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MISTERIO DEL CRISTO DE LOS GASCONES
El teatro como manifestación de lo sagrado

Título: Misterio del Cristo de los Gascones.
Dramaturgia: Ana Zamora.
Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro.
Diseño y realización del Cristo: Miguel Ángel Coso, Sofie Krog y David Faraco.
Trabajo de títeres: David Faraco
Diseño y realización de escenografía: Richard Center.
Vestuario: Deborah Macías.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho (A.A.I.)
Coreografía: Lieven Baert.
Trabajo en verso: Ernesto Arias
Producción: Nao d’amores.
Con la colaboración de: Junta de Cofradías de Segovia y Teatro de La Abadía
Coordinación técnica: Amalia Portes
Regiduría: Elena Manzanares
Realización de vestuario: Ángeles Marín / Nuria Martínez
Fotografía: Iván Caso/Miguel Ángel Coso
Diseño Gráfico: Agenda comunicación
Página web: Ástor Ayllón
Gestoría: Alfonso Fernández Consultores SL.
Producción ejecutiva: Henar Montoya
Distribución y Comunicación: Luisa Hedo
Ayudante de dirección: Elena Rayos
Interpretación Musical: Alicia Lázaro (vihuela y zanfona), Elvira Pancorbo (flautas, cromorno y chirimía), Isabel Zamora (espineta y cornamusa), Sofía Alegre/ Alba Fresno (viola de gamba)
Interpretación y manipulación del Cristo: Elvira Cuadrupani, David Faraco, Alejandro Sigüenza, Nati Vera
Dirección: Ana Zamora 
Estreno: Teatro de la Abadía, 29 – III - 2007.




FOTOS: IVÁN CASO/
MIGUEL A. COSO

En la iglesia segoviana de San Justo se venera a un Cristo yacente que es una joya del románico español. Se trata de una talla de madera policromada, cuya singularidad consiste en que sus brazos están articulados. Se llama de los Gascones, porque, según la leyenda, fue encontrada en el siglo XIII por gente de la región francesa de la gascuña en la frontera con el Imperio Germánico y traída a la ciudad castellana a lomos de una caballería. A las puertas de San Justo, que entonces era ermita, murió ésta y se interpretó que el deseo del  Cristo era permanecer en aquel lugar, como así ha sucedido. En la actualidad, la imagen es sacada en procesión el día de Viernes Santo, pero, al parecer, en otros tiempos era el elemento principal de una ceremonia litúrgica que se celebraba en Semana Santa en torno a la Pasión de Cristo, en la que, aprovechando el movimiento de sus brazos, la figura era bajada de la Cruz suspendida de unas poleas que pendían de la bóveda. Si eso fuera cierto, se trataría de algo que bien pudiera calificarse de representación de títeres.

Ana Zamora, cuya actividad al frente de Nau d’amores viene caracterizándose por su atención a la recuperación del teatro renacentista español, tan olvidado, ha retrocedido, en esta ocasión, al mundo medieval. Su espectáculo, inspirado en ese curioso Cristo, ha sido representado, como es habitual, en el teatro de la Abadía. De sus dos salas, ha ocupado la Juan de la Cruz, que en otros tiempos fue iglesia. No podía tener mejor escenario.


FOTOS: IVÁN CASO/
MIGUEL A. COSO

Lo que Zamora brinda es una función de títeres, muñecos hacia los que siente gran inclinación. Más no parece que haya pretendido reproducir aquella ceremonia antigua, pues poco se sabe de ella, sino crear una nueva. El Cristo que aparece en escena es réplica del auténtico, aunque sus dimensiones son menores, menor es su peso y, a la articulación de los brazos, se ha añadido la de las piernas. Todo ello para facilitar la manipulación de la marioneta. Lo que nos cuenta son los recuerdos que la Virgen conserva de su hijo, que van surgiendo ante la visión de su cadáver. Se remontan al momento en que nació y recibió el bautismo, para recorrer luego los episodios más conocidos de su vida, incluido el encuentro con María Magdalena. Concluye, tras dar cuenta de las últimas jornadas de su vida, con su resurrección y subida a los cielos. La narración  de tales sucesos, elemental y bella, procede de la literatura medieval castellana, de dudosa teatralidad. Ana Zamora ha compuesto un mosaico bien ensamblado con fragmentos cuidadosamente seleccionados de piezas, autos, poemas dialogados o narrativos de escritores como Gómez Manrique, Fray Iñigo de Mendoza, Diego de San Pedro o Alonso del Campo. Combinan estos textos con la bellísima música rescatada por Alicia Lázaro del repertorio religioso y profano de la época, que es interpretada en directo con instrumentos de entonces, entre ellos la vihuela, zanfona, espineta, viola de gamba y flauta. El resultado es un armonioso conjunto sonoro.

Todo el equipo que ha participado en este singular trabajo ha procurado y conseguido que el único protagonista del ritual que se representa en el escenario sea la imagen del Cristo de los Gascones. Sabiamente movida por los manipuladores, pronto pierde su rigidez y, al compás de cadenciosos movimientos, parece cobrar vida. El pedazo de madera se va pareciendo cada vez más a un ser humano. Nos parece que dialoga con la actriz de carne y hueso que interpreta a su madre y hasta creemos leer sus pensamientos en su rostro de facciones serenas, dominado por unos ojos grandes y expresivos. Pero todo es apariencia. Las costillas y los surcos que las separan no tienen el temblor de los cuerpos que respiran, aunque tal vez… Ana Zamora ha vuelto a engañarnos y, a pesar de ello, deseamos que vuelva a hacerlo.


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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