RONDÓ PARA DOS MUJERES Y DOS HOMBRES
NUEVO ESPACIO TEATRAL
Título: Rondó para dos mujeres y dos hombres.
Autor: Ignacio Amestoy.
Dirección: Francisco Vidal.
Escenografía y vestuario: Jesús Ruiz.
Iluminación: Rafel Echeverzt.
Intérpretes: Rosa Mariscal (Sara Sastre),
Diego Martín (Federico Farré), Chusa Barbero (Sofía
Garcés)
y Roberto Ibáñez (Víctor Steiner).
Estreno en Madrid: Pequeño Teatro Gran Vía 66,
30 – III -2005. |
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Gran Vía 66 abre un nuevo espacio en los bajos del Teatro.
Parece que la intención de sus responsables es dedicar la sala a
la programación de la escritura española contemporánea. Si se
confirma, se trata de una extraordinaria noticia. De momento,
han exhibido el último texto inédito del dramaturgo Ignacio
Amestoy, Rondó para dos mujeres y dos hombres,
precisamente en las mismas fechas en las que la editorial
Cátedra publica dos de sus títulos clásicos: Ederra y
Cierra bien la puerta. Una feliz coincidencia en el
tiempo.
Ya el título que ahora se estrena nos remite hacia el mundo de
la música y hacia las no siempre fáciles relaciones entre los
sexos, dos ámbitos ya transitados con acierto por Amestoy
en obras anteriores que se recuperan en este último texto. En
Rondó para dos mujeres y dos hombres se apuntan cuestiones
de interés, como las reticencias del varón a que la mujer ocupe
los puestos de verdadera responsabilidad o el empeño del hombre
por usurpar la voluntad femenina a la hora de tomar las
decisiones importantes de su vida. U otras, como los
enfrentamientos generacionales, el papel del arte en la
sociedad, la necesidad irrenunciable de que cada uno tome las
riendas de su presente y de su futuro o la exploración de los
intricados laberintos de las relaciones afectivas,
sentimentales, amistosas, sexuales, profesionales, etc. Y todo
ello a través de una historia con una cuidada y sugerente
estructura musical, que parecía encaminarse hacia el drama
íntimo, contenido e intenso, apoyado en un diálogo incisivo y
rico, discursivo y provocador.
El espectáculo exhibido sobre las tablas de este Pequeño
Teatro Gran Vía, sin embargo, nos sitúa en el territorio de
la comedia, una comedia que parece recrearse en los rasgos
caricaturescos, en efectos previsibles y manidos y hasta en los
trazos gruesos, casi vodevilescos en alguna ocasión. Todo un
desacierto de una dirección lamentable que no ha querido
entender ni la sutileza ni las posibilidades de un texto más
interesante en lo que apunta que en lo que muestra de manera
obvia y que, consecuentemente, debiera haberse atenuado o
incluso suprimido. Las disquisiciones explícitas y los monólogos
explicativos sobre las relaciones entre los hombres y las
mujeres y las sátiras sobre el deslucido papel que el varón
interpreta, en comparación con la mujer contemporánea, pueden
provocar la hilaridad fácil de un público a quien en los últimos
años se ha acostumbrado a procedimientos de este estilo en
espectáculos calcados unos de otros y repetidos hasta la
saciedad. Pero considero que el teatro de Amestoy no
necesita de estos procedimientos y que alcanza una mayor
eficacia a través de la sugerencia o del discurso sólido y bien
trabado, compuesto por una palabra incisiva y contundente, que
con un lenguaje propio del monólogo cómico al uso, que ha
terminado por cansar a todos y por agotar el género mismo. No
obstante, es esto y no aquello lo que se potenciado en este
espectáculo hasta convertirlo por momentos en una comedieta
desvaída y hasta zafia, cuando en el texto parece intuirse algo
mucho más hondo, sugestivo e inquietante.
No ayuda al éxito del espectáculo una interpretación que muestra
hasta qué punto el teatro en España está necesitado de una honda
renovación. Rosa Mariscal hace del poderoso personaje de
la protagonista una mujer insípida, incapaz incluso de lucir el
elegante vestuario con el que aparece ataviada, y que obliga al
público a imaginar, más que a ver o a entender, por qué interesa
tanto a los hombres una mujer con tan escasas energías y
personalidad tan inane. Tampoco Diego Martín, que encarna
al marido de la protagonista, aporta gran cosa como actor y se
limita a decir, sin demasiado entusiasmo, un papel con el que no
establece ningún compromiso y desde el que no construye ningún
personaje. Por otro lado, tanto Chusa Babero, como
Roberto Ibáñez eligen el camino de lo histriónico, y en
ocasiones de lo sobreactuado, para crear tipos, más que
personajes, y para buscar desesperadamente una comicidad que no
siempre es necesaria. Ciertamente su presencia escénica, sus
energías y su compromiso son mayores que la de sus compañeros de
reparto y muestran un mayor grado de profesionalidad y de
convicción, pero su trabajo está exento de cualquier sutileza.
También en este aspecto la dirección de escena ha brillado por
su ausencia.
Rondó para dos mujeres y dos hombres merecería una
revisión de su escritura y una propuesta escénica diferente.
Podemos esperar de los indicios que advertimos en el texto un
espectáculo interesante. Y necesario.
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