LAS MIL Y UNA NOCHES
UNA NOCHE ES SUFICIENTE

Título: Las mil y una noches.
Adaptación y dramatrugia: Joan Font y Luisa Hurtado.
Espacio escénico: Frederic Amat.
Vestuario: Frederic Amat y Cortana.
Composición y dirección musical: Gani Mirzo.
Iluminación: Albert Faura.
Intérpretes: Queralt Albinyana, Isaac Alcayde, Alma Alonso, Txe Arana, Mia Castellvi, José Pedro García, Roger Julia, Jordi Rallo e Iván Tapia. Músicos: Gani Mirzo, Neyla Amel Ben Bey, Sergio Menem, Iván Lorenzana, Juan José Barreda, Meter Lemberg, Jordi Rallo y Stanley Subas Naraine.
Compañía: Comediants.
Dirección: Joan Font.
Estreno en Madrid: Patio Central del Conde Duque, 4-VIII-2005.

Un grupo de personas procedentes de diversos lugares vigila las ruinas de la Biblioteca Nacional de Bagdad para evitar el saqueo de lo queda en ella. El fuego redujo a cenizas más de un millón de libros, entre ellos numerosos ejemplares de Las mil y una noches. Pero algunos se han salvado. Al menos, uno. Ese es el punto de partida del espectáculo de Comediants. Con el fin de amenizar la larga noche que tienen por delante, abren sus páginas y alguien inicia la lectura en voz alta, pero los personajes del libro van cobrando vida y lo que contemplamos es la escenificación de algunos de los cuentos contenidos en el libro. El espectáculo hubiera sido el mismo si en lugar de situarlo en la Biblioteca Nacional de Bagdad se hubiera elegido cualquier otro lugar. ¿Por qué ése? Los creadores dicen que fue la noticia de la destrucción de aquel espacio cultural lo que les impulsó a acometer la empresa. No hay por que dudar de ello, pero llama la atención que, en la promoción de la propuesta, se hable más de ese bárbaro hecho que de su verdadero contenido, una sucesión de fantásticas historias que constituyen uno de los monumentos de la literatura universal. En vísperas del estreno hemos leído que lo que se muestra sobre el escenario es un alegato en contra de la guerra, símbolo y metáfora de los conflictos que a lo largo de los siglos han arrasado el mundo. Nada tiene que ver el espectáculo con eso. El discurso alude a un compromiso que no se plasma en lo que se ve, que no es otra cosa que la amable versión de unos cuentos maravillosos. Por eso no se entiende bien las referencias a las guerras, en concreto a la de Irak, que merecen otro tipo de discurso.

Joan Font y Luisa Hurtado han hecho una acertada selección de textos y la han hilvanado bien. El eje de la historia es Schahrazada, la que se libró de su muerte y de la de otras muchas doncellas, porque logró, cautivándole con sus relatos, que el rey Shahriyar pusiera fin a la carrera de crímenes con la que decidió vengarse de la infidelidad de su esposa. De la mano de la joven nos adentramos en el laberinto de narraciones que contiene Las mil y una noches y vamos conociendo a un sinfín de personajes singulares que despiertan nuestra curiosidad. El único reparo que cabe formular a la versión es que, en el trasvase, se ha perdido buena parte de la sutileza empleada en el lenguaje original para abordar con delicadeza asuntos escabrosos.

La puesta en escena es, sin embargo, decepcionante. Una estructura de mecanotubo –montaje de “andamio” lo ha llamado alguien- es la pobre percha de la que se va colgando los elementos que recrean los numerosos espacios en los que transcurre la acción. Es, en primer lugar, el fantasmagórico esqueleto de la biblioteca de Bagdad y, luego, estancias de palacios pretendidamente suntuosas, zocos, bosques, desiertos, cubierta de navío… La idea del viaje, tan ligada a Las mil y una noches, se reduce a un continuo subir y bajar de los personajes para instalarse en los huecos de la fea construcción. Es verdad que hay momentos en los que se roza la belleza, como el del paso por el escenario de la caravana de camellos o el del barco que parece surcarle con las velas desplegadas, pero son pocos.

Tampoco la interpretación ayuda. En una obra en la que no hay papeles destacados, los actores deben poseer, cuando menos, ritmo y un elevado sentido de lo coral. En la presente ocasión no es así. Hay que decir, en su descargo, que buena parte de sus energías se consume en colgar y descolgar del armazón metálico, con cierta torpeza, por cierto, los elementos del atrezzo. En otro momento, estas deficiencias hubieran sorprendido en Comediants. Hoy, no tanto. Y el crítico lo dice con pesar, porque todavía no ha olvidado el regalo de aquellos juegos de ensueño, inocentes y limpios de sus primeros años. Las cosas han cambiado y lo han hecho para mal. No es un problema exclusivo de esta compañía. La demanda crece con el éxito y de la creación original se pasa al prêt-à-porter, a la fabricación en serie, a la creación de varios elencos de desigual categoría que simultanean otros tantos circuitos bajo el mismo prestigioso sello. Lo cierto es que entre el teatro de franquicia y el de factoría, cada vez queda menos espacio para el de arte. Lo triste es que entre los responsables del cambio estén los que, en otros tiempos, enarbolaron la bandera del mejor teatro.

 

Más información

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           VERANOS DE LA VILLA DE MADRID - Información General

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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