TIRANO BANDERAS ESCASOS RECURSOS HUMANOS PARA UN PROYECTO AMBICIOSO
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FOTO: JAVIER NAVAL |
Al reclamo de una teatralidad más imaginada que real, vuelve a cobrar vida escénica la novela de tierra caliente Tirano Banderas, de Valle-Inclán. Es la cuarta vez que sucede en España desde que, a mediados de los años setenta del pasado siglo, José Tamayo le pisara la idea a Cesar Oliva, que tenía el proyecto de representarla con el Teatro Universitario de Murcia. Que no haya habido más puestas en escena se debe, en parte, a que los herederos de Valle prohibieron durante bastantes años que se hiciera otra versión distinta a la de Enrique Llovet, quien había recibido el encargo del director granadino. Salvado el obstáculo, en 1992, Lluis Pascual llevó a escena su propia versión y, en 2005, lo hizo Tomas Gayo, que compartió con Nieves Gámez la autoría del trasvase de la novela al teatro. En todas las ocasiones, la crítica se mostró profundamente dividida, pasando del “Hay que absolver a Valle”, de Xavier Fábregas a propósito de la puesta de Tamayo, a las más entusiastas alabanzas. En todo caso, lo que casi todas sugieren es que llevar a escena la obra narrativa de Valle (a veces también vale para la dramática) es empresa arriesgada por los muchos retos que plantea. El primero, reducir a las dimensiones de un espectáculo teatral tantas páginas plagadas de acontecimientos, de acciones casi cinematográficos y de un sinfín de escenarios y personajes. A la obligada poda y a la necesidad de preservar lo esencial del argumento, se añade el respeto del adaptador por el lenguaje valleinclanesco, cuando no el temor a que su intervención tenga parecidas consecuencias a las provocadas por un mal traductor cuando vierte a otro idioma una obra maestra. La prudencia suele imponerse y acaban conservándose fragmentos enteros del original de gran valor literario, pero escasa entidad dramática. El resultado es que pocas veces se consigue transformar o diluir la naturaleza narrativa del texto. En al menos un caso, la escenificación de esta novela no fue ajena a razones de política cultural con la vista puesta en América Latina, pero en el plano estrictamente artístico quienes la han dirigido tuvieron muy presente la atractiva dimensión trágica del protagonista. De ahí que, para representarle, se buscaran actores de gran prestigio y solvencia. Tamayo eligió al mexicano Ignacio López Tarso, Pascual al chileno Lautaro Murua y Tomás Gayo a Héctor Colomé. A pesar de ello, también en este capítulo las opiniones estuvieron divididas. La figura de Santos Banderas siempre quedó lejos de parecerse al descrito por Valle.
El Tirano Banderasque ahora se nos ofrece no resuelve estas cuestiones, lo que, vistos los antecedentes, no debe incluirse en el debe de Oriol Broggi, responsable de la puesta en escena y de la escenografía. Tampoco en el del mexicano Flavio González Mello, autor de la versión, quien no ha resistido la tentación de aderezar su guión con algún que otro material procedente de otras obras de Valle, al que incluso convierte en personaje que hace el papel de un preso. Los orígenes narrativos del texto siguen presentes. El recurso para disimularlos es de buena ley: quien relata los acontecimientos, recrea los que le atañen a él, mientras otros actores hacen lo propio con los demás personajes citados. Hay, por parte de Broggi, un notable afán por dotar al espectáculo de la teatralidad de la que carece el texto, lo que a veces le lleva a excesos en la acción, a derroches escenográficos y al abuso de artificiosos efectos lumínicos.
