YO, CLAUDIO

EL EMPERADOR REPUBLICANO

Héctor Alterio |
Título: Yo, Claudio.
Autor: Robert Graves.
Versión teatral: José Luis Alonso de Santos.
Dirección: José Carlos Plaza.
Escenografía: Francisco Leal y José Carlos Plaza.
Vestuario: Pedro Moreno.
Iluminación: Francisco Leal.
Videoproyecciones y diseño multimedia: Ideogamma.
Intérpretes: Héctor Alterio, Encarna Paso, Carlos
Martínez-Abarca, Israel Frías, Javier Ruiz de Alegría, Alberto
Berzal, Alicia Agut, Pepe González, Arantxa Aranguren, Isabel
Pintor, Paco Casares, Pilar Bayona y Luis Rallo.
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz,
21-IX-2004.

Héctor Alterio y Encarna Paso |
¿Para
poner en pie un espectáculo sobre el emperador Claudio era
necesario basarse en la novela de Robert Graves? Para
reflexionar sobre el poder y la corrupción a través de este
singular personaje, que, a pesar de sus miedos, indicios, tal
vez equivocados, de retraso mental y defectos físicos, fue
nombrado emperador por azar y, desde su alto puesto, quiso traer
la República a Roma ¿no se pudo acudir a las fuentes históricas
originales, las mismas que usó el novelista? ¿No hubiera sido
mejor que José Luis Alonso de Santos, el adaptador, del
que nos consta que es gran conocedor de la historia de Roma,
hubiera escrito una obra original en lugar de verse obligado a
seguir los pasos señalados por el escritor británico, a pesar, o
quizás por ello, de que, como él mismo admite, las dificultades
para reducir a la duración normal de una función tan voluminosa
obra le han obligado a alejarse, en ocasiones, del modelo
impuesto? Esa libertad de la que no ha dispuesto, lastra la
teatralidad de un espectáculo que fatiga a pesar del evidente
interés de su discurso y de la inserción de alguna escena en la
que la danza y el juego erótico intentan aliviarla.
La
puesta en escena de José Carlos Plaza no logra superar
las dificultades del texto, ni las que se derivan del paso a un
escenario cerrado de un espectáculo concebido para ser
representado en espacios abiertos como el del teatro romano de
Mérida. No es únicamente el recurso al uso de micrófonos, que
distorsionan las voces, ya tan habitual incluso en locales de
poco aforo y buena acústica. Se trata, principalmente, de la
escenografía. El elemento más importante es una gigantesca
pantalla en la que aparecen imágenes correspondientes al arte
romano, otras que subrayan el carácter sangriento de de la
época, pero, sobre todo, el rostro de Claudio, gigantesco, a la
manera de un primer plano cinematográfico. Lo que la pantalla
muestra es lo que el actor que le interpreta está haciendo en
ese preciso momento en escena. El video, ese invento que tan
útil está siendo para el teatro, recoge la actuación del
protagonista y, de forma simultanea, proyecta un fragmento –en
este caso su rostro- sobre la pantalla. El crítico intuye que la
idea de Plaza o de su escenógrafo responde a la necesidad de que
los espectadores del teatro representado al aire libre, tan
alejados del escenario, puedan ver los gestos de los personajes,
práctica que es habitual en los conciertos musicales que se
celebran ante audiencias masivas. Lo que aquí sucede es que el
público, al poder escoger entre la imagen virtual y la
real,
se inclina por aquella, lo que no resulta sorprendente, pues
ella sola llena el escenario, mientras que ésta aparece
empequeñecida, un tanto ridícula, como si se tratara de un
efecto óptico.
Entre lo más positivo, está el trabajo de los actores, de gran
calidad, aunque el de Héctor Alterio, por su condición de
protagonista absoluto, su capacidad para asumir con éxito una
tarea agotadora y sus notables dotes histriónicas, eclipse el de
los demás. Él es el eje del espectáculo y para él fueron los
aplausos más encendidos.

 
Jerónimo López Mozo
copyrigth©lópezmozo
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TEATRO ALBÉNIZ
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Autobuses: 3,515,50,51,52,53,150
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