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El Temps y els Conway. 1992. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Ferran Corbella   
Lunes, 23 de Enero de 2012 16:11

 

 
 RESEÑA 1992
NUM. 229, PP.31 - 32

EL TEMPS I ELS CONWAY

"CUM LAUDE" MODÉLICO

 

 
 FOTO: PAU ROS

En una introducción a su Teatro Completo el dramaturgo J.B. Prietsley señalaba a finales de los años 50 la honda v influencia que había tenido Chéjov en el conjunto de su obra teatral. El autor no nos da como ejemplo de esta  influencia la que tal vez sea su obra más conocida, El tiempo y los Conway, aunque lo cierto es que las correlaciones no escasean: así la dramática venta de una casa familiar como tema central del segundo acto de El tiempo - análogamente a El jardín de los cerezos -;

una familia de linaje, los Conway, pero que carece de una figura paterna central y vertebradora - tal y como sucede en la mayor parte de las obras maestras chejovianas-; la consiguiente preeminencia coral de Mistress Conway -figura análoga a las aristocráticas Arkadina y Ranevskaia, en lo que atañe incluso a su gusto por el teatro; el conflicto de clases que presenta la obra en la dialéctica que enfrenta a Ernest Beevers con la familia Conway -data análogo ala relación Lopajin/Raanevskaia en El jardín -;  la idéntica sensación de desengaño y vacío vital que transmiten las respectivas obras capitales de Chéjov y este texto de Priestley.

 

Visto el dato, parece necesario señalar las divergencias, que también las hay. Frente a Chéjov, un reformista m moderado muy distanciadamente comprensivo can el emergente marxismo n: de su tiempo, el talante radical-izquierdista de Priestley se expresa en alga así como una tesis ortodoxo-marxista clásica: el carácter irreconciliable de las distintas clases en litigio. Las respectivas obras de uno y otro autor si comparamos en concreto El tiempo y El jardín- demuestran que allí donde Priestley echa mas leña al fuego, Chéjov llamaba de algún modo a los bomberos del porvenir: Chéjov vislumbró en efecto un futuro y esperanzador entendimiento interclasista, la aurora boreal de una sociedad armoniosa y sin conflictos que arrancaba de algún modo en el espíritu comercial y como de capitalismo dulce de Lopajin, un pequeño burgués, el hijo del pueblo, mientras Priestley, par el contrario, veía en Beevers -el equivalente de Lopajin- a un individuo lleno de resentimientos clasistas que no hace sino echarle la paletada fúnebre a una aristocracia - ya sea de sangre o de título - incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, con sus días contados como clase parasitaria. Es muy posible que el curso de la Historia esté el hecho de individuos como Beevers y Lopajin, lo cual, como dato sociológico, vendría a contrapesar el carácter algo reduccionista con que se ha venido etiquetando El tiempo como obra filosófica en atención a su conocida tesis científico-temporal: la existencia de bases físico-matemáticas que permiten anticipar el futuro.

 

Sea o no admisible esta afirmación - procedente del divulgador J.W. Dunne, dato que el propio Priestley señala en una «nota» del año 48 -, lo cierto es que la originalidad de El tiempo nace de un pequeño truco técnico que de algún modo convierte la ciencia en dramaturgia: un ejercicio de cronología alterada - el tercer acto está secuencialmente colocado como segundo acto - que le permite al autor una estremecedora reflexión sobre la «ingenuidad» en la que vivimos esas figuras frágiles y perecederas que somos todos un poco, en relación al futuro y a nuestras más elementales expectativas de prosperidad humana. Temática harto conocida para cualquier estudioso de lo humano, Priestley la conjugó aquí con especial habilidad de dramaturgo muy confortablemente instalado en el terreno fértil y tradicional de la artesanía de la «pièce bien faite» -y ello mas allá de la «originalidad» que para sí reclama el autor en determinados escritos.

