HOMEBODY/KABUL
Afganistán,
tan lejos y tan cerca
Título: Homebody/Kabul (En casa/en
Kabul).
Autor: Tony Kushner.
Traducción: Carla Matteini.
Dramaturgia: Mario Gas.
Escenografía
y vestuario: Antonio Belart.
Espacio
sonoro: José
A. Gutiérrez.
Iluminación: Paco Ariza.
Ayudante
de escenografía:
Mariano
Sánchez
Asistente
de vestuario: Brisa
Salietti
Producción:
Teatro
Español
Intérpretes: Vicky Peña (La mujer),
Mohamed El Hafi
(Dr. Kari Shah), Hamid Danechvar (Mulah Ali Aftar Durrandi), Roberto Álvarez
(Milton Ceiling) , Jordi Collet (Congo Twistleton), Elena Anaya (Priscila
Ceiling), Mostaza El Houari (Un Munkrat/Un guardia de la frontera), Medí
Ouazzani (Kwaja Aziz Mondanabosch), Hamid Krim (Zai Garshi), Gloria
Muñoz (Mahala) y Driss Karimi (El Morabito).
Dirección: Mario Gas.
Estreno
en Madrid: Teatro
Español, 28 – II - 2007.
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FOTOS: ROS RIBAS |
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MEHDI OUAZZANI
ELENA ANAYA
FOTO: ROS RIBAS |
Parecen dos
obras distintas reunidas en un sólo espectáculo. Puede que lo sean. Así se
desprende del título, que sintetiza los que corresponderían a cada una de las
piezas. Ambos, separados por una barra, aluden a los lugares en los que
transcurre la acción: Homebody, a la
casa londinense de la protagonista; y Kabul, a la capital afgana, aunque se incluya en ella una breve escena, a manera de epílogo,
que se desarrolla, de nuevo, en la ciudad inglesa. Pero no es sólo el título lo
que sugiere la existencia de dos partes escritas independientemente la una de
la otra, sino la propia estructura del texto. En efecto, en la primera,
asistimos a un monólogo de algo más de una hora de duración en el que la
protagonista, único personaje que aparece sin nombre en el reparto, sentada en
el salón de su casa, lee en un día cualquiera de 1998 fragmentos
de una vieja guía de Afganistán que
contiene datos
sobre tres mil años de la agitada historia
del país, una interminable cadena de
invasiones procedentes de los cuatro puntos
cardinales, que dejaron su sello en él y sin cuyo conocimiento es imposible
entender lo sucedido a lo largo de las últimas décadas y las causas profundas
de su actual situación. A la lectura de tan árido texto, añade la mujer
sus propios comentarios, que dejan traslucir su fascinación por aquel lejano y
desconocido pueblo. También habla de cuestiones personales. Casada con un
especialista informático y madre de una hija adolescente en paro, su vida transcurre
sin atractivos. Sus deseos de evasión no son, por tanto, gratuitos, como no lo
es el sueño teñido de erotismo que le provoca el encuentro con el
dependiente afgano de un comercio al que acude a comprar algunos gorros para
una fiesta.
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JORDI COLLET
FOTO:
ROS RIBAS |
Poco
que ver con lo que sucede luego. Esa mujer no volverá a aparecer en escena, pero
seguirá siendo la protagonista de cuanto acontece. La acción se ha trasladado a Kabul, bajo gobierno de los
talibanes. Allí, en la habitación de un hotel, encontraremos al marido y a la
hija. El motivo de su presencia en la capital afgana es averiguar el paradero
de la mujer, quien, tras abandonarles, había viajado hasta aquella ciudad en
busca de lo desconocido. Un encuentro que presentía enriquecedor al tiempo que
le permitiría dejar atrás, definitivamente, la rutina en la que se había
instalado. La experiencia resulta, sin embargo, breve. A poco de su llegada, se
produjo el bombardeo aéreo de la ciudad ordenado por el presidente Clinton, tras el que fue asesinada
cuando
caminaba por la ciudad vestida con ropas occidentales.
Esa es, al menos, la versión oficial de
los hechos que las autoridades – un ministro
talibán y un médico forense - ofrecen al esposo y a
la hija. Nada se sabe del cadáver y, es su ausencia, lo que hace dudar a la
joven de que les hayan contado la verdad. Sospechando que sigue viva, se lanza
a la calle en un intento desesperado de, si su sospecha se confirma, dar con
ella. El padre no la secunda y prefiere permanecer recluido en la habitación
del hotel, entregado a la bebida y al consumo de drogas incitado por un
cooperante inglés.
