo unánimes, me da la sensación que provienen de la interpretación magistral del Coro. Lohengrin abunda en Coros hasta llegar, casi a ser protagonista. Reforzado por los momentos wagnerianos ampulosos y tronantes de la orquesta, crea un  conjunto musical que no deja a nadie indiferente, sobre todo si su ejecución es brillante. En este caso lo es. Y ya que me he topado con el coro, éste posee otra virtud: el director de escena Lukas Hemleb consigue moverlo con acierto evitando todo estatismo. Si se analiza con lupa, se puede descubrir que cada componente del Coro, interpreta personajes más allá de la necesidad vocal. Hay momentos bien logrados en cuanto a la confusión del pueblo, ante ciertas situaciones.

Al levantarse el telón sorprende la apabullante escenografía del escultor Alexander Polzi: una gruta de marcadas rugosidades con entrantes y aberturas en laterales y techo, que permitirá el paso de rayos de luz, creando algunos momentos muy evocadores y poéticos. Los diversos espacios del original: A orillas del Escalda (Acto I), Noche en el patio de la afueras de la Catedral (Acto II), y La cámara nupcial (Cuadro I) y A orillas del Escalda (cuadro II) para el Acto III, se resumen en un espacio único. Recurrir a este espacio cavernoso y oscuro, evoca un mundo primitivo y agresivo, pero sirve, también,  para marcar el contraste con la luz, preferentemente blanca. Se trata de reducir la gran batalla del mundo y de la vida a la lucha entre las tinieblas y la luz. Metáfora que también utiliza Jesús en el Evangelio:, "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida".(Juan 8:12). Lohengrin viene a ser esa luz que ilumina las tinieblas del mundo. Esta línea luminosa se traslada al vestuario de Elsa, Lohengrin y las damas de la corte en la boda. Frente a esa luz blanca contrastan los tonos grises y malvas en el vestuario del resto de los personajes, que parecen salidos de la misma roca. Imagino que es un juego pretendido para expresar un humanidad inmersa en las tinieblas del odio bélico y vital. De esas tinieblas surge una primera Luz, Elsa, que escénicamente se resuelve mediante un paño oscuro extendido sobre una de las rocas - que al principio no distinguimos - bajo el cual yace Elsa.  A partir de entonces el resto de la obra, más que pretender un relato histórico legendario a nivel escénico, se convierte en algo más abstracto y metafórico: la luz y las tinieblas. No es casual el que la concepción del espacio escénico se haya encomendado a Alexander Polzi, un escultor y pintor, el cual consigue plasmar plásticamente esta contienda, más allá de la anécdota espacial.

De él también es la concepción del paralepípedo de luz, que surge del centro de la cueva, y cuyo ancestro se asemeja al Monolito de 2001, Odisea del Espacio. En él, se resumía una vida más allá de la terrenal, sin especificar más. Aquí aparece con la llegada luminosa de Lohengrin, el cual no viene escénicamente en barca arrastrado por un cisne blanco. Hay que reconocer que es un momento sublime y de impacto, que expresa bien lo que supone la llegada de Lohengrin: la luz y la salvación. Todo esto quiere decir que el planteamiento escénico ha preferido abundar en los conceptos abstractos más que en los figurativos. Ello tiene la ventaja de poseer un poder de evocación. El mismo vestuario de todos, próximo al de los mineros, se aleja de una belleza estética placentera e historicista, para evocar cierto primitivismo tribal de unos seres enzarzados en guerras.

Esta estética, dudosa para algunos espectadores, a los cuales les epató la gruta, pero les defraudó el vestuario,  para juzgarla hay que situarse en las coordenadas de la idea matriz que ha guiado la puesta en escena, y la concepción global de esta ópera.  Si se va buscando el relato histórico-legendario, en el que prevalezca la anécdota, indudablemente este Lohengrin, a nivel escénico, echa para atrás. Si, por el contrario, se va hacia el subtexto de la historia, la lucha de la luz y las tinieblas, era obligada la ausencia del color. Ésta creo que ha sido la intención y funciona bien.

Hay otra virtud en este espacio escénico. Al ser un espacio único y con bastante uniformidad, da relevancia a los actores y, por lo tanto a su canto. Es lo que en el teatro de prosa se dice: dar importancia a la palabra. También el espacio único permite un mayor agilidad en la transición de los dos últimos cuadros del Acto tercero.

En esta lucha de la luz y las tinieblas, la luz - Lohengrin - se extingue por la desconfianza de Elsa. Lohengrin dejará el reino que pasará a Gottfried, el hermano de Elsa que Ortrud - la rival de Elsa - había convertido en cisne. Posiblemente este final, a nivel plástico desconcierta. El Gottfried - escultura de Polzi - es un extraño muñeco, familiar a una imaginería de extraterreste, nada atractivo, que plantea la duda sobre la eficacia del nuevo rey. El mensaje final resulta un tanto equívoco.

Harmurt Haenche dirige la Orquesta con una acertada gama de matices, con seguridad y entusiasmo. Es un acierto el que se haya comenzado el preludio en la penumbra de la sala. Es costumbre en la ópera, zarzuelas y conciertos, que al acudir al "podium" el director de orquesta, el público le conceda un aplauso de cortesía y de fe. El director saluda, se gira y alza la batuta. En esta ocasión el director entra, de soslayo, en la penumbra de la sala sin aplausos. La batuta tiene un punto de luz en el extremo para poder dirigir en la oscuridad. Lentamente el preludio va tomando cuerpo musical y la luz de la orquesta, progresivamente crece. El tema escénico de la luz se extiende, así, a la parte musical. Un buen comienzo.

