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XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID 2004
QUANDO L’UOMO PRINCIPALE È UNA DONNA
(CUANDO EL HOMBRE PRINCIPAL ES UNA MUJER) (DANZA)
¿MADRE TIERRA O ELIMINACIÓN DEL MACHO? |
Título: Quando l’uomo
principale è una donna
(Cuando el hombre principal es una mujer).
Ayudante y dramaturgia: Mist Martens.
Coreografía: Jan Fabre / Lisbeth Gruwez.
Escenografía: Jan Fabre.
Iluminación: Jan Fabre / Pieter Troch.
Vestuario: Daphne Kitschen.
Música original: Maarten Van Cauwenberghe.
Música adicional: Nel Blu Dipinto di Blu (Domenico
Modugno).
Coordinación técnica: Geert Vanderauwera / Pieter
Troch.
Compañía: Jan Fabre / Troubleyn.
Dirección: Jan Fabre.
País: Bélgica.
Duración aproximada: 55 minutos (sin intermedio).
Estreno en Madrid: Sala cuarta Pared, 19 – X - 04.
Vuelve de nuevo Jan Fabre (Amberes, 1958) con un solo y
también de mujer. El año anterior (en el Festival) lo había
hecho con otro solo, My movements are alone like Streetdogs
(Mis movimientos están solos como perros calejeros), adobado
de ciertos tonos revulsivos: perros colgados y mantequilla eran
sus ingredientes fundamentales. En esta ocasión también hay
colgajos y sustancia viscosa, sólo que menos desagradables:
botellas de aceite de oliva virgen (boca abajo) cuelgan
uniformemente y después está el propio aceite, que inundará todo
el suelo. También en común una única bailarina, esta vez
Lisbeth Gruwez, a la que pienso se le debe más del 50% de la
coreografía, porque termina siendo una danza muy personal, en la
que la misma configuración de su cuerpo es protagonista.
Magistral la desnuda composición corporal sobre el suelo
evocando un ave o un animal capaz de volar, o ángel asexuado
como lo define el programa de mano.
Hendrik Tratsaert, comenta, en el mencionado programa,
que para Fabre “la obra es un rito de
preparación para el máximo salto, que nos devuelve al
matriarcado”.
Desde
el comienzo, el humor capta al espectador. Un humor emanado de
la interpretación nada forzada de Lisbeth Gruwez.
Partimos de los andares y sobeo de la entrepierna muy propia de
los hombres, haciendo sonar los atributos masculinos, una vez
que son bolas chinas. Las tales bolas poseen un alto grado de
protagonismo y significación. Las acaricia, las sopesa, las
posiciona bien, las lanza al aire malabarísticamente . Son bolas
masculinas, pero también podrían ser las placenteras bolas que
calman el furor uterino. La ridiculización del hombre es
patente.
Pero todo ha comenzado antes con la preparación de un Martini
que a pesar del agitado ritmo de la coctelera,
“no está en su punto” y
necesita del reposo. (No está en su punto porque lo ha preparado
un hombre). Al final sabremos que necesita algo más y que por
ahora le podemos llamar el “toque femenino”.
Desde
el principio, también, las ordenadas hileras de botellas que
penden del techo, gotean el aceite a medida que la bailarina las
libera del tapón. Sólo al final, más liberadas, el aceite
adquiere la velocidad de la cascada para crear una amplia y
viscosa balsa sobre el suelo.
En las tales botellas con su contenido oleico, se pueden ver
muchos significados, que proceden de las aplicaciones que el tal
líquido dorado y espeso posee: desde la medicina a lo religioso,
así como también al rito de fecundidad y en tal caso las
botellas (22 en total) vendrían a ser penes generadores de vida
al verter su contenido sobre el cuerpo desnudo. Y del aceite nos
vamos al olivo – casi al final se coronará con una diadema hecha
de ramas de olivo – y de ahí a la aceituna que será el “toque
femenino”, pues solamente después de todo el proceso, sacará de
su entrepierna una aceituna y la dejará caer sobre el Martini.
Beberá y exclamará: “está en su punto”.
De aquel primigenio hombre ya no queda nada.
Se trata, pues, de un camino o mejor de un vuelo – ya desde el
comienzo hay movimientos que extienden los brazos como si fuera
a despegar o el pequeño animal que quiere ponerse en pie - del
personaje dominado por su opresora identidad masculina:
ridiculización de lo masculino y traje de chaqueta negro con
ausencia de pechos gracias al aplastamiento de una adherente
cinta negra. La tarea consistirá en eliminar la masculinización.
No solamente porque se va desprendiendo de las ropas sino porque
su cuerpo desnudo va recuperando las formas femeninas – el
resbalar del cuerpo sobre el suelo aceitoso componiendo variadas
formas que sugieren el feto, el desprenderse de la placenta, o
en su inicio la lluvia oleica símil de la mitológica lluvia
dorada que fertiliza - y terminar con esa sugerente imagen
voladora que he mencionado al principio.
Mezcla de danza y monólogo dirigido hacia el público que muestra
una buena capacidad interpretativa en Lisbeth. Las partes de
danza, la mayoría, es un danza fuerte, casi agresiva que entra
en un delirio espectacular en los desplazamientos sobre el
viscoso suelo debido a la inundación del aceite. Toda la última
parte es de lo más atrayente por la precisión de los mencionados
desplazamientos y por la
composición
de las figuras corporales de gran precisión, sugerencia y
belleza. La viscosa sala termina por ser un gigantesco útero en
el que el nuevo ser nada en la novedosa placenta. A ello ayuda
la música y un guión coreográfico muy bien ajustado y pensado,
así como una calidad interpretativa – tanto oral como de danza –
de alto nivel.
Tema aparte es lo que nos quiere decir con todo este fascinante
despliegue mediante la tal metamorfosis. Es una idea no nueva en
casi todas las culturas: la madre tierra como generadora de vida
y elevada a la categoría de diosa, pero visto el tratamiento de
ridiculización del ser masculino – se le presenta burlescamente
con los ticks de macho – da la sensación de que posee algo de
reivindicación del valor de lo femenino como antitético al
hombre y por lo tanto la sustitución de uno por otro. Solamente
queda la duda de que si esa especie de ser asexuado del final,
quiera indicar un discurso humano de entendimiento más allá de
la diferencia de sexos o simplemente es una suplantación de uno
por otro.
De todo el espectáculo con lo que en realidad nos quedamos
fascinados es con Lisbeth Gruwez tanto por su
interpretación como actriz, que derrocha simpatía, como por su
habilidad en el dominio expresivo de su cuerpo. A ello hay que
añadir el tiempo de duración que está muy bien pautado, sin que
experimentemos en ningún momento una caída de ritmo.
José Ramón Díaz Sande
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