RESEÑA,
1990
NUM. 205.
pp.7 |
LA CIUDAD, NOCHES Y PAJAROS
En
busca del realismo poético
Eran
los años en que la tradicional Sala Olimpia (1926)* – antiguo cine de
la Plaza de Lavapiés – era el Centro de las Nuevas
Tendencias Escénicas a donde iban textos de vanguardia y autores jóvenes que iban en esa
línea. Hoy se ha convertido en la nueva
edificación, bajo el nombre de Teatro
Valle Inclán.
Varios
de dicha juventud han encontrado su puesto en el teatro. |
Título: La ciudad, noches y pájaros.
Autor: Alfonso Plou.
Escenografía: Vicente Patón y Alberto Tellería.
Vestuario: Eloy Martín.
Música: Enrique Paradas.
Iluminación: Juan Gómez y equipo técnico
del CNNTE.
Producción: CNNTE.
Intérpretes: Maruchi León, Mariano Gracia,
Soledad Palao, Miguel Foronda, Ana Malaver, Celia F. Bermejo, Marisol Rolandi,
F.M. Poika, Vega León, Aurora Herrero, Alberto de Miguel e
Ismael
Abellán.
Dirección: Ernesto Caballero.
Estreno: Sala Olimpia, 23-II-90. |
FOTO: CHICHO |
Un
joven delincuente y su novia abandonan su ciudad para instalarse en la capitaL
No les resulta fácil abrirse paso y, al cabo, ella es empujada a ejercer la
prostitución como medio pasajero de salir adelante. Cada vez le será más
difícil escapar de la red de violencia y degradación que la va envolviendo, y
cuando al fin lo consigue habrá dejado tras de sí un rosario de muertes no
deseadas cuyo recuerdo la acompañará el resto de sus días. Muertes
inevitables que salpican de sangre el escenario, que llegan precipitadamente a
última hora poniendo el acento de la tragedia clásica en una historia que hasta
entonces había discurrido por los senderos de un realismo, también clásico,
subrayado con pinceladas poéticas.
De Alfonso Plou ya se había representado
en este mismo escenario su obra Laberinto
de cristal. Era una mirada pesimista sobre la juventud y en ella aparecían
algunos rasgos que se repiten en ésta: el ritmo casi cinematográfico impuesto
por el ensamblaje de escenas cortas desarrolladas en diversos espacios, el
papel esencial que juega la palabra y el recurso frecuente a un lenguaje
poético del que los propios títulos son buena muestra. Todo ello permite situar
la obra del joven autor dentro de las coordenadas en que se mueven otros dramaturgos
que, desde perspectivas diversas, tratan de poner en pie un teatro que dé
respuesta a las inquietudes de la actual sociedad española. Para ellos
es éste, todavía, un tiempo de búsqueda, no tanto en los temas como en la forma
de plantearlos desde el escenario. Rechazan la vanguardia, a la que acusan de
actuar, con sus propuestas supuestamente crípticas, a espaldas del público, y
vuelven la mirada hacia el teatro anterior, el de corte realista. No es mal
punto de partida a condición de que alcen el vuelo por encima de las alturas ya
alcanzadas por quienes les precedieron. Pero no siempre sucede así, sino que
muchas veces los intentos renovadores desembocan en formas harto conocidas que
parecían periclitadas. Vienen a cuento estas consideraciones porque nos estamos
refiriendo a un movimiento apoyado con fuerza desde el CNNTE.
FOTO: CHICHO |
La obra de Plou se ve afectada, aunque sólo en
parte, por esta problemática. No logra ir más allá de las fuentes estéticas en
que ha bebido, que son diversas y reconocibles. Por otro lado, la aportación
poética contenida en el texto llega a ráfagas y a menudo su integración al
espectáculo parece, y seguramente lo es, inoportuna. Hay dos lenguajes que,
siendo válidos, se repelen. En este caso, la suma de realismo y poesía no llega
a ser plenamente el realismo poético pretendido por el autor. Queda muy lejos
del modelo ofrecido por García Lorca,
autor que inspira y guía más que ningún otro los
pasos de Plou.
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No
debe entenderse lo dicho como un rechazo de la obra. Escrita hace tres
años, cuando el autor daba sus primeros pasos en el teatro, es, en
palabras recientes suyas, una tentativa dentro de su producción. Como tal hay
que considerarla y es gratificante decir que Plou posee la sabiduría teatral necesaria para ocupar un lugar
digno en el teatro español. La obra está bien construida y los
personajes dibujados con firmeza. Su búsqueda de una forma de expresión propia
apunta hacia una evolución desde el realismo en la línea que siguen algunos de
los actuales dramaturgos europeos, tan opuesta a esa otra que denunciaba más
arriba cuyo punto de arribada es algo que recuerda demasiado al sainete.
Ernesto Caballero ha
dirigido con buen pulso el espectáculo. No era tarea fácil y eso hace más
meritorio su trabajo. No logra resolver, porque era tarea imposible, los
problemas planteados por el texto, pero sí acierta a mantener el ritmo
cinematográfico que la propuesta del autor exige. A ello contribuye una
escenografía eficaz aunque de desigual belleza. Se alcanza ésta, sobre todo,
en el friso expresionista, formado por el conjunto de fachadas perforadas por
sórdidas puertas, que envuelve los interiores en que transcurre la acción.
Maruchi León, la joven
actriz que se diera a conocer en el papel de Julieta en El público, encabeza un reparto formado
por un grupo de actores que unen a su buen hacer una gran fe en la obra que
representan. Es algo que, por infrecuente, hay que destacar.
Nota: * Como
sala de cine se debe al arquitecto
Secundino Zuazo
(Bilbao,
1887/
Madrid,
1971). Se
inauguró el 14 de noviembre de 1926 con el nombre de
Sala Olimpia. Como
teatro se
estrenó el 18 de diciembre de 1979,
con la obra Galileo Galilei, de
Ludovico Geymovant. El
20 de julio de 1984 se convierte en
la Sede del Centro Nacional de Nuevas
Tendencias Escénicas (CNNTE), y en 1994 pasó a depender del Centro Dramático Nacional. |
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