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RESEÑA 1974 NUM. 79, pp.35
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TIRANO BANDERAS RAMÓN DEL VALLE INCLÁN, 1974
Ramón de Valle Inclán, dado el teatro de entonces, no se veía fácil que su teatro fuera representable. Menos sus novelas. De ahí que durante un tiempo fuera relegado al olvido. A esto se añadía la censura que no siempre conemplaba sus textos adecuados a la moralidad e ideología imperante. Poco a poco fue enrando en los escenario de la mano de José Tamayo. Su novela Tirano Banderas, en contró su versión teatral en 1974.
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FOTO BASE: PRODUCTORA |
La publicación, a finales de 1926, de Tirano Banderas dejó estupefacto a todo el mundo literario español. Su factura moderna - con la asimilación de la simultaneidad cubista -, el grado de madurez en el camino estético del esperpento, la densidad y riqueza de su estructura narrativa y el hallazgo de un lenguaje-síntesis, profundamente original en la recopilación y creación de americanismos, hacen de Tirano Banderas un esfuerzo de creación que no tiene igual en toda la moderna novela española. La crítica, que casi unánimemente considera a Tirano Banderas como una de las cimás de la novela española de todos los tiempos, ha estudiado detenidamente las fuentes en que se inspira Valle-Inclán: los historiadores Toribio de Ortiguera, Francisco Vázquez y Juan de Castellanos, los escritores Gerardo Murillo y Ciro Bayo. Se ha estudiado también el proceso de elaboración, la técnica, el estilo, el lenguaje. Queda por hacer un estudio sobre la influencia de Tirano Banderas en toda la novelística posterior sudamericana.
Es ya casi un tópico el afirmar que la técnica de Valle-Inclán es acentuadamente cinematográfica. Sus novelas, algunas de sus comedias, se presentan como una cantera casi desaprovechada de guiones de cine. Más discutible es su capacidad dramática, sus posibilidades reales de incorporación escénica. Todavía hay críticos que se obstinan en decir que el teatro valle-inclanesco es más para leerlo que para representado. Tirano Banderas puede parecer, a primera vista, fácilmente adaptable a la escena, apoyándose sobre todo en la calidad y abundancia de sus diálogos y en muchos de sus trazos descriptivos que parecen equivaler a meras acotaciones escénicas. Creo que no es tan fácil convertir una novela en pieza teatral. Y me lo prueba el esfuerzo que Enrique Llovet ha hecho con Tirano Banderas para el Teatro Español de Madrid.
Llovet ha elegido el camino de la fidelidad, no solo en cuanto al texto, sino también en cuanto a la cantidad. Ha suprimido lo menos posible - alguna escena de transición, ,todo el bloque que protagoniza el Cuerpo Diplomático, varias escenas en la prisión de Santa Mónica -, y se ha atenido, lo más fielmente posible, al desarrollo y al ritmo de la novela. Esta excesiva fidelidad a Valle-Inclán ha hecho que se resienta bastante el ritmo dramático. La estructura de la novela es concéntrica y simultanea - todo pasa en dos días y medio - y las escenas se suceden a un ritmo rapidísimo en donde la acción va explicándose por medio de la descripción ambiental y el estudio de los caracteres. En la novela, lo que podría ser un montón abigarrado de personajes se resuelve en una unidad apretada con un ritmo narrativo de gran densidad. En la adaptación de Llovet el excesivo número de personajes y escenarios dispersa la atención, quiebra el ritmo dramático y distrae inútilmente a los espectadores. Personajes como Filomeno Cuevas, el viejo ciego y su hija, Melquiades, el mismo Peredita, el estudiante Marco Aurelio y su madre doña Rosita Pintado, etc., que en la novela tienen mayor consistencia, pasan sin pena ni gloria por el escenario retardando la acción y distrayendo la atención de los espectadores.