 

Entrando ya en materia, digamos que a Mario Gas y su equipo artístico les cabe el honor de haber orquestado aquí, entre otros meritos, el prodigioso «tempo» naturalista que preside el montaje. Lo ha señalado especialmente Joan A. Benach - «estamos ante un naturalismo que lleva decenios funcionando en Europa» (...) «una tradición necesaria de la cual el teatro catalán no anda nada sobrado»-, destacando en definitiva la rara perfección con que se ha sentado la inesperada cátedra en lo que atañe a un superlativo nivel de coordinaci6n coral, a una unidad estilística de conjunto coherente con el espíritu textual, a una total erradicación de «cantarellas», poses, exageración interpretativa, melodramatismo  almibarado, y, en resumen, a un excepcional equilibrio entre el formalismo externo y un muy adecuado nivel de la concentración escénica y vivencia del te proceso psicológico del personaje y dentro de unos cauces de contención, y discreción escénica sumamente  oportunas: tal vez sobresalgan la Madge de Victoria Peña o la Sra. Conway - de Montserrat Carulla - una lección de maestría y veteranía- aunque lo cierto es que casi todos los intérpretes merecen idénticos elogios.

 

Credibilidad y exactitud profesionales para un montaje que también presenta una escenografía de hondo relieve conceptual y una dramaturgia de ambicioso fuste reflexivo. Hablábamos antes del tiempo y del futuro y, en efecto, no parecen gratuitas las diversas vinculaciones luminotécnicas y escenográficas que el montaje mantiene en relación a determinados aspectos; por ejemplo, del universo creativo de Stannley Kubrick, concretamente la larga secuencia final de 2001, en la que Kubrick culminaba su ambiciosa reflexión de resonancias místico- teológicas sobre el origen inteligente del Universo. Se trata de un plano temático perfectamente engarzado -por sorprendente que parezca- con el realismo de la pieza, y en el que confluyen el módulo arquitectónico de Ezio Frigerio - impresionante creación que consigue expresar las «heridas del tiempo» a partir de una bellísima estilización de colores (gamas de azul en especial) y conceptos (ruptura, resquebrajamiento, difuminaaci6n, etc.)-, el vestuario -exquisitos diseños de Franca Squarciapino-, la iluminación, la música y la banda sonora añade, reforzando así en conjunto el nivel más simbólico que presentaba el texto de Priestley, no tanto en función de las teorías de Dunne, sino en el sentido mucho más llano de entender a los Conway como una sobrecogedora metonimia de la humanidad: ciega humanidad que camina hacia el futuro en vertiginosa aceleraci6n tecnológica - así lo sugiere la banda de efectos sonoros -, sin apenas disponer de instrumentos de análisis y medición en lo que respecta a cuestiones tan eternas como la vida, la muerte, el conocimiento, el paso del tiempo, las ilusiones las rotas, el envejecimiento, el extrañamiento de unos y otros.

 

Obra sin duda también elemental en su nivel más discursivo y ético-existencial, cruel radiografía a un pequeño universo familiar en decadencia, es muy justo considerar este montaje de  El temps i els Conway como un primer «cum laude» de futura madurez escénica catalana con rango y homologación europeos en el terreno del teatro de texto. Modélico ejemplo de arte teatral como conciencia cívica de una colectividad adulta, montaje que habrá elevado la apreciación general del buen aficionado, sólo se me ocurre expresar mis felicitaciones a todos tos aquellos que han hecho posible este El temps i els Conway.

 

Título: El temps i els Conway.

Autor: J.B. Priestley.

Traducción: Begoña Barrena.

Escenografía: Ezio Frigerio.

Vestuario: Franca Squarciapino.

Iluminación: Quico Gutiérrez, Mario Gas.

Dirección: Mario Gas.

Intérpretes: Montserrat Carulla, Alex Casanovas, Victoria Pena, Pere Ponce, Mónica López, Rosa Renom, Rosa Boladeras, Lluisa Castell, Jordi Boixaderas, Jaume Mallofré.

Estreno en Barcelona : Teatro Condal, 8-IV-92.

 

 


FERRANCOBELLA
Copyright©ferrancobella

 
 

 

 

Última actualización el Lunes, 23 de Enero de 2012 17:02
 
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