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HAMLET DE SHAKESPEARE LA ESENCIA DEL DRAMA TRILOGÍA DE SHAKESPEARE de EIMUNTAS NEKROSIUS
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FOTOS: DMITRI MATVEJEV |
Título: Hamlet Autor: William Shakespeare Traducción al Lituano: Aleksas Churginas Dramaturgia: Eimuntas Nekrosius Escenografía: Nadezda Gultiajeva Iluminación: Roms Treinys, Audrius Jankauskas Música: Faustas Latenas Sonido: Víktor Arefyev Atrezzo: Vladimir Frolov Sastrería: Irena Mikoliuniene Dirección Técnica: Dziugas Vakrinas Intérpretes: Andrius Mamontovas (Hamlet), Dalia Storyk (Gertrude, reina de Dinamarca), Vidas Petkevicius (Espectro, padre de Hamlet), Ramunas Rudotas (Horacio, amigo de Hamlet), Viktorija Streica (Ofelia, hija de Polonio), Kesutis Jakstas (Alertes, hijo de Polonio), Povilas Budrys (Polonio, lord Chambelán), Gabrielia Kuodyte (Actriz), Algirdas Dainavicius/Vladimiras Jefrenovas (Actores). Tadas Sumskas (músico) Dirección: Eimuntas Nekrosius Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), 21 de octubre de 2005 Hamlet es el tercer y último espectáculo de esta Trilogía de Shakespeare-Nekrosius, ofrecido en el Festival de Otoño 2005 por la compañía Meno Fortes, dirigida por Eimuntas Nekrosius. No obstante, el orden de producción fue otro: “sentí la necesidad de producir Hamlet, luego Macbeth y después Othello, porque entre las líneas de las obras de Shakespeare se ocultan no sólo palabras, sino sentimientos y emociones.” No queda claro el por qué ha cambiado el orden creativo. En el programa de mano el propio Eimuntas plantea su poética acerca de cómo concebir el teatro: “al teatro se va a mirar, no a escuchar. Hay quienes prefieren un teatro de estatuas de cera. A mí no me gusta nada”. Tal poética es la que aplica al Hamlet de Shakespeare, así como a sus dos anteriores montajes: Macbeth y Othello. Sobre esto no hay nada que objetar. El problema se plantea cuando nos entrega un autor como Shakespeare. Si algo tiene el teatro de Shakespeare es el valor de la palabra. Su teatro se fundamenta sobre el Verbo del actor y, plásticamente, sobre el vestuario. Es una época en el que la historia denunciada es sirve para un análisis de las emociones, sentimientos y pasiones del ser humano, pero ello transmitido a través de la Palabra. Tal predominio de la Palabra como vehículo de comunicación no existe en este Hamlet y deliberadamente no la quiere Eimuntas. Prefiere centrarse en el análisis de la emoción y transmitirla a través de la imagen. El texto original de Shakespeare le sirve como pretexto para montar su personalísimo Hamlet. Quiere decir, que pasados los primeros minutos debemos olvidarnos de Shakespeare. Es más, uno se pregunta si el espectador que no conoce la historia se entera a través de este montaje. Pero esta cuestión, imagino, que le importa poco a Eimuntas, porque con su dramaturgia va más a la transmisión de una serie de emociones y sentimientos que al desarrollo narrativo o la denuncia de un acontecimiento histórico concreto. Por lo tanto hay que olvidarse de la fidelidad al texto shakesperiano – elige los fragmentos que le interesan -, el valor de la palabra como recitación para crear la emoción y todos aquellos elementos tradicionales de los textos del autor inglés. Puestas las cosas así este Hamlet va la esencia atemporal de lo que supone la tragedia de odio y venganza del príncipe de Dinamarca. Y esa esencia mira más bien al interior de los personajes que a su comportamiento exterior. Esa esencia también prescinde del espacio concreto para preferir otro más abstracto marcado por la siniestralidad, propiedad del entorno de maldad creado por unos y otros y también plasmación de la negrura del alma de cada uno de ellos. Con un lenguaje muy plástico y visual en el que la simbología juega un gran papel, así como el recurso de la expresión corporal de los actores en desplazamientos y composiciones corporales, consigue transmitir la existencia de un mundo lleno de negrura y maldad.
ANDRIUS MAMONTOVAS (HAMLET) |
Un arranque de una primera parte con impases de sopor - sobre todo al comienzo – y con una insistencia en los objetos, vaticina lo peor. A media que la narración transcurre, posiblemente porque el espectador capta que no debe hacer comparaciones con el texto tradicional de Shakespeare, el espectáculo nos va prendiendo y vamos entrando en un mundo lleno de evocación. También se acepta con agrado a Andrius Mamontovas (Hamlet), sobre el que el programa de mano nos advierte que es una “estrella del rock lituano”. Digo se acepta, porque al leer tal reseña previa uno se pone a temblar y se pregunta cómo un cantante de rock puede interpretar a Shakespeare. No obstante, eliminado el escollo de la recitación, todo resulta más razonable y aceptable. Y en este caso concreto el Hamlet de Nekrosius-Mamontovas, consigue – como pocas veces se logra - dar con ese ser desequilibrado y alocado que debió ser el príncipe de Dinamarca. Otros aciertos a destacar es el tratamiento que se da al personaje de Ofelia y su relación con Hamlet. De gran expresividad y belleza el encuentro amoroso de ellos dos, muy apoyado en la expresión de los dos cuerpos, así como la muerte de Ofelia. Esta versión es un cúmulo de búsquedas de la imagen para hablar con ellas fundamentalmente. A veces roza el barroquismo y otras el símbolo visual es confuso o cae en lo reiterativo, como sucede con las gigantescas copas – sugeridoras del veneno y del asesinato -, una de las cuales estalla sorprendentemente por el método que Jardiel Poncela utilizó en su comedia El amor dura dos mil metros: disparar con una escopeta un perdigón sobre el cristal. Hay, tal vez, un recrearse y una obsesión por la imagen que llega a cansar, lo cual hace que se asista al espectáculo de modo intermitente: nace el interés y la fuerza de la imagen o el uso de los objetos nos subyuga – muy bien utilizados y muy bien ligadas las transformaciones de los objetos o los recursos tramoyísticos por los propios actores – y en otros nos desinteresamos. En cuanto al texto en lituano, se puede seguir a través de los sobretítulos. No obstante, al no ser la fuente primordial de la comunicación en esta versión, quedan relegados a muy segundo plano. Al final es tal la fuerza visual que se prescinde de su lectura. Dividido en dos partes, la segunda parte – posiblemente porque ya sabemos de que va este montaje – se sigue con mayor interés y posee mayor ritmo.
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