Cabe formular otros reparos a este Tirano Banderas, desde luego no tantos ni tan importantes que conduzcan a su descalificación. Estamos ante un trabajo digno. Incluso me atrevería a decir que si los logros artísticos no han sido mayores, se debe, en buena medida, a la naturaleza del proyecto Dos Orillas, del que es la primera entrega, muy ambicioso en su planteamiento, pero me temo que con insuficientes recursos para su desarrollo. El propósito de sus promotores, empeñados en hacer del teatro Español un prestigioso escaparate entre cultural y mediático, es ofrecer una serie de grandes espectáculos con ingredientes y recetas de ambos lados del Atlántico. Ello obliga a conformar una compañía con actores de diversas nacionalidades, lo que plantea inconvenientes a la hora de organizar los ensayos. Aunar estilos y acentos roba un tiempo precioso, sobre todo cuando se dispone de poco, al necesario para ocuparse de otros aspectos importantes de la puesta en escena. Y nada digamos si a eso añadimos que las limitaciones del presupuesto imponen que, para interpretar a casi medio centenar de personajes, se disponga de un elenco de tan solo nueve actores. En el montaje de Tamayo hubo treinta y dos. Esa penuria convierte el primer acto en un caos. Para seguir el hilo es obligado hacer un verdadero esfuerzo. Los actores cambian de papel a ritmo frenético, lo que convierte su actuación en algo mecánico y seguramente agotador. Cuando las escenas se alargan y la acción se hace más sosegada, afloran sus cualidades y dan lo mejor de sí, como sucede en el encuentro entre el coronel de la Gándara y Filomeno, que interpretan Pedro Casablanc y Mauricio Minetti. Solo Emilio Echevarria, que es Santos Banderas, escapa a la tiranía del desdoblamiento. Hace un buen trabajo, aunque, como sucediera con sus ilustres predecesores, se distancia de la imagen que algunos tienen del personaje.
La confesión de Oriol Broggi de que afrontaba este trabajo renunciando a entender a Valle, daba pie para ahondar en el eterno debate que sigue a las representaciones de los esperpentos, de los que esta novela forma parte, tanto por la fecha de su escritura como por su estética. Nunca consiguen convencer a todos, lo que para algunos se debe al empecinamiento por traducir plásticamente algo que esencialmente pertenece al ámbito de la literatura. Nadie se atreve a desviarse del camino señalado por el dramaturgo y certificado por sus estudiosos. Así, el excesivo respeto ciega otras vías que tal vez conviniera transitar. Broggi lo ha hecho sin más brújula que su experiencia profesional y su propia intuición. Su declaración suenan a herejía o a provocación, pero merece la pena reproducirla más extensamente: “Yo había dicho a los actores que una forma de acercarnos a Valle, a Tirano, era no queriendo saber demasiado, porque si no su fuerza nos iba a tumbar. Son demasiado grandes a veces las figuras, los autores, sus historias. Querer abarcar todo es difícil y hay que procurar no morir en el intento. (…) Yo pienso que el excesivo conocimiento a veces entorpece, a veces no ayuda”. Vistos los resultados, todo apunta a que Broggi tampoco ha dado con la solución correcta. La duda es si los problemas logísticos de la producción han sido un lastre o si ha seguido una ruta equivocada. El enigma del esperpento sigue, por ahora, sin resolver.
Título: Tirano Banderas Autor: Ramón María de Valle Inclán Adaptación a partir de la novela: Flavio González Mello Escenografía: Oriol Broggi Iluminación: Albert Faura Vestuario: Ana Rodrigo Espacio sonoro: Oriol Broggi y Enrique Mingo Audiovisuales: Francesc Isern Fotos y cartel: Javier Naval Ayudante de escenografía: Nicolás Bueno Ayudante de vestuario: Beatriz Robledo Ayudante de dirección: Montse Tixé Coordinador del proyecto Dos Orillas: Borja Sitjà Producción: Teatro Español, en colaboración con Instituto Nacional de Bellas Artes (México), Teatro Solis de Montevideo (Uruguay), FIT de Bogotá (Colombia), Teatro Sucre de Quito (Ecuador), FIT de Caracas (Venezuela) Intérpretes: Emilio Echevarría (México) (Tirano Banderas); Emilio Buale (España) (Revolucionario, Pregonero, Mr. Cotum, Ciego, Barbero, Sargento y Reportero); Pedro Casablanc (España)(Coronel de la Gáandara, Mayor 1, Barón de Benicarlés y Vate Larañaga); Joaquín Cosío (México) (Zacarías, Dr. Polaco, embajador Mexicano y Licenciado Castillo); Rafa Cruz (Venezuela) (Revolucionario, Roque Cepeda, Nachito Veguillas, Melquíades, Currito de mi alma, Embajador italiano y Criado Chino); Vanesa Maja (Argentina)(Lupita joven, niña, hija Tirano, Laurita, Revolucionario, Embajador inglés, Don Trini y policía); Mauricio Minetti (Argentina) (Filomeno, Director del diario, inspector,Mayor 2, Embajador japonés, viejo de la prisión, criado chino); Juli Mira (España)( Don Celes, Revolucionario y Alcaide); Sus Sánchez (España)(Lupita, Doña Chole, Cucarachita, Chinita de Zacarías, Abuela italiana, Preso (Valle Inclán) y Embajador norteamericano) Dirección: Oriol Broggi) Estreno en Madrid: Teatro Español, 10 - X - 2013
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