RESEÑA (ABRIL 1992)
(Nº 227, pp. 17) |
DE NOCHE JUSTO ANTES DE LOS BOSQUES
CANTO DEL MARGINADO
(Esta obra llega cuando ya han
subido al escenario madrileño
dos obras de Koltés. En este caso es un monólogo
que
Pedro Mari Sánchez aborda como actor y director)
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Título: De noche justo antes de los bosques.
Autor: Bernard Marie-Koltés.
Traducción: José María Marco.
Asesor escenográfico: Alfonso Barajas.
Director e intérprete: Pedro María Sánchez.
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (CDN),
6 – III - 92. |
PEDRO MARI SÁNCHEZ |
Dos obras de Bernard Marie Koltés habían subido ya a los
escenarios madrileños: Combate de negro y de perros a este mismo
del María Guerrero y, muy poco después, al de la Sala Olimpia,
En la soledad de los campos de algodón.
De noche justo antes de los bosques es, sin embargo, su primera
obra dramática importante. Antes sólo había escrito algunos
breves textos vanguardistas para uso de los alumnos de una
escuela de arte dramático. Representada en 1977 en el «off» del
Festival de Avignon, el éxito alcanzado le abrió las puertas del
teatro.
De noche justo antes de los bosques es un monólogo lleno de
fuerza y literariamente rico en el que ya se anuncian las claves
que definen el teatro del prematuramente desaparecido autor
francés, Pero sobre todo pone sobre el tapete una cuestión que
con el paso del tiempo ha ido adquiriendo una rabiosa
actualidad: el de la marginación del emigrante extranjero, los
brotes de racismo provocados por otros marginados —macarras,
chulos, pijos y prostitutas— que le impiden sobrevivir incluso
en el medio sórdido en el que tal vez pensó que podía hallar
refugio.
El protagonista, un magrebí, se resiste a aceptar la realidad de
los hechos. A medianoche, poco después de haber sido robado y
apaleado, aborda a un desconocido para pedirle que le escuche,
para mostrarle su angustia y hacerle partícipe de sus imposibles
planes de liberación y de venganza. Se trata de un discurso en
el que sobre el lenguaje áspero que da fe de su insoportable
soledad y del desprecio que siente por aquellos que le rechazan,
circula, a ráfagas, una ternura que transmite la esperanza
depositada en un futuro que a todos se nos antoja inalcanzable.
Pedro María Sánchez ha producido, dirigido e interpretado el
espectáculo. El empeño es oportuno por el contenido de la pieza,
y la apuesta tan ambiciosa como arriesgada por las dificultades
que encierra. No estamos seguros de que, en cuanto a sus
resultados artísticos, la haya ganado del todo. Se nos antoja
que el actor ha echado una pesada carga sobre sus hombros. Ante
una pobre y desafortunada escenografía — ¡esa parpadeante y
molesta batería de luces de neón!— se enfrenta con un tono
comedido al largo monólogo. Se diría que quiere ser
rigurosamente fiel, además de a la letra, al espíritu de un
texto cuyo único signo de puntuación es la coma. No hay pausas
en su discurso, que, al cabo, se torna monótono. No recoge, en
fin, las vibraciones que se perciben en su lectura.
¿Quién es el culpable de la frialdad de la representación: el
Pedro María actor o el Pedro María
director? Este, sin duda. Es
verdad que al actor le falta todavía aliento para asumir un
papel de tanta envergadura; pero otro director, no
necesariamente mejor, simplemente otro, hubiera obtenido de él
otros registros que hubieran enriquecido su trabajo. Cabe, y
ojalá que así suceda, que el talento y el sentido crítico de
este comprometido hombre de teatro logren, con el paso de los
días, poner en el espectáculo el calor que le falta.
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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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