EL
MAESTRO
¿CATARSIS DOCENTE?
Título: “El Maestro”.
Autor: Jean-Pierre Dupagne.
Traducción: Fernando Gómez Grande.
Iluminación: Luis Perdiguero.
Vestuario: Adolfo Domínguez.
Producción: Geografías Teatro.
Imagen cartel: Guinovart.
Intérprete: Abel Vitón (“el profe”).
Director: Joaquín Candeias.
Estreno en Madrid: Centro Cultural de la Villa, 2-II-2005. |
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Es de alabar la cuestionadora obra de Jean-Pierre Dupagne sobre
el mundo del aula, abordado desde el punto de vista de un
sufriente profesor de secundaria. Un “profe” ciertamente
original y a la vez bien reconocible por todos, de suerte que
puede aspirar a ser expositor idóneo del drama existente delante
de tantos encerados y, simultáneamente, portavoz legítimo de
aquellos compañeros dolientes dedicados a la enseñanza.
Llevando a la escena la apología de un maestro de literatura,
nos introduce en el maravilloso juego del teatro dentro del
teatro, del drama representado diariamente en cada clase
convertido en reflexión consciente y escénica. Drama que lleva
en sí el germen de lo cómico y de lo trágico, dispuesto a brotar
incontenible de forma inesperada. Así se logra trasladar la
reflexión, la advertencia y la denuncia a un público que no
debería permanecer ajeno. ¡Cuánto menos si entre los pupitres se
reproduce un fiel retrato de lo que es y lo que será nuestra
sociedad! Los profesionales de la enseñanza, los alumnos, los
que ya lo fueron y los padres de alumnos que vivieron otras
aulas pasadas, quedan implicados y cuestionados, invitados a
realizar una reflexión que sólo se encuentra iniciada en la
obra.
Con la autoridad perdida y la violencia en los centros
educativos como temas detonantes, se abre un campo de preguntas
extenso, dejando en manos del espectador multiplicarlas con su
pensamiento. En el fondo, más allá de las fallas bien evidentes
de nuestros sistemas educativos y nuestra sociedad occidental,
es la naturaleza del hombre lo que Jean-Pierre estaría
proponiendo a examen. Si el guión teatral contiene toda esta
riqueza, poniéndose en paralelo deliberado con la tragedia
griega, veamos cómo el reto dramático ha sido recogido en esta
producción de Geografías Teatro.
En la hora larga de monólogo de El Maestro, Abel Vitón demuestra
su habilidad como juglar, burla todo asomo de hastío y logra
captar la atención de principio a fin. Tal vez sea ésta la
primera prueba de fuego de todo monólogo, y mucho más en los
tiempos que corren del dios pantalla. En efecto, suponiendo un
buen texto, como es el caso, la palabra sigue teniendo la magia
suficiente como para que sigan acudiendo espectadores a
escucharla con mucho gusto, allí donde se la adorna de la
declamación justa y del ritmo adecuado. El guión es hermoso,
mordaz, con momentos de buena poesía y la interpretación supo
mostrarlo. Bien se vio que Abel Vitón es actor sólido en el arte
de contar.
La segunda prueba de fuego es la necesidad de emplear un arco de
registros y recursos muy variado para sacar todos los matices al
texto y conjurar definitivamente el fantasma de la desatención.
El uso de la voz es aquí decisivo, instrumento bien trabajado
por el actor y del que podría haber sacado mejor partido,
seguramente, si no se encontrara un poco tocada. Aun así aguantó
el tipo y se administró con sabiduría.
No obstante lo dicho, se echaba en falta un poco de reposo o
detenimiento en algunos momentos, sin temor a ahondar en los más
dramáticos con un mayor desarrollo. Parecía que había urgencia
por salir de ellos, por romperlos, no siendo que el tren del
monólogo pudiera ralentizarse o desarmarse. Pero en una hora y
cinco minutos de duración hay que arriesgarse, hay ocasión de
sacar punta y de acumular matices, aunque suponga un poco más de
espacio. El tono sarcástico elegido para el conjunto quizá se
haya comido parte de la posible riqueza de la obra. Me pregunto
si no cabría una mayor flexibilidad, aunque el equilibrio sea
arduo de conseguir. No ocultar la chaladura del pobre profesor
ha contribuido ciertamente a la veracidad de la situación y a
dar buen cauce a todos los rompimientos de humor sarcástico. Sin
duda que estos hacen más digerible el drama central, alejan la
tristeza y consiguen que la problemática se desplace más al
plano intelectual. Tal vez no haya otra solución cuando las
situaciones esbozadas son extremas, acaso sacadas de una
realidad presente en algunos centros de enseñanza. Se diría que
Jean-Pierre las escogió para provocar y advertir, para punzar el
pensamiento y levantar preguntas. Todas son reconocibles por el
personal docente en el patio de butacas, pero el no haber
conseguido una mayor empatía puede que prevenga al espectador de
llegar a bajarlas a las tripas, de sufrirlas en la propia carne
superando el mero asentimiento intelectual.
No ayudaba mucho la iluminación y puede que tampoco el escenario
elegido. Las luces se limitaban a seguir al orador y subrayar
quizá demasiado obvia y bruscamente los movimientos del corazón
que tocaban en cada momento. Desconcertaba la activación
progresiva de los pilotos de emergencia en los cambios a oscuro,
precisamente cuando se pretende el intimismo o la melancolía. El
espacio escogido no es un teatro, y eso se deja sentir. Se trata
de una buena sala de conferencias bien acolchada, ideal para
ponencias con megafonía y no tanto para la declamación nuda. Si
se pretendía el efecto de aproximarnos a un público que se
ubicara en un aula, no creo que se consiguiera, aunque la
intención fuera buena y se correspondiese con una escenografía
tan sobria como suficiente.
Hay que decir que la respuesta del respetable resultó, sin
llegar al entusiasmo, bastante generosa.
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