Si a esta dificultad de la adaptación escénica añadimos la vacilación y la falta de estudio del texto que ha acompañado la labor de José Tamayo en la puesta en escena y en la dirección de los actores, se explica mejor la ambigüedad e incluso el desconcierto con que parte del público sigue la obra. ¿Es que no ha estudiado Tamayo el tratamiento humano o esperpéntico que Valle da a sus principales personajes? El indio Zacarías el Cruzado, tremendo y humanísimo personaje de la novela, hombre taciturno, irónico, lento, que va rumiando «hacia dentro» su venganza, es difícilmente reconocible en el hombre violento y gritón que Iranzo incorpora en el escenario del Español. El coronelito Domiciano de la Gándara «de vientre rotundo, negrote, membrudo, rizoso, de risa saturnal, y vinaria», es el extremo opuesto de esa especie de joven y apuesto militar que personifica Manuel Gallardo. Don Celes Galindo «redondo, orondo, pedante» el «ilustre gachupín» no es el personaje anodino y gris que vemos en escena. ¿Puede alguien reconocer en la actriz joven y digna del Español a esa doña Rosita Pintado que en Valle-Inclán aparece como «una gigantona descalza, la greña aleonada ... una poderosa figura de vieja bíblica: sus brazos de acusados tendones, tenían un pathos barroco y estatuario»? Y, en fin, para no alargar los ejemplos, el Tirano Banderas, digno y solemne que interpreta Ignacio López Tarso, no es el protagonista de Valle-lnclán. Cuando a él se refiere, Valle casi siempre dice «la momia». Es un tipo retorcido, siniestro, que masca continuamente coca «por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de verde veneno», que cuando habla «desbarata la voz en una cucaña de gallos», que «parece una calavera con antiparras negras» o «el garabato de un lechuzo», etc. Me parece que Tamayo ha atendido más a una discutible reminiscencia histórica del presidente Porfirio Díaz que al texto mismo de Valle-Inclán. Toda la unidad de la obra se resiente con esta arbitrariedad caprichosa de la puesta en escena que mantiene a unos cuantos personajes en su nivel esperpéntico - así el Barón de Benicarlés, Currito Mi-Alma o Nachito Veguillas -, mientras que al resto se les coloca a un nivel no deformado, como personajes reales y cotidianos. El público vacila entre a los dos niveles - el grotesco y el «normal» - y se diluye así gran parte de la carga estética e ideológica que Valle puso en su novela.
Ignacio López Tarso, el famoso actor mejicano, domina el gesto, la dicción y la presencia en escena. Pero interpreta su papel «hacia fuera» y no es el Santos Banderas de Valle, esa máscara taciturna, atormentada, paradójica, cambiante. Tarso le confiere demasiado humanismo y demasiada prestancia física. No hubiera sido el gran papel para José María Prada? El resto de la compañía cumple discretamente su papel, con la excepción de Vivo, que hace un Barón de Be nicarlés delicioso y exacto. Tamayo, como siempre, se luce en los decorados y derrama en ellos el acierto que le ha faltado en la dirección de los actores. En fin, es tana la fuerza, el colorido y la riqueza de la novela de Valle-Inclán, que algo de ello pasa - aunque sea diluido - a la representación del Español. Y sólo por eso ya vale la pena al verla.
Título: Tirano Banderas Autor: Ramón María de Valle Inclán Adaptación a partir de la novela: Enrique Llovet Escenografía: Emilio Burgos. Intérpretes: Ignacio López Tarso, Ramón Duran, Társila Criado, Guillermo Hidalgo, Manuel Gallardo, José Vivó, Ramón Pons, Silvia Tortosa, María Jesús Lara, Antonio Iranzo. Dirección: José Tamayo. Estreno en Madrid: Teatro Español, 3 - X - 1974
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Florencio Segura copyrigth@segura |
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Teatro Español Aforo: 760 Director: José Tamayo C/ Príncipe, 25 28012- Madrid Ayuntamiento de Madrid. Tf. 91 3601484 Metro: Sevilla y Sol Parking: Pz. Santa Ana, Pz. Jacinto Benavente y Sevilla.
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