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EL  ARROGANTE ESPAÑOL
O
CABALLERO DEL MILAGRO
El Lope más desenfadado

 


Título: El arrogante español o Caballero del milagro.
Autor: Lope de Vega.
Versión: Fernando Doménech y Guillermo Heras.
Dirección: Guillermo Heras.
Escenografía: Elisa Sanz.
Vestuario: Teresa Rodrigo.
Iluminación: Juanjo de la Fuente.
Intérpretes: Tomás Répila (Luzmán), Ángel Sólo (Tristán), Manuela Paso (Octavia), Andrés Ruiz (Leonato), David Boceta (Camilo), Rubén Nagore (Lofraso), Delia Vime (Beatriz), Chema Ruiz (Filiberto), Diego Toucedo (Lombardo), Inge Martín (Isabela),  Juan Ceacero (Deofrido), José Luis Matienzo, Enrique Aparicio (Eugenio/Alguacil), Elena Guevara (Hostalera).
Estreno en Madrid: Real Escuela Superior de Arte Dramático, 19 – X - 2006.


El arrogante español o Caballero del milagro adquirió una cierta popularidad en España tras el montaje emblemático de Cayetano Luca de Tena en el Español. Después, ha conocido algunas, no demasiadas, reposiciones. Ahora la Resad (Real Escuela Superior de Arte Dramático) lo ha elegido para conmemorar su 175 aniversario, a cuya celebración contribuye este espectáculo, y para participar en esta edición del Festival de Otoño, con  una joven compañía compuesta mayoritariamente por actores que se han formado en sus aulas, como lo ha hecho también el director Guillermo Heras.  El arrogante español pertenece al período juvenil de Lope de Vega y se caracteriza por su desenfado y por la  viveza de un enredo que prescinde de la más elemental verosimilitud psicológica y se adentra frecuentemente en los territorios del disparate y en los ámbitos estéticos de la distorsión grotesca. Lo irreverente, lo burlesco y lo festivo desembocan en un ejemplar escarmiento moral, no demasiado severo, pero que venga jocosamente a todos aquellos que han sido engañados u ofendidos por el protagonista en su constante atropello de convenciones morales y sociales, en su ejercicio de una ingeniosa y procaz picaresca.

Si, en algún momento, la comedia pudo leerse como una desquiciada y chulesca exaltación del ingenio patrio: el español que de todos se burla en Italia hasta imponer su voluntad y vivir de hombres y mujeres pertenecientes a países distintos, Guillermo Heras prefiere verla como una lúcida metáfora de la decadencia del Imperio español, que Lope percibe ya con nitidez a finales del siglo XVI, y también como un juego eminentemente teatral, ajeno a las obsesiones de la hora y de la presión moral que, con razón o sin ella, se atribuye al teatro clásico español. Así, la escenificación subraya lo farsesco y hasta lo vodevilesco, el carácter de divertimento, de universo escénico, y no se propone introspección psicológica   ninguna, ni respetar tampoco los códigos de verosimilitud realistas. El resultado es una comedia hilarante y ágil, con acciones deliberadamente desmedidas, plagada de guiños, y mostrada desde un espíritu lúdico y juvenil acorde con la condición del elenco.  La profesionalidad y la pericia de Guillermo Heras se advierten en este espectáculo en el que todo está resuelto con habilidad y eficacia, condiciones nada fáciles en un texto heterogéneo y carente de algunas de la virtudes dramáticas y poéticas que advertimos en el Lope maduro. 

La escenografía resuelve también con sencillez y eficiencia los problemas planteados por multiplicidad de espacios y la velocidad de la acción. Menos logrado está, desde luego, el vestuario, desigual y falto de belleza y encanto. 

La interpretación es también dispar, aunque en su conjunto la labor actual convence  y su resultado es congruente. Merece destacarse el buen hacer de Manuela Paso, que muestra siempre su condición de espléndida actriz, incluso en papeles de menor brillo, o el singular encanto de Inge Martín.

 


Javier Zabala
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