LA NOCHE DE MOLLY
BLOOM
La madurez de Magüi Mira
Título:
La noche de Molly Bloom (Último capítulo de Ulises)
Autor: James Joyce
Dramaturgia y dirección: José Sanchis Sinisterra
Interpretes: Magüi Mira y Andrés Arranz
Estreno: Sala Fernando de Rojas del Círculo de Bellas
Artes, 2- VI-2004.
Han
transcurrido veinticinco años desde el estreno de La noche de
Molly Bloom. Para Magüi Mira, que procedía del teatro
universitario, era su primer trabajo profesional. Para Sanchis
Sinisterra, además de proporcionar a la actriz un texto adecuado
a sus características interpretativas como es el monólogo de la
mujer de Leopold Bloom con el que concluye Ulises, de
Joyce, se trataba de un experimento que ha repetido con
frecuencia, consistente en realizar dramaturgias a partir de
textos no teatrales. “Lo que hago –ha dicho el autor- es
explorar en la narrativa para abrir nuevas vías al texto teatral
e intentar apropiarme de esa enorme libertad de que disfruta la
novela”. Los resultados de esto, que ha sido bautizado con el
nombre de intertextualidad, han sido satisfactorios y, a veces,
sorprendentes por su enorme capacidad para hacer aflorar la
teatralidad que se esconde en la obras de escritores como Kafka
o Sábato, por citar sólo dos de los grandes representantes de la
novela contemporánea. Propuestas como Ñaque o de piojos y
actores, Mísero Próspero, Carta de la Maga a bebé Rocamadour
o Informe sobre ciegos son, además de la que aquí nos
ocupa, muestras de ese teatro que discurre por caminos
fronterizos entre los diversos géneros literarios.
Las palabras que acuden a la mente de una Molly incapaz de
conciliar el sueño mientras comparte el lecho con su esposo,
profundamente dormido tras su periplo dublinés, son un viaje en
el que lo vivido y lo soñado se mezclan en busca de una realidad
imposible, porque imposible es compartir la sumisión al macho,
que ella acepta porque la sociedad lo exige, con los deseos de
ser dueña de su cuerpo y de sus actos. Molly es una mujer
insatisfecha que reclama su derecho a dejar de serlo, a
disfrutar plenamente de lo que ella entiende que es el amor. En
su discurso hay un toque feminista, pero se trata de un
feminismo sin reglas. Su lucha es individual y emplea como arma
un erotismo obsceno, a veces inventado, pero, con frecuencia,
inspirado en la propia experiencia íntima matrimonial que tanto
detesta.
El texto de Joyce carece de signos de puntuación, lo que le
convierte en una especie de cascada verbal angustiosa. Sanchis
redujo su extensión para adecuarlo a las dimensiones de un
espectáculo teatral, lo reordenó y lo convirtió en materia
dramática. Consiguió que la acción, muy medida y siempre
oportuna, adquiriera un protagonismo que nunca se imponía a la
fuerza de la palabra, que, de pensada, había pasado a
pronunciada. Ambas convivían sin estorbarse, lo que demostraba
que la fórmula funcionaba. No ha percibido el crítico cambios en
la recuperación que ahora se ofrece de aquella puesta en escena.
Si los hay, son mínimos. El paso del tiempo no ha afectado al
contenido de esta aplaudida pieza, sin duda porque el asunto que
en ella se trata no tiene caducidad, ni tampoco, por el momento,
la forma en que lo plantearon, primero Joyce y, luego, Sanchis.
Para quién sí ha pasado el tiempo es para Magüi Mira, la actriz
que la estrenó y que, pasados veinticinco años, asume el mismo
papel. Todo un reto que planteaba, a priori, no pocas
interrogantes.
La crítica de entonces elogió su trabajo, que tuvo larga vida
escénica. La cuestión ahora es si estaba en condiciones de
repetir la experiencia sin que el personaje resultara otro, sin
que se viera perjudicado por el capricho de una actriz o de sus
compañeros de empresa. Digamos ya que esta Molly Bloom sigue
siendo, en lo esencial, aquella. Las dudas quedan
satisfactoriamente despejadas desde el instante mismo en que,
recostada en la cama, empieza a hablar. Poco importa la edad del
personaje y, por tanto, la de su intérprete. Quien está ante
nosotros es una mujer en cualquier momento de su vida. Lo
esencial es lo que siente y como nos lo transmite. Todo lo demás
es superfluo. Magüi Mira, en su espléndida madurez, imparte una
lección magistral en la que, a la experiencia adquirida, añade
el buen uso de dos herramientas esenciales para el trabajo del
actor: la voz y el cuerpo. Aquella la pone al servicio de un
lenguaje en el que conviven la procacidad y el humor. Éste no le
esconde bajo la ropa o entre las sábanas del lecho conyugal.
Deja que asome, juguetea con él y consigue añadir, al lenguaje
verbal, otro que, a mitad de camino entre la naturalidad y la
provocación, posee una elevada carga erótica.
Jerónimo López Mozo
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