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RESEÑA. 1996
NUM. 272, pp. 20. |
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LA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC CALIENTE
DIFÍCIL EMPEÑO
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TONI CANTÓ, AITANA SÁNCHEZ GIJÓN
FOTO: TEATRO ESPAÑOL |
La gata sobre el tejado de zinc caliente, una de las piezas más conocidas de Tennessee Williams, vuelve sobre algunas de las obsesiones dominantes del dramaturgo. Así, el motivo de la homoxesualidad o la presencia de unos personajes esencialmente instintivos, biológicos, que se agarran decididamente a la vida, casi de una manera animal, salvaje. Pero, sobre todo, la pieza vuelve sobre la frustración de quien anhela un ámbito de autenticidad y de pureza y sólo encuentra a su alrededor hipocresía y mentira. Brick ha decidido renunciar a vivir y entregarse a la bebida, única forma de anestesiar su insoportable relación con el mundo. Frente a él, su mujer, Maggie, se aferra a la esperanza de engendrar un hijo como expresión de la continuidad vital, deseo que comparte el viejo abuelo, quien, pese a su irreprimible deseo de vivir, se encuentra condenado a muerte por una enfermedad incurable. Junto a ellos desfilan unos personajes marcados por la mediocridad y por el interés económico, lo que pone un contrapunto ordenancista a las dimensiones biológicas de Maggie y del abuelo, y nihilista de Brick. Todos luchan por algo que anhelan vehementemente, que necesitan de una manera imperiosa. Saben que aquello que pretenden es un imposible, pero no pueden dejar de luchar decididamente por conseguirlo. Esta actitud les lleva a combinar la acción brutal o descarada con el empleo de complejos mecanismos psicológicos.
En consecuencia, los tres personajes centrales ofrecen a los actores que los encarnan posibilidades de extraordinario lucimiento. Sin embargo, no puede olvidarse la extrema dificultad de esos papeles. Justamente esa mezcla de fuerza y de contención, de pasión y de sutileza, los hace sumamente complejos y requiere actores dotados de un especial vigor personal y una amplia gama de recursos interpretativos. Si no es así, estos papeles tan atractivos a priori se convierten en una trampa para quienes los desempeñan, en cuanto que ponen de manifiesto con especial transparencia la inmadurez o las carencias de los actores que los afrontan, y esto es lo que ocurre en cierto modo con Aitana Sánchez-Gijón y Toni Cantó, intérpretes de Maggie y de Brick, respectivamente. Los dos cuentan con una trayectoria actoral más o menos importante, pero su labor en esta ocasión no alcanza los niveles de calidad y hasta de energía que serían precisos para desempeñar con brillantez su cometido. En líneas generales su interpretación es correcta, contenida, elegante, pero en conjunto resulta pobre. En favor de ambos ha de decirse, sin embargo, que nunca recurren a la estridencia, nunca se sirven de elementos fáciles. Las lagunas de su interpretación han de buscarse más en las carencias que en los excesos.
Carlos Ballesteros, por el contrario, está convincente en un papel dominado precisamente por la energía y hasta por la brusquedad. Ballesteros ha basado la composición de su personaje en unas indudables condiciones físicas y en una voz especialmente apropiada para la figura que encarna. Su interpretación resulta en este caso eficiente e incluso brillante en muchos momentos.
La dirección ha optado por banalizar la composición de los demás personajes. Se destaca la veta ridícula de sus conductas y se llega en algunos momentos incluso a la caricatura. El resultado no es bueno, aunque en ocasiones pueda provocar una fácil hilaridad. Tratados así, estos personajes pierden interés y, cuando en la última escena recae sobre algunos de ellos el peso de la acción dramática, la tensión del drama decae notablemente, justo en el instante en el que se necesitaba que resultaran más creíbles, más humanos. Entonces hay que optar por una súbita transformación -que parece muy poco creíble- de los personajes del hijo mayor y de la madre. Sus intérpretes son Juan Calot, no siempre afortunado, y Alicia Hermida, quien, a pesar de unas interesantes condiciones actorales, se enfrenta con un personaje que no ha sido trazado de manera demasiado coherente: se ha acentuado de manera innecesaria la dimensión grotesca - que innegablemente forma parte del personaje, pero no lo configura por completo, hay en ella otros aspectos-, lo cual hace difícil comprender la hondura y la dignidad de los sentimientos que manifiesta en las escenas finales.
El espacio escénico, sobrio y monumental a la vez, es hermoso y está determinado por una bellísima iluminación, en la que de nuevo se advierte el exquisito gusto de Mario Gas, y por la presencia de una enorme cama que casi lo ocupa por completo. Desde luego, la elección de este objeto no está determinada por la funcionalidad, más bien ha de pensarse en una intención simbólica, que casi parece de corte psicoanalítico. La cama constituye la obsesión de Maggie en su afán de recuperar las relaciones físicas con Brick, pero el signo, así entendido, resulta excesivamente obvio.
La puesta en escena, por lo general, revela la mano de un creador que sabe resolver con calidad, con fluidez y con oficio los problemas que plantea el texto. Como en otros trabajos de Mario Gas, se advierte un sereno dinamismo en el desarrollo de la acción y en la distribución de los movimientos de los personajes en escena. El empleo de la música para intensificar algunos momentos de las extensas escenas y las intensas conversaciones entre los personajes principales parece discutible, y, en algunos momentos, puede llegar a ser tediosa.
Título: La gata sobre el tejado de zinc caliente.
Autor: Tennessee Williams.
Versión: Manuel Angel Conejero.
Escenografía y vestuario: Carlos Abad.
Dirección e iluminación: Mario Gas.
Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Toni Cantó, Rosa Renoll1, Alicia Hennida, Juan Caot, Carlos Ballesteros, Alberto Muyo y Javier ROll1án.
Estreno en Madrid: Teatro Español, 2-1I1-1996.
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CARLOS BALLESTEROS / TONI CANTÓ
FOTO: TEATRO ESPAÑOL |
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Eduardo Pérez – Rasilla
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