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Proyecto Milgram. Critica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Jueves, 12 de Julio de 2012 09:09

PROYECTO MILGRAM
BOCETO 

¿Debe hacerse la crítica de un espectáculo que en sentido estricto no lo es? Y no lo es por la sencilla razón de que lo que se muestra en el escenario del teatro Valle Inclán no es una obra acabada, sino la culminación de la primera fase de un proyecto denominado “Escrito en la escena”, que acaba de poner en marcha el Centro Dramático Nacional. En esencia, se trata de que el autor seleccionado escriba un texto trabajando codo con codo con un director y un grupo de actores. Nada que ver con la creación colectiva, fórmula tan en boga en los años sesenta y setenta de la pasada centuria en el ámbito del teatro independiente, en la que todos los miembros del grupo participaban en la elaboración del texto y lo firmaban de forma conjunta, aunque fuera uno de ellos el que, escondido en el anonimato, lo redactara. Sí guarda relación, en cambio, con otro modelo de creación desarrollado por entonces, en la que el autor escribía su obra apoyándose en los trabajos de improvisación de los actores y asumiendo sus sugerencias. Más o menos lo que ahora se pretende: aportar ideas que impulsen la creación de un texto. La diferencia entre lo que se hacía entonces y esta experiencia es que, aquella, era una aventura de resultado incierto emprendida por gente entusiasta, a veces con escasa formación teatral y siempre faltos de recursos económicos, lo cual no significa que, en su conjunto, los resultados no fueran excelentes y dejaran una profunda huella en el teatro español que vino después. Ahora se trabaja bajo el paraguas del CDN y los beneficiarios están avalados por sus estudios de arte dramático y algunos éxitos profesionales. La idea de Ernesto Caballero, que sabe bastante del teatro de entonces y del de ahora, es oportuna y merece ser aplaudida.

 
 
