ORESTIADA
TEATRO PARA TIEMPOS SANGRIENTOS
Título:
Orestiada.
Autor: Esquilo.
Versión: Carlos Trías.
Dirección: Mario Gas.
Escenografía y vestuario: Antonio Belart.
Iluminación: Carlos Lucena y Mario Gas.
Intérpretes: Damiá Barbeny, Jordi Boixaderas, Mario Gas, Emilio
Gutiérrez Caba, Maruchi León, Anabel Moreno, Ricardo Moya,
Gloria Muñoz, Vicky Peña, Constantino Romero y Teresa Vallicrosa.
Estreno en Madrid: Centro Cultural de la Villa, 2-IX-2004
(Veranos de la Villa)
(Recuperado del Festival de Teatro de Mérida 2004)
En esta
Orestiada que ha dirigido Mario Gas se pone de manifiesto, una
vez más, la vigencia de los clásicos, como muchos de los
discursos de entonces sirven para hablar de asuntos de hoy. Tal
sucede con la tragedia de Esquilo, que, escrita hace más de dos
milenios e inspirada en los sucesos que tuvieron lugar en la
casa de los Atridas, en Argos, tras el regreso de Agamenón de la
guerra de Troya, sigue siendo válida en el mundo actual,
sacudido por una violencia que empieza a parecer infinita, en el
que el ciudadano inocente e indefenso es torturado o asesinado
en nombre de causas que escapan a su comprensión o le son
ajenas, en el que se mezcla la lucha por causas justas con
gratuitos actos de barbarie, en el que es difícil distinguir al
patriota del terrorista y, en fin, en el que cada acción tiene
su réplica siguiendo la vieja ley del Talión. ¿Acaso no nos es
útil compartir la reflexión que hacía el trágico griego sobre la
conveniencia de desterrar la discordia, las venganzas
sangrientas y las represalias en beneficio de un espíritu
presidido por el respeto hacia los demás, que haga posible la
convivencia ciudadana y, mediante ella, el establecimiento del
orden democrático?
Emilio Gutiérrez Caba |
Lo que sucede es que tales ideas fueron expuestas por Esquilo a
lo largo de las tres obras que componen Orestiada –Agamenón,
Las Coéforas y Las Euménides -, cuya representación integra
rebasaría con creces las dos horas que dura este espectáculo. No
persigue la reducción liberar al impaciente público de hoy del
cansancio que le producen las representaciones largas, ni cabe
pensar que Mario Gas se haya propuesto
enmendar la plana al autor o sumarse a la legión de adaptadores
sin escrúpulos que saquean y destrozan el vasto repertorio
clásico. Lo que pretende es aislar aquellas partes del texto que
mejor recogen, en el tiempo actual, el mensaje que se ha
propuesto transmitir y quizás también esté en su ánimo aliviar
la carga de prepotencia masculina respecto a la mujer que hay en
la obra. De la difícil tarea se ha ocupado Carlos Trías y hay
que decir que su trabajo ha sido respetuoso y sobresaliente.
Nada ha añadido, ni alterado. En cuanto a la poda, ha sido
limpia, resultando difícil, para los que no conocen la obra
original, percibir donde están las heridas. Y ello a pesar de la
severidad de la limpieza, que en la última de las piezas, Las Euménides, llega al extremo de convertir el largo proceso al que
es sometido Orestes para juzgar sus crímenes en un monólogo que
lo resume todo. Otro mérito del autor de la versión es haber
alumbrado un lenguaje de aires clásicos que suena bien a los
oídos de hoy.
Maruchi León |
Respecto a la puesta en escena, sorprende que la acción se
desarrolle en un escenario inspirado en un coso taurino. No
parece el lugar más adecuado para situar la tragedia, ni
siquiera con el argumento de que lo ritual está presente en ella
y en la corrida de toros. Sin embargo, hay que admitir que,
hecha la objeción y olvidando la referencia tauromáquica, el
espacio circular, cubierto de arena y presidido por una
imponente puerta tras la que habitan el poder y el crimen, es
estéticamente bello y satisface las exigencias de un espectáculo
concebido para ser representado indistintamente en locales
cerrados y al aire libre. La iluminación, diseñada por el propio
director y por Carlos Lucena, es un eficaz y lujoso complemento
a la sencillez escenográfica. Gracias a ella se alcanzan
momentos impresionantes de gran belleza plástica, como la
aparición detrás de los burladeros de dos cabezas femeninas
decapitadas, cuya sangre –telas rojas- resbala hasta el albero,
o el que abre y cierra el espectáculo, en el se muestra,
primero, a un guardián asomado a la azotea del palacio que
vislumbra a lo lejos, en plena noche, el mensaje de fuego que
anuncia que la guerra de Troya ha concluido, y, luego, al mismo
centinela con los ojos vendados, condenado a escuchar el
estruendo de otras guerras.
Diez actores –once si incluimos en el reparto al propio Mario
Gas, que se ha reservado el largo monólogo que resume las
Euménides - dan vida al coro y a los cuarenta personajes de la
tragedia. Mientras algunos, como Emilio Gutiérrez Caba o
Constantino Romero, asumen varios papeles, otros comparten uno
sólo. Así, Vicky Peña y Gloria Muñoz son Clitemnestra, y Maruchi
León y Anabel Moreno, Casandra. Curiosos desdoblamientos de los
personajes femeninos, cuyas voces se duplican sin que adivinemos
las razones, lo que crea alguna confusión, compensada, eso sí,
por el duelo interpretativo que nos ofrecen ambas actrices, de
muy diferentes registros. Mario Gas ha conseguido configurar un
reparto en el que abundan nombres prestigiosos, como los ya
citados. Siendo de tan distinto calado los personajes que
interpretan, no cabe, en los límites de esta reseña, un análisis
pormenorizado de su trabajo. Pero sí podemos destacar, como
denominador común, la calidad de sus voces. Pocas veces nos es
permitido escuchar tantas y tan buenas reunidas en un escenario.
Jerónimo López Mozo
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