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MOSTAFA EL HOUARI
FOTO:
ROS RIBAS |
Las
indagaciones de la hija la llevan a la conclusión de que su madre no ha muerto,
sino que ha desaparecido voluntariamente para unirse sentimentalmente a un
ciudadano afgano. No importa que la hija esté o no en lo cierto. Lo esencial es
lo que el espectador la acompaña en su recorrido por la ciudad destruida.
Conoce, con ella, a unas gentes que
pertenecen
a otro mundo, cuyos pensamientos y conducta nos resultan extraños:
policías religiosos, guardias de frontera, mujeres
cubiertas con burka y ciudadanos anónimos pertenecientes a las diversas etnias que
la habitan. Entre ellos, algunos con nombre y apellidos. El poeta de origen turco que se ofrece
para guiar a la joven por el laberinto urbano, el antiguo actor que se gana la
vida vendiendo sombreros, el morabito
sufí y, sobre todo, la afgana pastún,
mujer culta que habla varias lenguas y que fue bibliotecaria hasta la llegada
de los talibanes, empeñada en una lucha desesperada por abandonar el
país. Lo que Tony Kushner nos
muestra a través de estos personajes es la dificultad con al que nos
enfrentamos a la hora de relacionarnos con seres pertenecientes a otras
culturas y la tragedia que su desconocimiento supone en un mundo obligado a
entenderse si quiere sobrevivir. Escrita antes del atentado del 11-S, sorprende lo que de anticipatorio
hay en esta obra. Anuncia el desastre al que conduce la mezcla de
fundamentalismo y de ignorancia, la incitación al odio racial, el desprecio
hacia lo que representa el otro y la ceguera ante nuestra propia decadencia.
Decadencia de
la que la familia inglesa y el cooperante son cabales representantes. Son seres
frustrados y desorientados, incapaces de huir porque, conociendo sólo lo que
tienen cerca, no saben muy bien adonde hacerlo. La mujer es la excepción y por
eso emprende, primero, un viaje mental a través de la lectura y, luego, se
embarca en la aventura de hacerlo realidad. El retrato de estos personajes se
enmarca en la mejor tradición del drama norteamericano. En lo tocante al
escenario en el que transcurre el resto de la obra, el autor ha trazado un
preciso y nada maniqueo retrato de esos seres que nos son tan lejanos. No hay
atisbo alguno de folclorismo, en el que hubiera sido fácil caer. Al contrario,
muestra un profundo conocimiento de la forma de ser y de los sentimientos del
pueblo afgano. |
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VICKY PEÑA
FOTO: ROS RIBAS |
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FOTO: ROS
RIBAS |
Mario Gas ha realizado un
trabajo impresionante no exento de dificultades. Antonio Belart le ha
proporcionado el marco escenográfico adecuado, una fiel reproducción de las
callejas de una Kabul inhóspita y sucia castigada por las bombas. Por
ellas transitan los personajes, interpretados por un elenco multirracial con
el que ha evitado tener que caracterizar con postizos y maquillajes
excesivos a los que pertenecen a etnias afganas, asumiendo, a cambio, el
riesgo de no conseguir un conjunto regular. También de este reto ha salido
airoso, pues los actores marroquíes, argelinos e iraníes a los que ha
recurrido, aquí desconocidos, pero con un curriculum notable en cine y
televisión, cumplen con creces su tarea. A destacar Medhi Ouzzani, en
el papel de poeta y guía de la joven inglesa. En cuanto a los españoles,
todos merecen ser citados: Roberto Álvarez, como esposo, Jordi
Collel, el cooperante inglés, y Elena Anaya, que da, como hija,
sus primeros pasos en las tablas.
Mención
aparte merecen Vicky Peña y Gloria Muñoz. Logra aquella,
gracias al encanto de su voz y a su riqueza gestual, mantener viva la atención
del espectador a lo largo del interminable y árido monólogo que abre el
espectáculo. En cuanto a Gloria
Muñoz, en el papel de la bibliotecaria pastún, de muy diferente
factura, conmueve con su grito desgarrado y su desesperado empeño por
romper las barreras que la impiden escapar del infierno talibán.
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