RESEÑA, 1993
NUM. 242, pp. 18 |
AMAR DESPUESDE LA MUERTE
CONFUSIÓN INNECESARIA
El drama presenta un inusual
foco de interés:
la simpatía con que el dramaturgo español
trata a los moriscos. |
Título:
Amar después de la muerte.
Autor: Calderón de la Barca.
Versión, dirección y espacio escénico: Fernando
Urdiales.
Vestuario: Fernando Urdiales y Oiga Mansilla.
Música: Juan Carlos Martín.
Iluminación: Jesús Lázaro.
Intérpretes: Rosa Manzono, Carlos Pinedo, Jesús Peña,
Francisco González, Blanca Herrera, Pedro Vergada, Fernando
Urdiales, Miguel Bocos, Luis Miguel García, Javier Semprún,
Beatriz Alcalde, Teresa Lázaro, Oiga Mansilla.
Estreno: Teatro Municipal de Almagro, 2-VII-93.
El
Teatro Corsario, que cuenta ya con una amplia experiencia en
el montaje de teatro clásico, ha preferido habitualmente
trabajar sobre piezas menos conocidas. En esta línea se sitúa la
puesta en escena de esta obra calderoniana, Amar después de
la muerte, una historia sobre la rebelión de los moriscos
granadinos en el siglo XVI. El drama presenta un inusual foco de
interés: la simpatía con que el dramaturgo español trata a los
moriscos, verdaderos protagonistas de la obra, cuyo desenlace
proporciona a don Alvaro Tuzaní la oportunidad de
vengar el alevoso asesinato de su mujer a manos del cristiano
Garcés. El desenlace repite la fórmula de justicia
poética que exige el castigo del malhechor, en este caso un
soldado español y no un rebelde morisco. Por lo demás y pese a
que se encuentra lejos de las mejores piezas calderonianas,
ofrece algunas muestras de dominio de la teatralidad que
caracteriza al dramaturgo, como sucede con la escena en la que
gracioso, el morisco Alcuzcuz, creyendo que su amo
va a matarlo por su descuido, decide beber de la bota de vino
que robó a un soldado y que él considera veneno, para de esta
forma quitarse la vida de una manera más dulce.
Pese a las diferencias aparentes, el grupo repite una fórmula
muy semejante a la que utilizó para el montaje de Asalto a
una ciudad, de Lope de Vega en versión de Alfonso
Sastre. Las dos piezas están basadas en motivos bélicos,
están dotadas de una apretada acción dramática y de un ritmo
casi cinematográfico, para cuyas puestas en escena se eligen
criterios de plasticidad y de brillo externo y domina en ellas
un tono de carácter épico que pretende resaltar la grandeza de
las conductas.
El resultado llama la atención por su belleza indudable, pero
también por la escena con la que se abre el espectáculo con la
zambra que los moriscos celebran ocultamente es atractiva, pero
después predomina un ritmo entrecortado y brusco. En cuanto a la
plasticidad del espectáculo, el grupo se ha esforzado en la
confección de un vestuario de gran vistosidad, pero en esta
ocasión parece haberse excedido en el empeño, puesto que
encuentra difícil justificación el empleo de impolutos y
variados uniformes de la guerra de Africa que durante algunos
momentos convierten el espectáculo en un desfile de modelos más
que en una función teatral.
En líneas generales resulta poco funcional, porque habitualmente
reduce el espacio disponible y encierra a los actores en
espacios en los que pueden moverse con dificultad.
La interpretación, en consonancia con el aire general del
montaje, resulta grandilocuente y revestida de un tono heroico
que con frecuencia suena a hueco, pese a que hay algunos atisbos
de calidad en el trabajo de ciertos actores. En cualquier caso
ha de destacarse una dicción clara, aunque se abusa
innecesariamente del patetismo.
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