HAMLET

CORRECTO, PERO SÓLO ESO

Autor: William Shakespeare.
Traducción: Leandro Fernández de Moratín.
Versión: Yolanda Pallín.
Escenografía: Richard Cenier.
Vestuario: Rosa García Andújar.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho (A.A.I.).
Ayudante de dirección y maestro de armas: José Luis Massó.
Dirección, composición y adaptación musical: Eduardo Vasco.
Viola de gamba: Alba Fresno.
Compañía: Noviembre Teatro.
Intérpretes: Francisco Rojas (Horacio), Arturo Querejeta (Claudio, sombra), Daniel Albadalejo (Laertes, cómico), Walter Vidarte (Polonio), Ginés García Millán (Hamlet), Alicia Sánchez
(Gertrudis), Nuria Mencía (Ofelia), José Vicente Ramos (Marcelo, cómico, sepulturero), Fernando Sendino (Ricardo, cómico, cura), José Ramón Iglesias (Guillermo, sepulturero).

Estreno en Madrid: Teatro de la Abadía: 26 – I - 2005.

FOTO: CHICHO

Sorprende que se haya elegido la traducción de Moratín, un tanto polvorienta y almibarada. No obstante, la versión de Yolanda Pallín sobre la letra moratiniana resulta rigurosa y limpia. Aligera notablemente el texto, y lo poda de algunas escenas, personajes y parlamentos que no parecen imprescindibles, pero permanecen nítidos los perfiles de una historia que puede escenificarse así con fluidez y contundencia.

El montaje que propone Eduardo Vasco es coherente con este espíritu. Se busca la casi total desnudez escenográfica, configurada por una plataforma de lados desiguales, inclinada hacia los espectadores, y por un espacio que bordea a esa plataforma que acoge algunas escenas especialmente intensas o significativas. La escasez de atrezzo, la utilización de un vestuario de aire decimonónico y la riqueza imaginativa de la iluminación propuesta por Miguel Ángel Camacho estilizan la acción y facilitan la agilidad de movimientos y transiciones que se desarrollan con dinamismo. La música en vivo, a cargo de una violagambista, y el uso de un efecto sonoro que sugiere una campana estridente, poderosa y violenta, marca espacios y tiempos y sugiere emociones. El director de escena maneja con buen pulso estos ingredientes teatrales y el resultado de todo ello es, por lo general, eficaz, atractivo y vistoso.
 


FOTO: CHICHO
Sin embargo, esta escenificación de Hamlet, sin duda valiente por el mero hecho de asumirla y también por llevarla a cabo desde concepciones estéticas propias, no pareció entusiasmar a los espectadores que asistieron al estreno. Es posible que le falte, más allá del dominio de resortes técnicos y dramatúrgicos y de la consecución de un acertado territorio plástico, una lectura más personal, una interpretación coherente y reveladora que justifique esta nueva propuesta y que enriquezca nuestras posibilidades de acercarnos a este emblemático texto shakesperiano. A un director del talento y del empuje de Vasco se le puede pedir que no se conforme con el oficio, la técnica y el buen gusto, que ha demostrado sobradamente en muchas ocasiones. Cabe esperar que se adentre en territorios más complejos y que se interrogue sobre puede transmitirse con el Hamlet de Shakespeare a los espectadores del siglo XXI. Y ha de convenirse en que el espectáculo no nos sorprendió. Se quedó en ese territorio de lo correcto y de lo bien hecho que a nadie puede molestar, pero tampoco inquietar ni apasionar.

Es posible que la consecuencia -o la causa- de todo ello haya que buscarlo en la interpretación actoral, que, si bien resulta atinada y correcta en la mayoría de los casos, ofrece una sensación dispersa, como si cada actor siguiese un criterio propio, ajeno a la labor de conjunto. Por lo demás, las interpretaciones de muchos de los personajes principales están por debajo de la calidad que cabría esperar en un espectáculo de estas características. No es precisamente el mejor trabajo ejecutado por Ginés García Millán, quien compone un Hamlet pobre y desvaído, apoyado en recursos actorales endebles y manidos, desorientado y sobrepasado por su personaje. García Millán se encuentra muy lejos de otras actuaciones mucho más sugestivas y vigorosas que le hemos visto en los últimos años. Más presencia y más fuerza demuestra Arturo Querejeta, en los papeles de Claudio y de la sombra, en los que si no siempre alcanza la brillantez, sí ofrece momentos interesantes, como el del arrepentimiento tras la contemplación de la obra teatral sugerida por Hamlet.
 

FOTO: CHICHO

Alicia Sánchez, encarna a una Gertrudis correcta y de limpia dicción en las primeras escenas, pero insuficiente y floja en la escena con Hamlet. Walter Vidarte muestra su veteranía y su oficio a la hora de interpretar a Polonio, pero su creación se nos antoja demasiado personal y, a un tiempo, reiterativa y de escasa originalidad, aunque también convincente y vigorosa. Sorprende positivamente las interpretaciones de algunos personajes secundarios, como el de Horacio, a cargo de Francisco
Rojas
.

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Javier Zabala
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