TRAICIÓN
Maestría
Título:
Traición.
Autor: Harold Pinter.
Traducción: Álvaro del Amo.
Espacio escénico: Juan Pastor
Vestuario y ambientación: Teresa
Valentin-Gamazo
Iluminación: Pablo Jaenicke
Selección de Música: María Pastor
Diseño Gráfico: LDTLAB
Video: Bernardo Moll
Producción: Teresa Valentin-Gamazo
Prensa: Juana Escabias
Informción: Aitana Blanco
Ayudante de dirección: Andrés Rus
Intérpretes: María Pastor (Emma), Raúl Fernández (Jerry), Álex Tormo (Robert),
Andrés Rus (Camarero).
Dirección: Juan Pastor.
Estreno en Madrid: Teatro de
la
Guindalera,
16 – III - 2007. |
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Por
fin va siendo posible ver los textos de Pinter sobre los escenarios madrileños. A la experiencia de
la Abadía y del Español se suma ahora ésta de
la
Guindalera con
el montaje de Traición. Faltan aún muchos textos escritos por el
premio Nobel inglés que merecerían revisarse, pero, al menos, en los últimos meses ha sido posible asistir
a una pequeña muestra de su extraordinaria escritura dramática.
Traición se presenta en el traducción
de Álvaro del Amo, acaso el mejor
conocedor de la obra pinteriana y temprano editor y estudioso de su teatro
vertido al castellano. Su labor es impecable. El texto resultante de su trabajo
es limpio, incisivo, acerado y hermoso, y se revela digno de la escritura de Pinter. En Traición se aborda el viejo
tema del adulterio burgués. Pero sería ilusorio imaginar a Pinter escribiendo una comedia o un drama convencionales sobre este
motivo, pensada como reconvención moral
o, por
el contrario, compuesta desde un desenfadado cinismo que pretenda situarse por
encima de cualquier consideración ética. Tampoco cabía esperar del dramaturgo
un divertimento desdeñoso, con sus trucos y sus golpes de efecto, una historia irresponsable e irrelevante
construida con oficio y con el deseo de escandalizar a los bienpensantes o de
hacer reír a espectadores poco exigentes. Y, en efecto, Pinter se sirve de la vieja situación del triángulo amoroso para
ahondar en el conocimiento de las relaciones humanas, unas relaciones que
terminan mostrándose siempre incomprensibles o inexplicables, gratuitas y
arbitrarias desde la percepción moral y lógica a la que estamos acostumbrados. Pinter prefiere entrometerse en esos
pliegues que hacen opaca la relación entre los seres humanos y poner de
manifiesto, mediante la ironía, ese desvalimiento profundo, esa indefensión que
muestran ante los otros y ante sí mismos, esa carencia de seguridades y esa
imprevisibilidad de sus actuaciones, en suma, esa aleatoriedad de las
decisiones y las conductas, que rompen con la ilusión de una voluntad libre y
de una trayectoria ética coherente. Los criterios morales y vitales se
desvanecen, y los personajes resultan invisibles para los demás.
La
construcción de la trama de Traición es verdaderamente magistral. La historia del adulterio se cuenta desde una
etapa en la que la relación entre los amantes ha terminado hace ya algún tiempo.
Desde esta escena inicial, el dramaturgo se remonta a los orígenes de aquel
trato en un proceso de construcción inversa, que no ha sido elegido por razones
de virtuosismo o de alarde técnico, aunque Pinter demuestre sobradamente su capacidad para ello, sino como una consecuencia
de la lucidez con la que escritor suele escudriñar en los inciertos
segmentos que regulan la conducta de sus personajes. Una vez que conocemos la
historia del adulterio, desde sus comienzos hasta su final, no hay que
suspender el ánimo hasta saber si aquél va a consumarse, sino considerar qué
circunstancias condujeron hasta el adulterio, para descubrir finalmente dos
llamativas evidencias: la ausencia de una causa comprensible
y la incapacidad de los personajes para conocer a sus seres más íntimos –amigo,
esposa, esposo- e incluso para conocerse a sí mismos. Todos son perfectos
extraños para sí y para los demás. De ahí esa cadena de traiciones –al
amigo, al matrimonio, a los criterios estéticos que orientan su profesión,
etc.- que amenaza con multiplicarse indefinidamente y, al tiempo que
representan la más grave amenaza para el pequeño microcosmos que
configuran los personajes, se resuelve
finalmente en la indiferencia, lo que ofrece una desproporción entre lo
esperado y lo que resulta, que parece, según lo entendía Kant, amargamente cómico. Una
vez más, Pinter muestra, sin
estridencias ni graves gestos de moralista, la disociación entre los diversos planos – sociales, éticos, emocionales, etc.- que
hipotéticamente conviven armónicamente en el ser humano que se denomina a sí
mismo civilizado.
La
propuesta escénica de Juan Pastor ha
sido sencilla pero acertada. Ha tenido clara la importancia del texto de Pinter, la eficacia de su palabra, la
precisión escalofriante de sus diálogos. Ha dividido longitudinalmente el
escenario en dos partes, para lo que ha utilizado un panel que se hace traslúcido
mediante la luz y deja ver, cuando se hace preciso, el lecho que comparten
–sucesivamente- las dos parejas que se forman en Traición, y que se emplea también como pantalla para proyectar las
fechas en las que transcurren los distintos episodios de la obra, decisión que,
personalmente, considero innecesaria, pues la complejidad de la construcción
temporal de Traición es accesible
para el espectador y constituye además uno de los atractivos de la pieza y una de
las claves de la visión del mundo pinteriana sobre la que
fundamenta precisamente esta comedia. La parte delantera del escenario,
presidida por una sencilla mesa y unas sillas, sirve para el hogar del
matrimonio, para los bares y restaurantes en los que se encuentran los amigos o
para el salón del hogar clandestino alquilado por los amantes. Esta disposición
de la escena permite resolver de forma fluida y rápida las transiciones y
mantener el ritmo ágil que exige la comedia de Pinter.
No
es fácil el trabajo de los actores. Confiada la obra a unos intérpretes de
edades más jóvenes que los maduros personajes de la obra pinteriana, los
actores de
la Guindalera tienen
que enfrentarse a situaciones que, sin duda, exigen de ellos un extraordinario
esfuerzo para que su labor no pierda en verosimilitud ni en intensidad. A
cambio, se encuentran ante un texto –y ante un espectáculo- que confía
exclusivamente en el trabajo actoral, y que propone una situaciones de una
depurada teatralidad, las cuales parecen constituir por sí mismas, todas y cada
una de ellas, un texto dramático propio.
En
suma, un Pinter gozoso, magistral e
inteligente. Sería una pena perdérselo.
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