ALMACENADOS
ATRAPADOS EN UNA TAREA INÚTIL
Título: Almacenados.
Autor: David Desola.
Dirección: Juan José Afonso.
Escenografia: Jon Berrondo.
Iluminación: Rafael Mojas.
Espacio sonoro: Pablo Iglesias.
Vestuario: Miguel Crespi.
Intérpretes: José Sacristán (Señor Lino),
Carlos Santos (Nin).
Estreno en Madrid: Teatro Fígaro: 12 –IX -
2005. |
JOSÉ SACRISTÁN |
Cuando, hace pocos años, se estrenó Baldosas, David
Desola se mostraba como un dramaturgo singular. Su lenguaje
teatral difería radicalmente del que empleaban otros compañeros
de generación y parecía entroncar con la tradición de un
neorrealismo expresionista, con toques tragicómicos, muy
frecuente en cierto teatro español de los años finales de la
década de los cincuenta y de los primeros de la de los sesenta.
No se trataba, sin embargo, de una imitación formal de estéticas
anteriores, ni mucho menos de una mirada nostálgica al pasado.
Desola pretendía construir un teatro crítico de la
sociedad contemporánea y recuperaba para ello herramientas que
habían acreditado su utilidad en estos menesteres. Pero que el
dramaturgo actualizaba los temas y ponía al día lenguajes y
procedimientos, de manera que no nos encontrábamos ante una
propuesta obsoleta o rancia, sino ante el retrato doloroso y
desenfadado de las vertientes más ridículas y problemáticas a la
vez de unos modelos sociales estúpidamente orgullosos,
prepotentes e involuntariamente cómicos, si estos se
contemplaban desde una mirada desprovista de prejuicios.
Almacenados continúa esa línea y, si en Baldosas,
el dramaturgo se enfrentaba al fenómeno de la hipoteca, como
cadena que ataba al individuo y a su familia a lo largo de su
existencia bajo la promesa de un propiedad cuya consecución real
es más que dudosa, en Almacenados se asoma a los ritos de
un mundo laboral que se presenta como única posibilidad de
realización del ser humano y se revela, a la postre, como algo
frecuentemente alienante, vacío de contenidos, parte de un
engranaje innecesario e inexplicable, pero, a la vez,
irrenunciable. Un veterano trabajador, al borde la jubilación, y
un muchacho que accede, quizás por vez primera, a un empleo más
o menos estable, comparten unas jornadas en un almacén que no
tiene ya, o acaso nunca la tuvo, utilidad alguna. Y si algunos
rasgos del ambiente, las conversaciones o de lo incierto de la
biografía de ambos personajes recuerda al mencionado
neorrealismo expresionista que en España cultivaba, por ejemplo
Muñiz, u, ocasionalmente Lauro Olmo, Rodríguez
Méndez, o incluso el primer Alfonso Paso, la
situación dramática se nos muestra teñida también por la
ineludible influencia beckettiana: el encierro, la espera
incesante y permanentemente insatisfecha, la presencia-ausencia
del dueño del negocio, etc., son elementos teatrales que han ido
repitiéndose a lo largo de este último medio siglo de literatura
dramática.
La combinación de ambos lenguajes se completa con la
utilización, por partida doble, de la broma juvenil, del engaño
bienintencionado, que alivia lo insoportable de la situación y
hace justicia -al menos poética- al desamparo del viejo
trabajador y tal vez también del joven empleado. A la vez,
desenmascara unas costumbres y unas normas desprovistas de
auténtico contenido, deshumanizadas y grotescas. Su uso resulta
un tanto ingenuo, y hasta inverosímil, propio del cuento de
final feliz, pero constituye la respuesta personal del
dramaturgo a una historia que quiere dichosa y, también, a una
situación tan delirantemente absurda, pese a sus pretensiones de
seriedad y casi de sacralidad, a la que el escritor quiere
perder el respeto mediante la burla.
CARLOS SANTOS/ JOSÉ SACRISTÁN |
No nos encontramos, en mi opinión, ante un texto pleno y
rotundo, pero sí ante una propuesta interesante y sugestiva,
ante una tentativa crítica bien enfocada, que no debe pasar
inadvertida. Almacenados es un texto entrañable, divertido y
preocupante, a un tiempo, incómodo a veces y poco conformista
siempre. Su capacidad para mostrar con lucidez y desenfado la
cara ridícula de la supuestamente severa organización laboral
aporta aire fresco a un teatro que nos siempre es capaz de
desprenderse de tópicos y prejuicios. El autor, Desola, merece
que su carrera sea seguida con atención porque puede aportar una
visión mordaz, aunque marcada por el humor, de tantas realidades
de la sociedad contemporánea que se nos presentan como
indiscutibles.
El espectáculo está siempre al servicio de las posibilidades del
texto y del trabajo actoral. La escenificación es sencilla. La
luz y la música - acertadas siempre - marcan los cambios de
tiempo en un espacio que es siempre el mismo y que está
presidido -como no cabía imaginar de otro modo - por un inmenso
reloj que refuerza quizás esa dimensión expresionista de
Almacenados.
El trabajo actoral es también sobrio, pero eficaz. Se ha evitado
la tentación del lucimiento personal y la más peligrosa aún de
acentuar la vertiente desvalida de los personajes o la ridícula
de la situación. Por el contrario, la interpretación se realiza
con rigor y con una actitud de compromiso inequívoco con lo que
el texto plantea. Un buen trabajo, por tanto, de José Sacristán
y de Carlos Santos. Sacristán merece además un
elogio suplementario por lo que constituye una actitud entregada
y generosa que no suele ser demasiado común.
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