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RESEÑA
1989
NUM. 169
, pp. 7 - 8 |
EL
MEDICO DE SU HONRA
BUEN COMIENZO DE LA
COMPAÑÍA DE TEATRO
CLÁSICO
El
médico de su honra iniciaba, bajo la mano de Adolfo Marsillach,
la Compañía
Nacional de Teatro Clásico. Fueron muchas las críticas
negativas. El crítico de Reseña
Miguel
Medina Vicario, hoy
fallecido, supo ver más allá y le vaticinó un buen futuro.
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JOSÉ LUIS PELLICENA
FOTO: ROS RIBAS |
Título:
El médico de su honra
Autor: Pedro Calderón
Revisión
del texto:
Rafael Pérez Sierra
Escenografía: Carlos Cytrynowski
Música: Tómas Marco
Actores: Angel de Andrés, Antonio
Canal, Vicente Cuesta, Fidel Almansa, Marisa de Leza, Yolanda Ríos, José Luis
Pellicena, Francisco Portes, Camen Gran, José Cande
Dirección: Adolfo Marsillach
Estreno
en Madrid:
Teatro de
la Comedia
(Festival de Otoño).
No
será ésta la primera vez - ni invito a que nadie acaricie la ilusión de que sea
la última - que un determinado "acontecimiento" teatral propicia los
juicios más dispares, las críticas más contradictorias y,
acaso por toda esta confusión, la perplejidad entre quienes
mantienen con su paciente y tenaz asistencia la
polémica industria teatral, Con este espíritu prudente y prevenido se debe
contemplar la aparición de
la Compañía Nacional de Teatro Clásico,
y su primera experiencia, El médico de su
honra.
Baste
recordar, para centrar convenientemente el hecho, que estamos ante un ansiado
y tardío nacimiento: la constitución de una entidad que se ocupe y preocupe de
salvar a nuestras glorias de las impecables encuadernaciones que las aprisionan.
Lo muy esperado, sin embargo, no siempre termina siendo lo más querido, por lo
mucho que la impaciencia deteriora el ánimo. Y es que, de tanto esperar
pacientemente, pudiera ser que nuestros clásicos ya no lo sean en la misma
brillante medida que los ingleses, franceses o alemanes. No es cuestión de
talento, no, que si de eso dependiera únicamente nada habría que temer en
materia de comparaciones. Se trata, simplemente, de que éstos gozaron de
tratamiento científico, permanente reconocimiento y minuciosa atención. Se
trata, simplemente, de que aquéllos, los nuestros, por el contrario, fueron
abandonados, descuartizados y maltratados por empresas imprudentes, cómicos
inexpertos y silencios administrativos. Así las cosas, es ahora, y no varios
siglos atrás como debió ser, cuando nos proponemos afrontar con oficial
seriedad la dificultad del verso, el desentrañamiento de lenguajes, la
localización de pretéritas esencias humanas y sociales. La empresa, bien se
comprende, requiere espíritus templados y estimables dosis de paciencia.
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JOSÉ LUIS
PELLICENA
FOTO: ROS RIBAS |
El médico
de su honra
parece que venga a demostrar que la sabiduría dramática de Calderón fue ciertamente poliédrica, y tanto sirvió a sus reconocidos
símbolos metafísicos como a la contemplación y directa narración de su época.
Un Calderón más a lo Lope (si se permite el juego
comparativo), más pegado a la tierra, a los aconteceres inmediatos, Este
espléndido drama de honor dibuja los perfiles de un "código" incontestable
donde no interesa tanto la
escrupulosa constatación
de los hechos como
la salvaguarda de la convención social. Un marido
supuestamente burlado debe "curar" su herida honra dando muerte a la
mujer infiel. El rey, juez último, y supremo, acepta y consiente las razones
del cualificado ejecutor. El orden establecido así lo exige para perpetuarse
y Calderón, aparentemente ajeno a
los acontecimientos, señala inteligentemente que en realidad la víctima
no llegó a la infidelidad y que los protagonistas de esta injusticia motivada
por los celos no son meros entes de ficción, sino realidades históricas: el Rey Pedro I de Castilla y su hermano
bastardo Enrique de Trastámara. Son
dos referencias más que suficientes para que el espectador (contemporáneo o
lejano en el tiempo) arranque sus propias consideraciones sin necesidad de más
datos.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico se
enfrenta al espectáculo con excelente atmósfera. Se crea una puesta en escena
sobria, carente de cualquier alarde técnico, funcional. Un espacio que no
carece de magia, donde los diferentes planos, los rincones escondedores, la
sinuosidad deslizante de los laterales, la simplicidad y el permanente juego
imaginativo de objetos, alientan la curiosidad del espectador, pero no precipitan
las conclusiones que vendrán dosificadas por un ritmo medido, acomodado al
desarrollo del drama. La luz, la música y el vestuario (de un anacronismo
medido y sugerente, perfecto puente visual entre el siglo XVII y el nuestro,
ampliador, de espacios geográficos y estéticos) terminan de conformar una
admirable ordenación creativa.
Adolfo Marsillach no es
profesional dado a la improvisación, al estreno precipitado, a la carencia de
reflexión. Marsillach se enfrenta
aquí con un texto que naturalmente debe ser revisado. Rafael Pérez Sierra, encargado de esta delicada labor, sintetiza,
enmarca y acomoda sin que el espectador se percate de ello (ni siquiera allí
donde aparecen unos personajes "anónimos", descontextuados,
imaginados fuera del propio autor): nada mejor se puede decir de quien debe
limpiar sin desvirtuar. Los actores que Marsillach
dirige demuestran claramente que podemos comenzar a perder el sempiterno
temor al verso. Sin afirmar que en todos ellos se encuentren la perfección
ideal, lo cierto es que sus voces hacen llegar, desgranado y comprensible, el
fárrago barroco; sus gestos obedecen al discurso; su homogeneidad
interpretativa demuestra un trabajo riguroso, una disciplina infrecuente, un conocimiento
profundo de sus personajes y del conjunto que ellos representan.
El médico de su honra, por todo ello,
significa una excelente muestra de lo que puede llegar a ofrecer esta naciente
compañía. Que el espectador actual se centre, comprenda y disfrute a Calderón, demuestra, mejor que nada,
que el camino es el indicado, y que los encargados de recorrerlo saben bien
los pasos que deben dar.
La
mayor o menor coincidencia que este juicio pueda tener con el ya anunciado
laberinto de enfrentamiento s teóricos, carece de mayor importancia. A
disposición de todos permanece el espectáculo reseñado, y espero que el
tiempo confirme esta más que respetable realidad.
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