LAS DAMAS DE FERROL
DOS VIEJAS DIFÍCILES
Angel Savin y Manuel García
Foto: Mario Álvarez
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Título: Las damas de Ferrol.
Autor: Eduardo Alonso.
Asesor Dramatúrgico: Yolanda Dorado.
Escenografía: Juan Sanz.
Realización escenográfica: Luis Castilla.
Construcción cuerpo escénico: Isabel Cobo.
Vestuario: Roberto Martínez.
Iluminación: Adolfo Simón y Luis Castilla.
Fotografía: Mario Alvárez.
Diseño gráfico: Melchor García.
Producción: Spiral XXI.
Distribución: Malena Polo.
Prensa: Itziar Ortega.
Intérpretes: Ángel Savín y Manuel García.
Compañía: Dante (Producciones Adolfo Simón).
Ayudante de Dirección: Maria Castillo.
Dirección: Adolfo Simón.
Estreno: Sala Lagrada, 21 -X- 2004.
De que Ferrol existe, no cabe la menor duda. En esa ciudad gallega nació Franco y, por ello, fue llamada durante mucho tiempo El Ferrol del Caudillo. También vivió y estudió en ella Eduardo Alonso, el autor de la obra que comentamos. Lo que parece más dudoso es que El Ferrol al que se alude en su titulo sea real. Y no sólo porque lo digan las dos protagonistas, sino porque de pocas cosas de las que se cuentan en escena podemos estar seguros. Ambas son hermanas, pero tal vez el parentesco que las une sea otro, o solo se trate dos viejas amigas que conviven bajo el mismo techo. Una de ellas está paralítica, pero en una ocasión abandona su silla de ruedas para alcanzar algo que parecía fuera de su alcance. Las dos aluden constantemente a un hombre que estuvo casado con la imposibilitada, fue amante de la otra y acabó siendo asesinado por ellas a hachazos. Claro que, a la vista de las contradicciones en las que incurren al referirse a él, es posible que sea un producto de su imaginación desbordada.
Con ocasión de otra puesta en escena anterior dirigida por el propio autor, destacábamos que en Las damas de Ferrol, un enfrentamiento entre la que, desde la silla de ruedas, pretende llevar las riendas de la casa, y la que recurre a una conducta infantil y a una aparente desmemoria para escapar a su tiranía, se rendía tributo al teatro del absurdo. La obra era presentada como una comedia circular o en espiral, en la que se debate entre la realidad y la fantasía. Pero también señalábamos que, a pesar de que el planteamiento inicial prometía una velada interesante y rica en sorpresas y del buen trabajo de las actrices, el duelo verbal, salpicado de exabruptos, llegaba a ser tan repetitivo que se hacia tedioso. El sorprendente desenlace, que ni antes ni ahora desvelamos, rompía la monotonía que se había instalado en el escenario, aunque lo hacia demasiado tarde.
Ignoramos si el texto que ahora se ofrece es fiel al original o ha sufrido algún retoque, pero, en todo caso, los inconvenientes apuntados entonces han desaparecido. Adolfo Simón, responsable de la puesta en escena, ha encomendado los papeles de las hermanas a los actores Ángel Savín y Manuel García. El cambio es propuesto con naturalidad, sin estridencias, de modo que el público lo acepta de buen grado. Luego, todo transcurre en un tono en el que la agresividad reside más en el texto que en el gesto comedido de los actores. Ello crea un delicado equilibrio que, sin embargo, no se rompe en ningún momento. La escenografía, acorde con las limitadas posibilidades materiales de una compañía independiente, describe bien el cerrado ambiente en el que están sumergidas las ancianas. La escena final, con un torso humano suspendido como una res en el matadero, introduce un guiño expresionista que pone un broche adecuado al espectáculo.
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Jerónimo López Mozo
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