 FOTO: ANDRÉS DE GABRIEL
Volviendo al proyecto en cuestión, lo visto en el Valle Inclán, no es el resultado final, sino su estado en el tramo último de su desarrollo. Se pretende someter a la consideración del público lo hecho hasta ese momento, de tomar nota de sus opiniones y tal vez asumirlas, aunque, por supuesto, nadie obligue a ello. Pero sí será su reacción la que, en buena medida, determine la vida futura del espectáculo. Volviendo a la pregunta que el crítico se hacía al principio de estas líneas, su respuesta es que él también es público y, en su condición de tal, no hay motivos que le impidan opinar sobre lo visto.
El primer fruto de “Escrito para la escena” es Proyecto Milgram, de Lola Blasco. Alude el texto a Stanley Milgram, profesor estadounidense de origen judío, que en 1961 llevo a cabo un experimento orientado a medir la disposición de los individuos para obedecer las órdenes recibidas de una autoridad, aún en los casos en que les repugnaran o entraran en colisión con sus convicciones personales. En cada sesión participaban tres personas, de las cuales una era el científico o investigador que la controlaba, único conocedor de la verdadera naturaleza de la prueba. Los otros dos, contratados mediante anuncios publicados en la prensa con el falso reclamo de que participarían en unos ejercicios sobre el aprendizaje y la memoria, asumían, respectivamente, los papeles de profesor y alumno. Aquél formulaba preguntas y éste debía responderlas correctamente. En caso de no hacerlo era castigado con una descarga eléctrica, que, a cada fallo, era más intensa. Cuando los gritos del alumno se hacían tan insoportables que el profesor se resistía a seguir torturándole, el investigador le obligaba  a continuar en nombre de la ciencia. El castigo era fingido, pero, de los dos, el único que lo sabía era el que actuaba como alumno, cuyo papel era asumido por un actor. Así, pues, el conejillo de indias era el profesor, cuyo comportamiento era el objeto del experimento. Los resultados, que fueron demoledores, vinieron a confirmar esa inclinación del ser humano a justificar conductas delictivas o simplemente reprobables con el argumento de que se limitaron a cumplir órdenes dictadas por sus superiores. Ningún sentimiento de culpa y, en consecuencia, ausencia total de arrepentimiento. Grandes criminales se han parapetado en el principio de la obediencia debida para proclamar su inocencia. En la historia de la humanidad, abundan los ejemplos. En su obra, Lola Blasco recuerda dos: el de Pilatos y el de Adolf Eichmann. El primero lo sazona  con gotas de humor derivadas de la curiosa y desenfadada interpretación que hace del relato bíblico. El del miembro de las SS, detenido en Buenos Aires y ejecutado en Israel tras ser juzgado por crímenes contra la humanidad cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, reproduce parte de su declaración ante el tribunal que le juzgó. No negó su participación en el diseño de la solución final ni en la organización del transporte de deportados judíos a los campos de exterminio. Nada tenía contra ellos, argumentó en su favor. Según él, la responsabilidad de lo sucedido correspondía en exclusiva al gobierno alemán, al que servía con fidelidad y sin cuestionar sus decisiones.
La autora sitúa el comienzo de los experimentos del proyecto Milgram a los tres meses de que se celebrara el juicio contra Eichmann. El nexo de unión entre ambos acontecimientos parece evidente. Sin embargo, al crítico no le cuadran las fechas, pues, si sus datos son ciertos, el criminal nazi fue condenado a morir en la horca el 15 de diciembre de 1961 y la sentencia se ejecutó en mayo del año siguiente. En cuanto al proyecto Milgram, su inicio tuvo lugar en julio del 61. Esa discrepancia no cuestiona la existencia de un nexo de unión entre ambos acontecimientos. La autora, sin duda mejor documentada, podría explicarlo. En todo caso, lo importante es que Lola Blasco ha puesto sobre el tapete un hecho estremecedor: la evidencia de que buena parte de la humanidad es proclive a comportarse como lo hizo Eichmann. Milgram fijó el porcentaje de los que culminaron su experimento en un 65 %.
Lo que hemos visto en el Valle Inclán es más que una lectura y algo menos que una representación teatral. Aunque no lo sea, se parece mucho a lo que llamamos semimontados, esa suerte de espectáculos que el dramaturgo argentino Roberto Cossa definió como un modo de dar a conocer obras que merecen llegar a los escenarios, respetando los códigos de la teatralidad con la única excepción de que el texto es leído por los actores. Si Proyecto Milgram no encaja del todo en el apartado de los semimontados, se debe a que no estamos ante un texto definitivo, sino ante un boceto muy adelantado, que alcanzará la categoría de obra terminada cuando la autora dé, si lo estima conveniente, los últimos toques tras esta especie de ensayo general con todo. Por ello, nuestro juicio no es definitivo. Llegará en su día si la obra, como es deseable, es representada de forma regular.
El asunto de Proyecto Milgram es interesante y ha sido abordado con rigor. No conociendo el proceso de su escritura a pie de escenario ni la influencia o grado de participación en ella del director (Julián Fuentes Reta) y los actores (Delfín Caset, Pablo Huetos, Isabel Rodes y Rodolfo Sacristán), sí podemos apreciar, en su trabajo, una complicidad creativa que avala la bondad de la fórmula ensayada. En ella se integra la música de Oscar Villegas, creada al mismo tiempo que el texto, junto al que ha ido creciendo. La obra se inscribe en el teatro documento, pero también está presente el metateatro. No en vano, el experimento de Milgram tenía mucho de representación y en él participaron, como ya hemos dicho, actores. Aquí, Lola Blasco ha elegido para el papel de alumno a una joven actriz llamada Margarita. Durante la entrevista en la que es contratada, se habla mucho de teatro: salen a relucir el trabajo de Gómez en Informe para una academia, de Kafka, el Fausto de Goethe o las aspiraciones de los que han elegido el teatro como profesión. Cuando la recreación del ensayo científico concluye, lo hace el juego teatral y nos quedamos con el grueso de las aportaciones documentales. Parte de los materiales utilizados por la autora proceden de los interrogatorios a que Eichmann fue sometido durante el juicio. Otros, parecen tomados literalmente de los escritos del propio Milgram, probablemente de su libro Obediencia a la autoridad: un punto de vista experimental y, quizás, de otros informes y artículos sobre la materia. El interés es manifiesto, pero son textos monótonos y prolijos que recitados de viva voz nos hacen sentirnos asistentes a una conferencia y no a una función de teatro. Proyecto Milgram, en su estado actual, es como un diamante sin tallar. Una reescritura que los acorte y ponga la teatralidad que falta, sería el mejor colofón de esta prometedora aventura escénica.                           
                                                          
Título: Proyecto Milgram
Autora: Lola Blasco
Música: Óscar Villegas
Producción: Centro Dramático Nacional
Reparto: Delfín Caset (Maestro, Dr. Servatius), Pablo Huetos (Científico actor, Adolf Eichmann), Isabel Rodes (Margarita, Aprendiz, Fiscal), (Científico, Pedro el Rojo, Juez)Rodolfo Sacristán
Dirección: Julián Fuentes Reta
Duración: 1 hora 30 minutos (Aprox) sin intermedio
Estreno en Madrid: Teatro Valle Inclán, 6 - VII - 2012
FOTO: ANDRÉS DE GABRIEL


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo



TEATRO VALLE INCLÁN
(Polivalente)
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Última actualización el Miércoles, 29 de Agosto de 2012 18:13
 
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