El primer reparto resulta muy convincente. Elsa vine interpretada por Catherine Naglestad. Es de voz amplia y con una línea melódica llena de matices. Consigue momentos de gran altura. Su interpretación resulta creíble. Destaca, en modo especial, el dúo con Debora Polaski, la soprano dramática wagneriana con visos de mezzosoprano. Debora Polaski (Ortrud) comenzó en el primer acto de una forma un tanto anodina - bien es verdad que sus intervenciones son menores en partitura-, pero a lo largo de la velada se fue creciendo hasta llegar al mencionado Dúo, que muestra su gran profesionalidad y su especialización en Wagner Las dos estuvieron espléndidas.

Chistopher Ventris (Lohengrin) es un tenor británico de limpia y segura voz, que transmite juventud. Su dúo con Catherine Naglestad es otro de los momentos brillantes de esta versión. Telramund es el barítono Thomas Johannes Mayer que cumple con creces su interpretación tanto vocal como actoral. En este aspecto se puede decir que todos los protagonistas muestran unas buenas dotes interpretativas, convirtiendo esta ópera en una auténtica y creíble narración escénica, alejada del estatismo.

En conjunto, con respecto a la parte musical tanto de la orquesta, como de los coros y los protagonistas  se perciben una serie de matices que van desde el "pianissimo" al "forte", lo cual muestra un gran sentido de la delicadeza y variación sonora.

Este Lohegrin que nos ha dejado Gerard Mortier - es producción del Teatro Real - posee las cualidades de la mesura en todos los aspectos, campeando por la línea del clasicismo y dejando que la parte musical fuera la verdadera protagonista. Para algunos espectadores - por comentarios entre pasillos -, tras no poder soportar ciertos títulos y novedades de otros montajes, parece que este Lohengrin les ha reconciliado con Mortier.

La vida nos proporciona sorpresas en ocasiones. La herencia de Mortier, como recuerdo, han sido dos obras: Lohengrin y Messa de Requiem, que se apartan de lo novedoso de otros montajes suyos, no siempre bien recibidos. Le precedieron un Alceste y un Tristán e Isolda, también de buena factura, que complacieron a una buena parte del público. No se puede negar que Gerard Mortier ha dejado huella y no ha resultado indiferente.

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  HOMENAJE A GERARD MORTIER
FOTO: JAVIER DEL REA
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Título: Lohengrin
Música: Richard Wagner (1813-1883)
Ópera romántica en tres actos (1850)
Libreto del compositor, basado en los romances Parzival, de Wolfram von Eschenbach, y Lohengrin, de autor anónimo
Escenógrafo: Alexander Polzin
Figurinista: Wojciech Dziedzic
Iluminador: Urs Schönebaum
Asistente del director de escena: Marcelo Buscaino
Asistente del escenógrafo: Nicola Minssen
Asistente del figurinista: Tiziana Magris
Maestros repetidores: Tim Anderson, Patricia Barton, Riccardo Bin
Nueva producción del Teatro Real
In memoriam Gerard Mortier
Intérpretes: Christopher Ventris (Abr. 3, 7, 10, 13, 17, 20, 24, 27) / Michael König (Abr. 6, 11, 15, 19, 22) (Lohengrin); Catherine Naglestad (Abr. 3, 7, 10, 13, 15, 17, 20, 22, 24, 27)/Anne Schwanewilms (Abr. 6, 11, 19) (Elsa von Brabant); Thomas Johannes Mayer (Abr. 3, 7, 10, 13, 17, 20, 24, 27)/ Thomas Jesatko (Abr. 6, 11, 15, 19, 22) (Friedrich von Telramund); Deborah Polaski (Abr. 3, 7, 10, 13, 17, 20, 24, 27)/ Dolora Zajick (Abr. 6, 11, 15, 19, 22) (Ortrud); Franz Hawlata (Abr. 3, 7, 10, 13, 17, 20, 24, 27)/ Goran Jurić (Abr. 6, 11, 15, 19, 22)(El rey Heinrich); Anders Larsson (El heraldo).
Cuatro caballeros brabanzones: Antonio Lozano, Gerardo López, Isaac Galán, Rodrigo Álvarez
Cuatro pajes: Inés Balbás, Hugo Fernández, Patricia Ginés, María Guzmán, Celia Martos, Laura Palop, Catalina Peláez, Patricia Redondo (Pequeños Cantores de la JORCAM)
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
Director del Coro: Andrés Máspero
Directora del coro de niños: Ana González
Director musical: Hartmut Haenchen (Abr. 3, 6, 7, 10, 13, 15, 17, 20, 22, 24, 27) /Walter Althammer (Abr. 11, 19)
Director de escena: Lukas Hemleb
Edición musical: Kalmus
Duración aproximada: Acto I: 1 hora y 5 min./ Pausa de 25 min./ Acto II: 1 hora y 25 min./ Pausa de 25 min. /Acto III: 1 hora y 10 min.
Estreno en Madrid: Teatro Real, 3 - IV - 2014

 
 
osé Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande

  


FOTO:
BOGUSŁAW TRZECIAK

Teatro Real
Director: Gerard Mortier
Plaza de oriente s/n
28013 – Madrid
Tf. 91 516 06 60
Metro: Ópera, líneas 2 y 5
Ramal Ópera-Príncipe Pío
Sol, líneas 1, 2 y 3
Autobuses: Líneas 3, 25 y 39
Parking: Plaza de Oriente
Cuesta y Plaza de Santo Domingo
Plaza mayor

www.teatro-real.com

 

Última actualización el Viernes, 20 de Junio de 2014 11:23
 
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