.:: Crítica Teatro ::.

RESEÑA, 2001
NUM. 330, pp. 6

Madre (el drama padre)
Jardiel, siempre sorprendente

En el verano de 2001  - del 27 de junio al 2 de septiembre - el CDN programa un poco representado Jardiel: Madre (el drama padre), cuya dirección encargó a Sergi Belbel. El resultado fue magnífico y divertido. Blanca Portillo, ya con un nombre, encarnó brillantemente esa alocada mujer jardeliana.


Título: Madre (el drama padre)
Autor: Enrique Jardiel Poncela
Escenografía: Maex Glaenzel / Estel Cristá
Vestuario: Javier Artiñano
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Producción: CDN
Intérpretes: Blanca Portillo (Maximina),
Chema de Mibuel (Leoncio), Francesca Piñón (Obdulia),
Toni Misó (Olegario), Gonzalo de Castro (Baselgo),
Cynthia Martín (Cristina), Pau Dura (Cecilia),
Goizalde Núñez (Josefina), Carlos Santos (Emilio),
Nuria Mencia (Adelina), Nicolás Vega (Basilio),
Cristina Pons (Catalina), Paco Léon (Atilio),
Espinosa (Gabriel Moreno), Chisco Amado (Jerónimo),
Elena González (Visitación),
Juanjo Cucalón (Paco  Santurce)
Dirección: Sergi Belbel
Estreno en Madrid: Teatro La Latina, 5 – VII - 2001

CHEMA DE MIGUEL
BLANCA PORTILLO
FRANCESCA PIÑÓN
FOTO: CHICHO

El tratamiento que Sergi Belbel da a este Madre (el drama padre) es típicamente holliwoodiense. A los pocos minutos descubrimos que los rostros blancos y los labios negros de los actores no responden a una máscara brechtiana, sino que estamos ante una película en blanco y negro (esto ya se ha hecho y en concreto el año pasado con Crimen Perfecto). El cinéfilo podrá reconocer no solamente el glamour del delicioso y funcional decorado de Max Glaenzel y Estel Cristiál en blanco y negro, sino la figura holliwodiense que está detrás de cada personaje: la Jean Harlow y secuelas, la Herpbun, el ama de llaves de Rebeca que en este caso es una contrafigura, las bufonadas de los hermanos Marx, etc. A todos ellos viste exquisita y sugestivamente Javier Artiñano.

Madre (el drama padre) es programación veraniega del Centro Dramático Nacional, con motivo del centenario del nacimiento de Jardiel. En el fondo un texto menor. No sé si esto le haría mucha gracia a Jardiel. Sergi Belbel, a juzgar por el impactante montaje, no lo ha considerado como tal. El y su trouppe -muy conjuntada a nivel interpretativo - no lo han entendido como menor. Llama la atención el cuidado puesto en la dirección hasta con el personaje más humilde de texto o con la figuración. Los actores se han olvidado de sí mismos y han desaparecido bajo la piel de los personajes, hasta el punto de que, al colgar sus atuendos en el camerino, es casi imposible reconocerlos. Buen síntoma.

En esta ocasión es injusto destacar a uno más que a otro, porque hay una labor de interpretación y dirección muy cuidada y conjuntada. Sin embargo, hay que mencionar a Blanca Portillo en Maximina, la madre y protagonista de todo este irónico,  burlesco y surrealista melodramón. Quienes conocen a Jardiel, conocen a sus mujeres de ficción. Criaturas con un gramo de locura; de elevado glamour, bonachonas de corazón, realistas «ma non fanáticas» -por eso en el momento más álgido y tremebundo se encaraman al surrealismo para lanzar una frivolidad-, y que van por la vida cotidiana con un inocente despiste tremendo.

Toni Misó (Olegario Machuca) sale airoso de un personaje - típico en Jardiel - que tiene que sacar adelante los monólogos explicativos, en los que Jardiel trabaja el contenido y las frases como si jugase con un mecano. y también lidiar con un carácter contradictorio: simplón, malvadillo, bondadoso como un bebé y cómico.

Otro de los aciertos es el modo de mover inteligentemente los grupos y resolver las situaciones de escucha de unos y otros. Texto y escucha encuentran un buen ensamblaje. El trepidante ritmo al lanzar el texto y desplazarse a lo largo, ancho y alto del escenario consigue que las dos horas y media de representación se conviertan en un suspiro. Hay una inteligente utilización del espacio trimidensional como elemento dramático. Buen uso de las ventanas altas y bajas para diversas acciones y textos. La disposición del escenario y de los fo­rillos a través de ventanas y puertas permite narrar escenas simultáneas.

Resumiendo, un elogio para la puesta en escena, al que sólo se le puede poner un pero: cierto dudoso griterío en algunos personajes. Y otro pero: el desbordado tratamiento de Leoncio González - que Chema de Miguel interpreta eficazmente-, personaje que yo, al menos, imagino menos histriónico y más sosegado.


CHEMA DE MIGUEL
BLANCA PORTILLO
FOTO: CHICHO

Todo este tratamiento escénico enmarca una historia tachada de inmoral, en el día del estreno. Juzguen ustedes. El conflicto va de cuádruple incesto. Muy fuerte para 1941 y para ahora. El incesto en la mayoría de las sociedades es tema delicado. Y hoy nos andamos con pies de plomo. A Jardiel tal temática le sirve teatralmente para jugar con la intriga y mantener en vilo al espectador, aparte de mofarse un poco de la literatura melodramática y tremebunda, que no tenía duda en tratar esos temas siempre que al final quedasen condenados y muy bien condenados. La intriga del espectador, en cuanto barrunta el tema, es «¿cómo salimos de ésta?». Jardiel también se siente puritano y explica con rocambolescas idas y venidas - la intriga otra vez - la trayectoria de aquellos enamorados óvulo s y espermatozoides. Por supuesto, el respetable se puede quedar tranquilo: es aparente incesto. Pero Jardiel hace una trampa a la censura y a la sociedad. El autor consigue aclarar el conflicto según los cánones establecidos, pero a los que les da igual es a los ocho enamorados personajes. Y aquí es donde surge el auténtico Jardiel: el hombre que rompe con los convencionalismos en pro de la libertad. Desmonta toda una cultura basada en dichos, y costumbres que han llegado a imponer el férreo pensamiento de unos cuantos. Por eso el dudoso y manido argumento de «la ley de la sangre» queda desmitificado cuando los ocho no lo han sentido nunca. Lo que han sentido es otra sangre en ebullición.

No creo que Jardiel fuera un paladín del incesto. Utiliza este argumento como reducción al absurdo de una sociedad que no sabe ser libre, creativa y arriesgada hacia nuevos horizontes. Tal vez por eso estamos redescubriendo a Jardiel.


José Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande
(1987)


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