TWELFTH NIGTH
CORRECTO, PERO POCO ORIGINAL
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FOTO: PROPELLER |
Vuelve la compañía británica Propeller a Madrid, esta vez con dos comedias shakespereanas. La primera de ellas, Twelfth night, traducida habitualmente al castellano como Noche de reyes, y representada con alguna frecuencia también en nuestros escenarios.
En Noche de reyes, como suele suceder en otras comedias de Shakespeare, la acción principal, que procede, también como en otros casos, de una novella de Bandello, se convierte, en manos del dramaturgo, en un juego de equívocos e inopinadas semejanzas, disfraces, casualidades insólitas, extrañas apariencias y reconocimientos aplazados, que apunta hacia la reflexión sobre las identidades y sobre lo resbaladizo y ambiguo de las categorías que pretenden englobarlas y de las normas que se utilizan para regular las relaciones morales y sociales. Los estudiosos de la obra de Shakespeare han aportado innumerables hipótesis que interpretan su obra desde claves muy diversas. La ya célebre teoría del deseo mimético de René Girard, encontraría en esta comedia un elocuente material teatral para su desarrollo. Otros, por su parte, preferirían poner el énfasis en el engaño a los sentidos que caracteriza a la percepción de la realidad en el tránsito entre los siglos XVI y XVII.
Junto a la trama principal, o, mejor, entrelazada con ella, Shakespeare imagina una acción de comicidad muy acentuada, que se apoya en los extravagantes personajes de don Tobías y don Andrés, por un lado, y, por otro, del agudo e irreverente bufón Feste y del ridículo mayordomo Malvolio. La criada María, muy reforzada teatralmente en este espectáculo, actúa como puente entre los dos mundos que conviven en esta comedia. El dramaturgo no se detiene ante la burla cruel, ni le importa acercarse a los territorios de lo soez. Tampoco desdeña la comicidad verbal, basada en el ingenio, tan valorado entre los intelectuales del XVII, hasta el punto de que en muchos momentos la comedia se convierte precisamente en eso, en una justa de ingenio, en una puesta a prueba de la imaginación de Feste para salir airoso de los desafíos lingüísticos e intelectuales que se le plantean. No son estos los momentos que más nos interesan del inconmensurable teatro shakespereano, ciertamente.
El trabajo de Propeller se desarrolla sobre la convención de que los personajes femeninos son interpretados también por actores varones. Sin duda se trata de un homenaje o una emulación de la praxis del teatro isabelino, que hoy vemos como ejercicio o como juego teatral, pero también, e inevitablemente, como artificio. Podría entenderse que se fortalece de este modo la convención teatral o que los equívocos, las ambigüedades, los disfraces y los reconocimientos que propone el texto pueden someterse a una nueva vuelta de tuerca, o que la condición burlesca de la historia consigue nuevas posibilidades mediante los recursos del travestismo, pero sobre todo ello pesa también la sensación de arbitrariedad.
Más interesante me resultó la versatilidad del trabajo de los actores. La condición grupal del montaje, la asunción de diferentes papeles por parte de los actores, el recurso a la máscara y a la transformación en coros de un segmento del elenco en determinadas escenas del espectáculo, el empleo en escena de los instrumentos musicales y el movimiento de conjunto que compone buena parte del espacio escénico revelaban un trabajo cuidado y homogéneo, fruto, sin duda, de una labor continuada, rigurosa y tenaz. Y, como suele ser frecuente en muchos actores de la tradición británica, la dicción es clara y limpia y las voces se escuchan con nitidez. La austeridad del trabajo cuenta también entre los valores del espectáculo: el predominio del color negro en el vestuario, la exigüidad y el magnífico aprovechamiento de los elementos escénicos – como decía, el espacio queda configurado en buena medida por el movimiento actoral, pero merece destacarse también el empleo de los dos armarios como configuradores de espacios-, la polivalencia del trabajo interpretativo y el dinamismo de dicho trabajo en los mejores momentos del espectáculo, y tantos otros detalles compositivos.
Sin embargo, el espectáculo me produjo una cierta insatisfacción. Nada de lo que se mostraba me parecía novedoso. Por el contario, tenía la sensación de algo visto ya muchas veces, elaborado con profesionalidad y corrección, eso sí, pero sin imaginación ni riesgo. El trabajo parecía muchas veces impostado, el ritmo era lento en la mayoría de las ocasiones, los efectos cómicos estaban excesivamente marcados, por lo que perdían su eficacia, y las partes más líricas, evocadoras o conceptuales de la obra parecían diluidas.
Título: Twelfth night.
Autor: William Shakespeare.
Diseño: Michael Pavelka.
Iluminación: Ben Ormerod.
Música: Porpeller.
Producción: Teatro Propeller
Intérpretes: Liam o’Brien, Christopher Heyward, Joseph chance, Dan Wheeler, Benjamin O’Mahony, Ben Allen, Chris Myles, Vince Leigh, Gary Shelford, John Dougall, Fin Hanlon, Lewis Hart, Darrel Brockis, Arthur Wilson.
Dirección: Edward Hall.
Estreno en Madrid: Festival de otoño a primavera, Teatros del Canal, Sala roja, 5 - VI -2013
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